sábado, 2 de agosto de 2008

451 - EL DÍA QUE MUERA

EL DÍA QUE YO ME MUERA (451)


El día que yo me muera,
así lo mando y ordeno,
no quiero que se me exhiba
en una caja de muerto
de esas que ahora se usan
con dos tapas, la de dentro
con un cuadrado cristal
para ver al interfecto
que no mueve pie ni pata,
cerrados sus ojos, serio
como solo puede estarlo
un difunto circunspecto
al que ya nada le importa,
mas sabe que eso del duelo
las más veces es teatro
con ribetes sainetescos.

El día que yo me muera
ya sabéis que mi deseo
es que me tapéis el rostro
con tupido velo negro
y me metáis en la caja,
echando la tapa luego,
una tapa sin ventana
de cristales indiscretos
por la que puedan mirarme
-sin yo mirarlos a ellos-
los curiosos, los amigos,
los parientes o mis deudos
que vengan a despedirme
con amor o con respeto
o sólo por cerciorarse
de que, por fin, ya me he muerto.

El día que yo me muera,
bien tapado y bien cubierto,
sin exhibirme ante nadie,
llevadme hasta el cementerio
y enterradme cuanto antes
para quitarme de en medio.

Tiempo ha que a mi cuñado
un encargo tengo hecho,
porque los pies se me enfrían
y me resulta molesto
dormir con los pies muy fríos;
por eso es por lo que quiero
que me entierren con los pies
orientados hacia el puesto
donde el sol los bese y temple
en esos días de invierno
en los que se hiela todo,
hasta los pies de los muertos,
pues yo, con los pies helados,
os juro que me desvelo.

Ya sabéis mis dos encargos:
No exhibirme, lo primero;
lo segundo, colocarme
buscando que por derecho
el sol me bese los pies,
pues peco de friolero
y quiero dormir a gusto
sin tiritones molestos,
sin revolverme en el nicho,
gozando del sueño eterno.

Si así hacéis, Dios os lo premie.
Si no, ¡ya veré yo luego!

No os apenéis, sobre todo;
la vida sólo es un juego
que dura muy pocos años
y no hay que tomarla en serio.

Fui feliz en lo que pude;
otras, fallé en el intento;
pero sacando las cuentas
debo decir del promedio
que fui hombre afortunado
y que hasta incluso me dieron
mucho, muchísimo más
de lo que yo me merezco.

El día que yo me muera,
sabed todos que me muero
a mi Dios agradecido
y además y por supuesto
a todos cuantos me amasteis
a pesar de mis defectos.

No me lloréis. Ley de vida
es morirse. Quien de viejo
puede morir, tiene suerte,
que otros, jóvenes murieron,
sin saber porqué, ni cómo,
ni que falta cometieron.

El día que yo me muera,
-Dios quiera que tarde tiempo-,
atendedme cual os digo
y no lloradme, ¡os lo ruego!
que si Dios quiere acogerme
yo os cuidaré desde el cielo.


José María Hercilla Trilla
Salamanca,11 Enero 2003

(De mi Libro: “Íntimas”)

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