viernes, 13 de marzo de 2009

076 - ATARDECER EN CAÑAVERAL

ATARDECER EN CAÑAVERAL (076)


La tarde languidece suavemente.
Sentado en la alta sierra,
extasiado contemplo este paisaje
donde las duras tierras
del secano extremeño, las encinas,
la jara resinera,
el rojo alcornocal y los olivos,
caminos y veredas,
perfilan sus recuadros y deslindan
las campesinas dehesas.

Río Tajo, serenamente cruza,
-allá, por Alconetar-,
como cinta de plata espejeante
que se remansa y quiebra,
recorriendo un cauce accidentado,
flanqueado de breñas.

Cañaveral, tranquilo en la pendiente
del monte se recuesta,
mostrando sus terrados encalados,
donde la rubia cera,
besada por el sol de Extremadura,
al aire se blanquea.

Los huertos de naranjos, escondidos
en la empinada cuesta
que sube desde el Caño hacia la cima,
son la nota risueña,
el toque de verdor y de frescura
agradable y amena
en el seco y ascético paisaje
de mis natales tierras.

El sol, como Hostia Santa, se ha parado
sobre esa línea incierta
que forma el horizonte al caer el día,
y unas nubes violetas
se van enrojeciendo al ser besadas
por las luces postreras.

Mil sonidos diversos, en el aire,
difuminados llegan;
los gritos de un pastor a su rebaño…;
un balido de ovejas…;
los mugidos de un toro…; cacareos…

Desde el pueblo se eleva
el murmullo apagado de las gentes,
que, quizás a las puertas
de sus casas, ardientes como hornos,
se asoman a la espera
del fresco y del respiro de la noche,
que ya presienten cerca.

Repiten, incansables, las chicharras
su música sin tema,
y un grillo cantarino entona un solo,
oculto en la grillera;
en un tono menor, oigo el zumbido
de las dulces abejas,
libando los tomillos y romeros
nacidos en las crestas.

Inesperadamente, todo el ruido,
-zumbido de colmena
que llenaba la tarde y era vida
vibrante y placentera-,
en signo de homenaje al Sol muriente,
de pronto se silencia,
quizá sobrecogidas las criaturas
en la hora suprema
de la muerte de un día. El silencio
parece que se tienta.

El Sol ha consumado ya su ocaso;
una calma serena
ha tendido su manto sobre todo
lo que vive o alienta.

Pasado un breve instante, una campana,
desde la vieja Iglesia,
desgarra este silencio y nos anuncia
que es víspera de fiesta.

Yo, desciendo, pausado, por El Arco….
En el cielo, una estrella
lejana, -el lucero vespertino-,
me guiña y parpadea….


José María Hercilla Trilla
Ávila, 18 Abril 1980

(De mi Libro: "Canciones extremeñas")

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