martes, 15 de abril de 2008

294 - LAS VOCES LEJANAS

LAS VOCES LEJANAS (294)


Vivir no es apenas otra cosa
que ir sumando trabajos y recuerdos,
y despedir amigos entrañables
que se alejan al agotar su tiempo.

Para medir la edad no es necesario
partir del año de tu nacimiento
y así contar los años transcurridos;
tu edad exacta te la dan los muertos
que has ido acumulando en la memoria;
aquellos con los cuales un buen trecho
del camino corristes hermanado,
o corriste siquiera en paralelo,
y cuya ausencia, hoy, sensiblemente,
la notas en tu vida como un hueco
difícil de llenar con nuevas caras,
por mucho que te empeñes en hacerlo.

Cuando es tal la cantidad de los ausen­tes,
de aquellos que quisite y se te fueron,
te das cuenta, por mucho que te duela,
que tus años se cuentan por el peso,
ingrávido quizás, pero sensible,
de todos los que un día te quisieron
y que fueron por tí correspondidos
en santa comunión de sentimientos.

Para decirlo en forma inteligible,
eres joven si tienes pocos muertos
guardados con amor en tu memoria,
en tanto que comienzas a ser viejo
cuando ya te resulta trabajoso
numerarlos y dar cabal asiento
en tu débil memoria atormentada
a todos los amigos que se fueron.

El polvo de los muertos no intoxica,
pero puede llegar a ser un peso
difícil de llevar en ocasiones,
por lo mucho que duelen los recuerdos.

Por mucho que dijera Jesucristo,
no es lo mismo el prójimo «de lejos»,
al que debes amar como a tí mismo,
- mandato de difícil cumplimiento -,
que el prójimo cercano, tu familia
y esa lista de amigos predilectos
que te hicieron vivir con complacencia,
gozando su presencia y el afecto
recíproco que unía vuestras vidas
en dulce y amoroso sentimiento.

La muerte de tu prójimo lejano
es apenas noticia de un suceso
que llega intrascendente a tus oídos
y se marcha arrastrada por el viento,
en tanto que la muerte de los otros,
de aquellos que tu vida convivieron
y llegaron a ser parte integrante
de tu alma, e incluso de tu cuerpo,
esta muerte te deja anonadado
irremisiblemente con su peso
que se suma al peso de otros muchos
guardados con amor en tu recuerdo.

Cuando sientes que vas quedando solo,
que todos los demás se han ido yendo,
empiezas a notar, poquito a poco,
que te van agobiando esos recuerdos
y hasta sueles, a veces, preguntarte
cuánto falta para llevarte al huerto.

Y no vale que quieras rebelarte
e intentes respirar y sacar pecho
en gesto de arrogancia manifiesta,
gritando que te encuentras bien dispuesto
para cargar sobre tus pobres hombros
el polvo enamorado de los huesos
de todos los que fueron tus amigos
y viven sin morir en tu recuerdo.

Hay días en que el ánimo flaquea
y oyes unas voces que a lo lejos
arece que te llaman por tu nombre,
aunque aquello que digan, por supuesto,
no resulte ni medio inteligible
al mezclarse el sonido con los ecos;
y no sabes si dicen que te quedes
o dicen que te vayas ya con ellos.

Yo, en la duda, prefiero hacerme el sordo;
tiempo habrá de morirse, y es lo cierto
que aunque sea a trancas y a barrancas,
es mejor seguir vivo que estar muerto.

José María Hercilla Trilla
Almuñecar, 6 Agosto 1996

(De mi libro: “Canciones de mis años idos”)
(Publ. En
www.esdiari.com Nº 645/14-01-07
y en
www.avilared.com del 24-01-07)

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