martes, 1 de abril de 2008

083: MORIR EN PRIMAVERA

MORIR EN PRIMAVERA (083)


Marcharse para siempre, en otoño o invierno,
incluso en el estío, no es que sea agradable,
pero al fin y a la postre es un final previsto,
que, como ineluctable, debemos aceptar
mansamente sumisos.

Pero morir, Hermano, en plena Primavera,
cuando todo renace y el campo reverdece;
cuando estallan los brotes y los árboles alzan
sus ramas hacia el cielo en un canto de Gloria
al Señor de la Vida;
cuando la tierra toda se convierte en promesa
y comienza a operarse el milagro sublime
del Gran Resurgimiento;
cuando todo sonríe porque todo es más bello,
más limpio, más brillante, como recién nacido;
cuando el aire se llena del mágico zumbido
de las rubias abejas y vuelan los enjambres
a colgarse en las bardas del colmenar serrano;
entonces, el morirse viene a ser algo así
como enfrentarse altivo a la común tendencia
que impera omnipotente entre todos los seres
que pueblan esta bola viajera por las rutas silentes del espacio.

Cuando el mundo despierta al calor incitante
de los rayos solares y todos los latidos
cordiales se aceleran, impulsando una nueva
y vigorosa sangre pletórica de vida;
cuando los pechos todos se ensanchan poderosos,
aspirando los aires serranos, perfumados
por espliegos y jaras;
cuando el hombre es proyecto, y es amor la mirada,
y las manos se tienden temblorosas en busca
de otras manos amigas, con el noble deseo
de que todos compartan la inocente alegría
que las llena y rebosa;
cuando el hombre se siente más cerca de su Hermano,
y está mejor dispuesto para mirar al Cielo
y a Dios darle las gracias por todo lo creado...;
entonces, el morirse, -morir en Primavera-,
es morir doblemente.

¡¡ Tan absurdo es morirse, que casi es un pecado !!


José María Hercilla
Avila, 10 Febrero 1982



(De mi Libro: “La canción del Hermano”)

(Publ. En
www.esdiari.com del l0-04-05, Nº 553, y
www.avilared.com del 6-04-05)

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