lunes, 30 de marzo de 2009

387 - VIEJOS RECUERDOS

VIEJOS RECUERDOS (387)


Cuando el corazón sentía
dolorido de bregar,
a solazarse subía
al serrano colmenar
en el alto de El Arquillo,
cerca de Cañaveral.

Allí, entre encinas y jaras,
en medio del olivar
donde las blancas colmenas
eran como una ciudad
de casitas rumorosas
por el dulce abejear,
los ojos alzaba al cielo,
y abría de par en par
el ancho pecho, buscando
el aroma del azahar
desprendido de los huertos
de naranjos del lugar,
esos huertos escondidos
por debajo del canchal
donde las águilas vuelan
y reinan en libertad.

Allí a solas, embargado
por aquella augusta paz,
turbado el silencio apenas
por el lejano trinar
de un ruiseñor escondido
y el continuo abejear
de la hueste colmenera
en su incesante libar,
las penas se le marchaban
y recobraba la paz.

Después de los años idos,
-años que no volverán-,
el recuerdo le transporta
de nuevo a Cañaveral,
al Arquillo y sus colmenas,
a su duro trabajar….,
(y hasta incluso, algunas veces,
-en sueños-, a vislumbrar
entre brumas neblinosas
aquella adorada faz
de una chiquilla que quiso
y no pudo enamorar.)


José María Hercilla Trilla
Salamanca, 18 Septiembre 1999

(De mi Libro: "Canciones extremeñas")

sábado, 28 de marzo de 2009

382 - ENTRE LOS PINOS CUESTOS

ENTRE LOS PINOS CUESTOS (382)


Entre los pinos cuestos de la sierra escarpada,
sobre su tierra seca donde crece la jara,
el tomillo, el romero y las duras aulagas;
donde los olivares, hacia el cielo sus ramas
retorcidas elevan, como en muda plegaria,
allí, en aquellos cuestos, -desolación y calma-,
en las tardes de estío, bajo el sol, -pura llama
de infierno sofocante-, se escucha a la cigarra,
monótona, insistente, repitiendo a desgana
su canción aburrida sobre la tierra parda.

Invadiendo el silencio, la cantora chicharra,
incansable, repite su aburrida cantata
con isócrono ritmo, inductor del nirvana.

Cuando en aquellas tardes, al colmenar marchaba
subiendo por los cuestos pelados, de pizarra,
mis pasos solitarios su canto acompañaban,
y a mis pies parecía que les nacían alas.

Tenía veinte años, robustas las espaldas,
el corazón intacto, las piernas entrenadas
para andar sin cansarme las más largas etapas;
subía alegremente, sin aflojar la marcha,
buscando en mis colmenas recuperar la calma
perdida en la aventura vital y cotidiana
de ganarme el sustento, como Dios nos lo manda.

Primero, el sonsonete de las verdes chicharras,
al subir por los cuestos; después, la sosegada,
rumorosa armonía, de las abejas mansas
del colmenar serrano, con sus colmenas blancas.

Qué feliz me sentía, a pesar de lo largas
y lo duras que eran, vive Dios, las jornadas,
trabajando afanoso en aquel horno en llamas.

Al morirse la tarde, las abejas callaban;
se callaba igualmente la estridente chicharra,
y en mi campo extremeño el silencio reinaba.

Arriba, las estrellas, cómplices, me guiñaban
sus infinitos ojos, salvando la distancia
desde sus altos cielos a mi humilde cabaña.

Yo fumaba mi pipa, y en mi silla de paja,
mirando hacia la altura, en silencio le daba
-al Dios en quién creía- una y mil veces, gracias.

- Señor, gracias por todo; por darme estas cigarras
que alegran mi camino hasta la sierra alta;
por darme estas abejas de la miel rubia y blanca,
rumorosas abejas, laboriosas y aladas;
gracias por esta noche, de estrellas tachonada;
gracias por esta pipa; gracias por esta casa…
(Aunque no te lo creas, el Buen Dios me escuchaba.)
Yo, tranquilo y cansado, me metía en la cama…..,
para dormir deprisa…, para soñar en calma…


José María Hercilla Trilla
Almuñécar, 22 Agosto 1999

(De mi Libro: "Canciones extremeñas")

viernes, 27 de marzo de 2009

378 - POR MI VEREDA VOY

POR MI VEREDA VOY (378)

Por mi vereda, en silencio,
camino, voy caminando,
con la sonrisa en la boca,
sin que el ruido de mis pasos
quiebre el cristal de la tarde
volcada sobre el ocaso.

La tarde se marcha lenta,
tras un sol medio apagado,
agonizante y difuso,
en busca de su descanso
-por demás bien merecido-,
para reposar al cabo
de su jornada de luces
y brillos en el espacio.

El cielo, de azul brillante,
casi un azul de cobalto,
con unos leves jirones
de nubes entreverado,
ha perdido su color
y en suave difuminado
aparecen arreboles
por cima del altozano
del horizonte distante,
limitador de este cuadro,
paisaje que echa de menos
un pintor para pintarlo.

La tarde se está muriendo;
yo camino muy despacio,
sin apenas hacer ruido
que turbe este sacrosanto
y dulce recogimiento,
anunciador del milagro
de la muerte de otro día,
para esperar confiado
en el orto matutino,
repetido de este astro.

Hasta las aves del cielo
han suspendido sus cantos
como muestra de respeto,
testigos estupefactos
de este cambio de colores,
luz y sombra del ocaso.

Mañana será otro día;
un Sol nuevo, neonato,
surgirá por el oriente
y subirá hasta lo alto
y alumbrará mi camino,
como él sabe alumbrarlo.

Por mi vereda, en silencio,
caminaré muy despacio,
poco a poco, hasta que un día
también me llegue mi ocaso.

José María Hercilla Trilla
Almuñecar, 18 Agosto 1999

(De mi Libro: "Canciones extremeñas")

jueves, 26 de marzo de 2009

362 - CAMINO DEL ARQUILLO

CAMINO DEL ARQUILLO (362)

La estrecha y retorcida carretera
que sube hasta El Arquillo, me llevaba
al sitio en que mi hueste colmenera
el serrano silencio musicaba.

En mi alto colmenar, semiescondido
de la sierra en la falda, y al amparo
del Cancho, soberbiamente erguido
a su espalda, cual gigantesco faro
guardián de la quebrada, en la que el Tajo
remansa sus caudales y energía,
gastaba yo mis horas de trabajo,
cuidando mis colmenas noche y día.

¡Qué grata soledad! Conmigo a solas,
alejado del mundo y sus pasiones,
los días me llevaban en sus olas
pausadas, sin agobios ni ambiciones.

A punto de partir, hoy rememoro
mi remoto pasado colmenero,
mi extinta juventud, mi edad de oro,
y en grata evocación, tranquilo muero.

No volveré a subir la carretera,
ni a trabajar mi colmenar tampoco.
¡Ya no espero ninguna primavera,
y el tiempo que me queda ya es muy poco!


José María Hercilla Trilla
Almuñecar, 18 Junio 1999

(De mi Libro: "Canciones extremeñas")

miércoles, 25 de marzo de 2009

309 - DE APIS MELLÍFICA

DE APIS MELLIFICA (309)


De todos mis momentos no hay ninguno
que añore con más fuerza y con más ansia
que aquellos transcurridos en mi tierra,
cuidando mis colmenas, alineadas
en amplios escalones orientados
al sol del mediodía, como casas
de un pueblo diminuto y laborioso
donde era un pecado la vagancia.

Allí, junto a El Arquillo, bajo el Cancho,
debajo de un olivo me tumbaba
y apoyando en un corcho la cabeza,
-mecido por la música acordada
de un millón de melíferas abejas-,
me sumía en una siesta larga,
alejado del mundo y de sus luchas,
gozando de la paz y de la calma
que el campo proporciona generoso
al hombre que durante la mañana
faenó diligente sus colmenas,
haciendo su trabajo cual Dios manda.

Después de aquellas siestas, al trabajo
volvía con las fuerzas renovadas,
dichoso al contemplar el dulce fruto
con el que en rubio chorro se llenaban
-en un fluir continuo y sosegado-
las ventrudas vasijas de hojalata.

Cuando el sol se acercaba hacia su ocaso
y la hueste abejera se aprestaba
a gozar del descanso merecido,
imitando su ejemplo, la jornada
daba yo por conclusa y a la puerta
del rústico caseto me sentaba
a esperar que la noche me cubriera
con manto de silencio, en cuya trama
podían entreverse las estrellas
brillando tenuemente en la distancia.

Detrás del colmenar, la enhiesta mole
del Cancho, -donde el águila anidaba-,
en la extremeña noche se intuía,
cual tótem vigilante que cuidara
los huertos rumorosos de naranjos
que a sus pies expandían la fragancia
del azahar florecido en blancos copos
de nieve virginal e inmaculada.

Absorto en la belleza de la noche,
envuelto en su silencio, me fumaba
unas pipas de buen tabaco negro,
lanzando circulares bocanadas
de humo blanquecino a las estrellas,
cual viviente incensario que elevara
la ofrenda de su incienso perfumado
a ese Dios que en lo alto adivinaba.

Dormían las abejas su cansancio;
mi cansancio, también yo reposaba,
y en espera de que acudiera el sueño
que cerrase mis ojos con sus gasas,
sentado ante la puerta, sin moverme,
miraba –sin mirar- hacia la nada,
y oía –sin oír- en el silencio
de la noche extremeña y encantada,
-al amparo de aquel agreste Cancho
que se erguía invisible a mis espaldas-,
los pasos de los seres que en la noche
abandonan su nido y van de caza.

Somnoliento, me hundía en mi yacija
y con profundo sueño descansaba,
durmiendo de un tirón, -como un bendito-,
en espera de que llegase el alba
y con ella la luz vivificante
portadora del toque de diana.

Y el mundo renacía con las luces,
y todas mis abejas despertaban
de su nocturno sueño, comenzando
a vibrar con su música de alas
el aire transparente y matutino,
prodigio bajo el sol de la alborada.

El voraz y vistoso abejaruco
en raudo y ágil vuelo profanaba
del colmenar los elevados muros,
a las rubias abejas dando caza;
en lo alto del cielo se veía
un águila, volando soberana
en busca de un gazapo inadvertido
sobre el cual abatirse con sus garras
potentes y crueles como garfios;
del camino que sube a la montaña
llegaba mitigado el tintineo
que a su paso dejaban unas cabras
que ascendían hacia los pobres pastos
nacidos entre brezos y entre jaras.

Dando gracias a Dios por permitirme
disfrutar de la paz y de la calma
de aquel hermoso día colmenero,
al trabajo con ansia me entregaba,
cosechando la miel de mis abejas
o acaso recogiendo de las ramas
de algún árbol cercano el jabardillo
que mi mano solícita esperaba,
para darle colmena independiente
donde poder melar más a sus anchas.

Llegado el mediodía, mi gazpacho
en cuenca de madera me majaba,
con agua cristalina de la fuente
de un huerto que tenía a mis espaldas,
gazpacho que aromaba con poleo,
esa humilde e imprescindible planta
sin la cual el gazpacho no es gazpacho,
o es gazpacho que sólo sabe a nada.

Comido aquel gazpacho y cualquier cosa,
las hambres de mi cuerpo ya saciadas,
fumábame una pipa, para luego,
una vez que la pipa se acababa,
buena siesta dormirme bajo un árbol,
con un trozo de corcha por almohada.

Allí entre mis colmenas de El Arquillo,
mecido por la música acordada
de un millón de melíferas abejas,
a la siesta –cansado- me entregaba
bajo el sol extremeño e implacable
de mis natales tierras, sin que nada
pudiera despertarme de mi sueño
hasta entrada la tarde, cuando amainan
un poco las calores y se puede
retomar el trabajo que aún aguarda.

Son recuerdos de un viejo. No hagáis caso
de estas cosas que digo, estas bobadas
que a nadie le interesan pues no tienen
-excepto para mí- gran importancia.

¡Hace ya tántos años que pasaron,
que no sé como puedo recordarlas,
mas es lo cierto que a pesar del tiempo,
no sólo las recuerdo así de claras,
sino que, cada vez que así lo hago,
el alma se me llena de añoranzas!


José María Hercilla Trilla
Almuñecar, 2 Septiembre 1997

(De mi Libro: "Canciones extremeñas")

lunes, 23 de marzo de 2009

287 - SOY EXTREMEÑO

SOY EXTREMEÑO (287)




Ya sé que a nadie importa, pero a mí me complace
confesarme extremeño.

Nací en Extremadura; Cañaveral, mi cuna;
un lugar cacereño,
donde crece el naranjo, la perfumada lima
y el verde limonero.

Aunque vivo exiliado en la alta Castilla
de los largos inviernos,
no por eso me olvido de mi tierra y sus gentes,
de su clima y tempero…

Yo soy de Extremadura. Mi voz enamorada
así lo grita al viento,
y el aire la recoge, llevándola en sus alas,
volando, como un eco,
hasta morir dichosa entre la verde fronda
de mis natales huertos,
al pie de un palo-santo de hojas verde laca,
cargado de recuerdos.

Tal vez usted se ría, pero a mí me emociona
declararme extremeño,
y bendecir mi tierra, y revivir –soñando-
aquellos viejos tiempos
de mis años floridos, cuando me desbordaban
ilusiones y sueños,
cuando en Extremadura cuidaba mis colmenas
bajo los altos cielos
azules y radiantes, los mismos que hoy se encuentran
tan altos…, y tan lejos…


José María Hercilla Trilla
Salamanca, 14 Enero 1994

(De mi Libro: "Canciones extremeñas")

sábado, 21 de marzo de 2009

279 y 280 - CAÑAVERAL LEJANO (I y II)

CAÑAVERAL LEJANO (I) (279)



Exiliado me encuentro de tu vera,
llevado por los hados o el destino,
mas nunca me he olvidado del camino
de regreso a tu verde primavera.


Si añorándote vivo, bien quisiera
un día reintegrarme peregrino
a mi tierra natal, la que adivino
cual oasis de paz, que en paz me espera.


Cañaveral, dormido en la distancia,
renace en mi memoria cada día;
recuerdo ilusionado la fragancia


de tu azahar y el rumor de mis colmenas…
Tu recuerdo me colma de alegría
y, soñando con ti, se van mis penas.



Barco de Ávila, 24 Agosto 1993



CAÑAVERAL LEJANO (II) (280)



Exiliado me encuentro de tu vera,
sujeto por los hados o el destino,
mas nunca he renegado del camino
que lleva hasta tu dulce primavera.


Añorándote vivo, y bien quisiera
un día reintegrarme peregrino
a mi tierra natal, la que adivino
un remanso de paz, que en paz me espera.


Cañaveral, dormido en la distancia,
despierta en mi memoria cada día;
recuerdo ilusionado la fragancia


de tu azahar, y el rumor de mis colmenas…,
y al hacerlo, me lleno de alegría,
y soñando con ti, se van mis penas.


José María Hercilla Trilla
Barco de Ávila, 24 Agosto 1993

(De mi Libro: "Canciones extremeñas")

viernes, 20 de marzo de 2009

193 - TARDE DE SEPTIEMBRE

TARDE DE SEPTIEMBRE (193)


La tarde se ha dormido entre arreboles
y una paz silenciosa se desprende
desde el Cancho del Águila, rodando
por la empinada cuesta suavemente,
entre jaras, tomillos y brezales,
roquedas y alcornoques, de esta agreste
serranía extremeña de mi cuna,
que presta a mis colmenas grato albergue.

En los huertos cercanos, los naranjos,
las limas olorosas, y los verdes
limoneros, cuajados de azahares,
impregnan –del aroma que desprenden-
el aire de esta tarde agonizante,
que expira entre arreboles lentamente,
negándose a ser sombra de la noche,
maravillosa tarde de septiembre.

Un sagrado silencio me rodea
mientras hago mi ronda diligente,
vigilante guardián de estas colmenas
ordenadas en filas, como breves
casitas de un poblado diminuto,
-cual si fuera un pueblo de juguete-,
donde apuesto al juego de la vida
que gano con sudores de mi frente.


Este hondo silencio, que serena
el alma más inquieta y más rebelde,
es apenas rasgado por el hilo
del agua cantarina de la fuente
de una cercana huerta, y por el hondo
rumor de las abejas, que se extiende
por todo el colmenar, como preludio
de una noche templada de septiembre.

Diez millones de abejas me acompañan
en este atardecer, en que se siente
esta paz inefable, este silencio
que en el aire se expande, y que se mete
hasta el fondo del alma, tan profundo
que incluso algunas veces hasta duele…

¡Diez millones de abejas me acompañan
y la miel de su música me ofrecen…!



José María Hercilla Trilla
En Ávila, pensando en Cañaveral,
en el atardecer del 3 de Julio de 1988

martes, 17 de marzo de 2009

140 - CAÑAVERAL

C A Ñ A V E R A L (140)



- I –


Extremadura queda, si miro hacia el Oeste,
a mi siniestra mano;
a no larga distancia, pero sí, desde luego,
en muy distinto plano.

Cuando aquí es primavera, e incluso crudo invierno,
allí es puro verano.

¡Puerto de Tornavacas, que me abres el camino
para bajar al llano
y llegar a Plasencia, siguiendo el limpio Jerte,
cantarino y serrano,
que desciende de Gredos hasta engrosar las aguas
del Tajo soberano!

¡Puerto de Tornavacas, cuando bajo a mi tierra,
en tus curvas desgrano,
con voz enfebrecida, los cantares que riman
mi «Canción del Hermano»!




- II –

Desde Plasencia, sigo,
y por Grimaldo,
llego hasta el mismo Puerto
de Los Castaños,
donde los caminantes
hacen un alto
para elegir la senda y
tomar descanso.

- III –

Para los extremeños
la ruta es clara:
si tiras a la izquierda,
vas a Las Casas;
si eliges la derecha,
Sierra de Gata;
y si tiras de frente,
vas a mi casa,
a mi pueblo querido,
que en la solana
de la sierra rocosa
se duerme en calma.

Cañaveral te espera
con sus naranjas,
con su miel, con sus limas
y su fragancia:

Tomillos y romeros,
pintonas jaras,
y la flor del naranjo,
-inmaculada
belleza de los huertos-,
aroma exhalan
perfumando los aires
de las mañanas.

Y las rubias abejas,
-música y danza-,
revuelan en tu torno
la zarabanda
de la miel que acarrean
en dulce carga.

Y un ruiseñor oculto
entre las ramas
del verde palosanto
que hay a la entrada,
-oh, Banco de las Musas-,
cuando tú pasas
te obsequia con los trinos
de su garganta,
contento por tenerte
de nuevo en casa,
como en los viejos tiempos,
cuando rimaba
mis versos, a la sombra
-tan dulce y grata-
del verde palo-santo
de hojas de laca.

¿Quién pudiera, paisano,
de una zancada,
trasponer esta Sierra
que me separa
de mi pueblo y amigos,
que allí me aguardan?

¡Quién pudiera, de un brinco,
saltar la valla
de esta Sierra de Gredos,
y estar en casa…!

Y otra vez en el Banco
que yo llamaba
mi Banco de las Musas,
las tardes claras,
con buena compañía,
sin hacer nada,
ver como gira el mundo y
la vida pasa.

¡Cañaveral, tan lejos
como te hallas,
y siempre tan metido
dentro del alma!


José María Hercilla Trilla
Barco de Ávila, 1 Junio 1986

(De mi Libro: "Canciones extremeñas")

lunes, 16 de marzo de 2009

089 - EL COLMENAR ESCONDIDO

EL COLMENAR ESCONDIDO (089)


Descúbreme, Colmenero,
tu escondido colmenar,
el de la miel cristalina
perfumada de azahar
y la cera inmaculada
del exquisito panal.

- En los cuestos de la sierra,
pasado Cañaveral
y muy cerca de El Arquillo;
junto al camino que va
atajando a Portezuelo;
por debajo del Canchal
del Águila, que corona
aquel paisaje sin par;
allí lo tengo escondido,
junto a un claro manantial
que baja regando huertos
donde crece el limonar,
los naranjos y las limas,
cuya flor fragancia da
a la miel de mis colmenas
y embalsama aquel lugar.

Allí me paso los días
y las horas se me van,
arrastradas por las aguas
del cercano manantial,
mientras cuido mis abejas
y limpio mi colmenar.

En el augusto silencio
que rasga el abejear
de mi hueste colmenera,
con Dios me suelo encontrar
y rezando le doy gracias
por todo lo que me da.

Ya sabes, mi buen amigo,
donde está mi colmenar.

No descubras mi secreto,
ni turbes mi soledad,
que en los cuestos de la sierra,
donde el águila real
tiene su nido en el Cancho
que domina el roquedal,
entre mis rubias abejas
y fragancias de azahar,
paso tranquilo mi vida,
con Dios y conmigo en paz.


José María Hercilla Trilla
Barco de Ávila, 19 Marzo 1984

(De mi Libro: "Canciones extremeñas")

viernes, 13 de marzo de 2009

076 - ATARDECER EN CAÑAVERAL

ATARDECER EN CAÑAVERAL (076)


La tarde languidece suavemente.
Sentado en la alta sierra,
extasiado contemplo este paisaje
donde las duras tierras
del secano extremeño, las encinas,
la jara resinera,
el rojo alcornocal y los olivos,
caminos y veredas,
perfilan sus recuadros y deslindan
las campesinas dehesas.

Río Tajo, serenamente cruza,
-allá, por Alconetar-,
como cinta de plata espejeante
que se remansa y quiebra,
recorriendo un cauce accidentado,
flanqueado de breñas.

Cañaveral, tranquilo en la pendiente
del monte se recuesta,
mostrando sus terrados encalados,
donde la rubia cera,
besada por el sol de Extremadura,
al aire se blanquea.

Los huertos de naranjos, escondidos
en la empinada cuesta
que sube desde el Caño hacia la cima,
son la nota risueña,
el toque de verdor y de frescura
agradable y amena
en el seco y ascético paisaje
de mis natales tierras.

El sol, como Hostia Santa, se ha parado
sobre esa línea incierta
que forma el horizonte al caer el día,
y unas nubes violetas
se van enrojeciendo al ser besadas
por las luces postreras.

Mil sonidos diversos, en el aire,
difuminados llegan;
los gritos de un pastor a su rebaño…;
un balido de ovejas…;
los mugidos de un toro…; cacareos…

Desde el pueblo se eleva
el murmullo apagado de las gentes,
que, quizás a las puertas
de sus casas, ardientes como hornos,
se asoman a la espera
del fresco y del respiro de la noche,
que ya presienten cerca.

Repiten, incansables, las chicharras
su música sin tema,
y un grillo cantarino entona un solo,
oculto en la grillera;
en un tono menor, oigo el zumbido
de las dulces abejas,
libando los tomillos y romeros
nacidos en las crestas.

Inesperadamente, todo el ruido,
-zumbido de colmena
que llenaba la tarde y era vida
vibrante y placentera-,
en signo de homenaje al Sol muriente,
de pronto se silencia,
quizá sobrecogidas las criaturas
en la hora suprema
de la muerte de un día. El silencio
parece que se tienta.

El Sol ha consumado ya su ocaso;
una calma serena
ha tendido su manto sobre todo
lo que vive o alienta.

Pasado un breve instante, una campana,
desde la vieja Iglesia,
desgarra este silencio y nos anuncia
que es víspera de fiesta.

Yo, desciendo, pausado, por El Arco….
En el cielo, una estrella
lejana, -el lucero vespertino-,
me guiña y parpadea….


José María Hercilla Trilla
Ávila, 18 Abril 1980

(De mi Libro: "Canciones extremeñas")

jueves, 12 de marzo de 2009

072 - NOSTALGIAS EXTREMEÑAS

NOSTALGIAS EXTREMEÑAS (072)


Cosas hay del pasado, que recuerdo
con memoria tan grata, que quisiera
-retrasando en el acto los relojes-
regresar en el tiempo que me pesa
y volver a sentir sobre mi frente
el beso de los aires de mi tierra;
ese aire templado, con aromas
de azahar y de romero, que penetra
hasta el fondo del alma, enamorada
del lugar extremeño en que naciera.

Recuerdo con nostalgia, sobre todo
en estos fríos meses que me hielan,
mi rincón solitario y escondido
en las faldas agrestes de la sierra,
entre escobas, tomillos y jarales,
entre huertos robados a las peñas,
donde vive el naranjo y limonero,
el altivo alcornoque de corteza
rojiza que destaca en el paisaje
y el olivo, de hojas cenicientas.

Cobijado al pie de La Gineta,
desde él oteaba, allá a lo lejos,
el Tajo, manso río que serpea
entre riscos y alcores de retama,
reflejando las ruinas de Alconetar,
erguidas poderosas en su orilla
arenosa, con su torre de piedra.

Un poco más al fondo, los secanos
de Los Cuatro Lugares, rastrojeras
quemadas por el sol de Extremadura,
que agosta, que consume y hasta ciega.

Lugares de Monroy y de Santiago,
de Talaván, -dormido en una cuesta-,
y de Hinojal. ¡Amados pueblos míos,
de las pardas llanuras extremeñas!

Mi rincón solitario, junto a El Arco,
escondido en lo hondo de las breñas,
con mi rústica casa y mis olivos,
mi fuente rumorosa y mis colmenas.

Eras como un bastión inexpugnable,
mi torre de marfil, mi fortaleza,
mi lugar de trabajo y de consuelo,
perdido Paraíso aquí en la tierra.

¡Cuántas horas pasadas al cuidado
amoroso de olivos y de abejas,
cazando los enjambres bulliciosos,
recogiendo las mieles y la cera,
buscando jabardillos volanderos,
o cuidando con mimo de una reina!

A las doce, la busca del poleo,
humilde y tierno, con sabor a menta,
nacido en las orillas del regato;
el majarlo con ajo en una cuenca
para hacer el gazpacho refrescante;
comerlo con fruición en una mesa
plantada a la sombra de un olivo;
y en mullido colchón de verde hierba,
-con un trozo de corcho por almohada-,
sumirme blandamente en dulce siesta,
mecido por la música inefable
orquestada por mi hueste colmenera.

¡Qué sueños más dichosos he gozado
arrullado por todas mi abejas,
vigilantes guardianas de mi sueño
en sus vuelos de guardia y pecorea!

¡Qué sedante zumbido milagroso,
bajo un sol de justicia que requema;
un sol de centelleante mediodía,
que agosta y desfallece cuanto besa!

A lo lejos, el canto monorrimo
de la verde chicharra, que sestea
en las ramas grisáceas del olivo
o escondida en la jara resinera.

A veces, en lo alto, sobre el cielo,
el águila imperial, sombra altanera,
en busca de un conejo descuidado
sobre el cual abatirse como flecha
caída de improviso, raudamente,
silenciosa, carnívora y certera.
El manso atardecer… Ya terminados
los diarios trabajos y tareas,
recogida la miel en las vasijas,
acercaba mi asiento hasta la puerta
de la rústica casa y aguardaba
que el mundo, poco a poco, se durmiera,
fumando silencioso mi cachimba,
con el cuerpo cansado, y la conciencia
en paz con Dios, conmigo y con los hombres,
como cuadra al autor de obra bien hecha.

Los ruidos se apagaban lentamente;
silenciosas quedaban las colmenas;
la brisa se dormía entre las ramas
del olivo cercano y de la higuera;
y en la bóveda azul, -ya ennegrecida-,
empezaban su baile las estrellas.
…..

Cañaveral, mi pueblo, se quedaba
al final de la dura y pina cuesta,
dormido en el silencio de la noche,
abrigado al amparo de la sierra.

Yo, dormía tranquilo y sosegado,
esperando que el alba mañanera
trajera hasta mi rústica cabaña
la música sin par de mis colmenas.


José María Hercilla Trilla
Barco de Avila, 19 Marzo 1979

(De mi Libro: "Canciones extremeñas")

(Publ. En Es Diari, nº 730, 31.08.08)

martes, 10 de marzo de 2009

062 - LACARRETERA

LA CARRETERA (062)


Por la carretera viene,
por la carretera va,
la carreta de mis sueños,
que carreteando está.

Carretera, vieja amiga
de tan grato pasear
en las tardes de verano,
solo con mi soledad,
forjando sueños de gloria
que soñaba yo alcanzar.

Carretera de mi pueblo,
¿ cómo no te he de añorar ¿

Yo tenía veinte años.
¡ No sé los que tengo ya ¡

Carretera inolvidable
de mi buen Cañaveral,
donde el carro de mis sueños
se solía desbocar.

La carretera allí sigue.
Los sueños… ¿ dónde estarán ¿


José María Hercilla Trilla
Avila, 26 Junio 1978

(De mi Libro: "Canciones extremeñas")

lunes, 9 de marzo de 2009

013 - ENSAYO

E N S A Y O (013)


Es un llano infinito
del paisaje extremeño.

Ni una casa, ni un árbol
que protejan del fuego
del sol. Nubes de polvo,
alzándose a lo lejos,
indican la existencia
de un rebaño. Carneros,
que marchan lentamente
a pastos menos secos,
donde saciar el hambre.

Dos pastores, ya viejos,
con sus hatos cargados
en tres pobres jumentos
milenarios y enclenques,
conducen en silencio
el nómada rebaño.

A los flancos, dos perros
de mirar sanguinario,
con su collar de cuero
erizado de puntas,
arrastran su esqueleto,
que parece salirse
a través del pellejo
manchado por el polvo
de todos los senderos.

El bochorno atormenta;
un pesado silencio
gravita en el ambiente;
el calcinado suelo
se agrieta y resquebraja.

A lo lejos, el cielo
confunde sus perfiles
con el llano sediento,
que parece extenderse,
en busca de un venero
de aguas cristalinas,
o de algún aguacero
que refresque la tierra.

El polvo amarillento
que levantan las patas
de ovejas y carneros,
envuelve en una nube
a pastores y perros.

Saca un pastor la bota.
- ¡Para! Bebamus, Pedru,
qu’estoy ya que m’ajogu.
¡Dios! Las ganas que tengu
de velmi ya en Castilla
y dejal esti fuegu
que me jiervi la sangri
y me fundi los sesus.
Como siga el caminu
como hasta aquí de secu,
si Dios no haci un milagru,
jasta los mismos perrus
se nos muerin, compadri.
¡Caramba con el tiempu…!

El señor Pedro bebe
de la bota el añejo
vinillo de la tierra.

Lo regusta en silencio
y se seca la boca
con el dorso mugriento
de su mano velluda,
curtida por el tiempo,
el trabajo y la roña.

Arruga el entrecejo
con gesto de cansancio
y anima al compañero:

-¡Vamus, hombri! Camina,
que me paece que prestu
llegamus a una aldea.

Y caminan de nuevo,
ayudando sus pasos
con los cayados recios,
resistentes y burdos,
de retoño de fresno.

Es un horno la tierra;
chirrían a lo lejos
las pesadas chicharras,
su diapasón molesto…


Y pasan los pastores….¡
Encorvados al peso
de los años vividos,
sus pasos son inciertos,
su andar es trabajoso,
su caminar, muy lento…;
pero siguen marchando
detrás de los jumentos
cargados con los hatos;
gritando a los carneros,
silbando a las ovejas;
azuzando a los perros,
que marchan cabizbajos,
soñando con un hueso
en que saciar las ansias
de sus vientres hambrientos…

La tarde va pasando…;
el rebaño, -ya lejos-,
continúa su marcha
por el llano extremeño,
sumido en el bochorno,
en busca de un venero
de aguas cristalinas
o esperando del cielo
que una nube piadosa
descargue un aguacero
y reverdezca el campo,
amortecido y seco.

Poco a poco se tornan
sus perfiles inciertos,
y al final se confunden
los pardos cenicientos
del rebaño lejano
con la línea que el cielo
y la tierra limitan…

¡Poco a poco vinieron…!
¡Lentamente cruzaron…,
y callados se fueron!


José María Hercilla
Cañaveral, 1948

(De mi Libro: "Canciones extremeñas")

sábado, 7 de marzo de 2009

318 - AMOROSO CERCO

AMOROSO CERCO (318)


Una muralla quisiera
levantar en derredor
de ti, para defenderte
de cualquier daño y dolor
con que la vida pudiera
desgarrarte el corazón.

Una muralla quisiera
levantarte alrededor
para encerrarme contigo,
y a solas los dos, tu y yo,
dejar que transcurra el tiempo
cultivando nuestro amor.

Una muralla quisiera
-enamorada prisión-,
de la que ser carcelero
y guardar en su interior
aquello que yo más quiero
en perpetua reclusión.

Una muralla quisiera,
-inexpugnable bastión
con almenas guarnecido-,
para, lejos del rumor
del mundo, vivir contigo
y dar gracias al Señor.


José María Hercilla Trilla
Salamanca, Octubre 1997

(De mi Libro: "Ensoñaciones")

jueves, 5 de marzo de 2009

284 - BREVE

BREVE (284)



El más bello verso:
el que no se escribe.

El amor más puro:
el que no se vive.

La vida más necia:
la que se malvive.

La duda más grande:
la de nuestro origen.

La verdad más cierta:
que he de morirme.



José María Hercilla Trilla
Avila, 1 Septiembre 1993

(De mi Libro: "Ensoñaciones")

martes, 3 de marzo de 2009

283 - COBÍJAME EN TU PECHO

COBIJAME EN TU PECHO (283)


Cobíjame en tu pecho y préstame amorosa
la luz de tu mirada, tu arrullo de paloma,
y déjame quedarme junto a tu lado, a solas,
a ver como amanece y su esfuman las sombras
dormidas en el fondo oscuro de tu alcoba.

Cobíjame en tu pecho, embriágame en tu aroma
y déjame que beba el néctar de tu boca,
mientras a Dios le rezo, y espero que me oiga,
para que no se acabe esta noche gozosa,
ni lleguen con el día las luces de la aurora.

Cobíjame en tu pecho, como en las dulces horas
de aquellos años idos, de nuestras noches locas;
y alejado del mundo y de sus vanas pompas,
déjame adormecido decir adiós a todas
las viejas ataduras que me unen a las cosas,
pues estando en tus brazos, el mundo ¿qué me importa?.


José María Hercilla Trilla
Barco de Avila, 28 Agosto 1993

(De mi Libro: "Ensoñaciones")