jueves, 28 de agosto de 2008

159 - FINAL DE TRAYECYO

FINAL DE TRAYECTO (159)

- I -

El paso inexorable de los años
debiera agudizar nuestras raíces
y hundirlas, día a día, más profundas
en el trozo de tierra que pisamos;
a fuerza de vivir años y años,
debiéramos amar tanto las cosas
que forman nuestro entorno cotidiano,
que el temor de perderlas nos debiera
la vida atormentar salvajemente.

Y es lo cierto, lo tristemente cierto,
que el ansia de vivir que te embargaba
y movía hacia nuevos horizontes
en busca de emociones y aventuras,
que hacía que a las cosas te aferraras
con ímpetu salvaje de dominio,
poco a poco, inexplicablemente,
vas notando que el tiempo la diluye,
y miras a la vida de otro modo,
como un vaso de vino que se agota
sin que nadie te pueda servir otro,
por mucho que proclames que te gusta
y que sigues lo mismo de sediento.

Y contemplas las cosas que ganaste
en tu vida febril y accidentada,
-creyendo que serían tuyas siempre
y que nunca podrían separarte
de su grata presencia y de su goce-;
las sientes cada día menos tuyas
y adviertes claramente que el dominio
que pensabas eterno e inmutable,
no pasaba de ser un usufructo,
fugaz como la vida y transitorio.

Y es lo cierto, lo felizmente cierto,
que ves como la vida se te acaba,
que al final del trayecto el equipaje
tendrás que abandonar en otras manos
y partir tan desnudo cual llegaste
a esta esfera que rueda en los espacios;
y es lo cierto que asumes todo ello,
no sé si resignado o complacido,
pero sí con el ánimo dispuesto
a cumplir con los plazos naturales,
para todos y siempre inexcusables,
sabiendo que es inútil rebelarse,
feliz por haber hecho todo cuanto
te dejaron hacer para los tuyos
y trataste de amar a tus Hermanos
aquello que pudiste y permitieron,
ya que amar es tarea compartida
y son muchas las veces que resulta
el Amor una meta inalcanzable,
que debe reemplazarse buenamente
con una bondadosa indiferencia.

- II -

¡Amarás a tu Dios más que a tu vida!
Cuán fácil nos resulta el cumplimiento
del mandato divino que así dice,
a poco que discurras y comprendas
que ese Dios te resulta necesario
si no quieres vivir en el absurdo
y tratas de indagar en los misterios
del origen y fin del Universo;
y tratas, sobre todo, de explicarte
el milagro asombroso de tu vida,
esa vida compuesta de materia
y animada también de sentimientos,
esa vida que sólo justifica
su precaria existencia si la llenas
de Amor hacia tu Dios y hacia los Hombres.

- III -

¡Amarás a tu prójimo igualmente,
lo mismo que te amas, si es que quieres
un día disfrutar de la presencia
inefable del Dios del Universo!

(En este mandamiento se condensa
lo más bello y difícil de este mundo.)

Nada hay más hermoso y más sublime
que ese Amor infinito y sin fronteras,
que abarque por completo a los Hermanos
que contigo conviven en la Tierra.

Pues así como amar a aquellos hombres
que viven alejados de nosotros
supone simplemente decir "Quiero",
no sucede lo mismo con aquellos
que contigo conviven día a día
y se cruzan contigo por la calle;
aquellos que te muestran sus miserias,
te hieren con sus hoscas brusquedades,
-agudas como aristas cristalinas-,
te ignoran con sus torpes egoísmos,
ofenden tus sentidos más primarios
con su aspecto y sus tufos animales...,
y te hacen recordar, pese a ti mismo,
que eres hombre también, igual que ellos,
y que tienes también, mal que te pese,
la misma imperfección que no perdonas
a aquellos que te cercan y conviven,
a aquellos que tan sólo son espejo
de azogado cristal pluscuamperfecto
donde ves reflejadas tus miserias.

(Cuán difícil resulta muchas veces
tolerar a ese prójimo cercano,
para encima tener que amarle siempre
lo mismo que a nosotros nos amamos;
imposible resulta en ocasiones
cumplir con tan estricto mandamiento,
y hasta el acto de mera tolerancia
exige un sacrificio sobrehumano.)

- IV -

Si un día nos pidiera el Juez Supremo
la cuenta de ese amor que nos impone,
los saldos resultantes no serían
-salvando muy contadas excepciones-,
las causas eficientes que movieren
a Dios, a permitirnos el acceso
al reino de los Cielos prometido.

Menos mal que ese Dios en quién yo creo,
más que Dios de Justicia, es de Bondades,
y habrá de perdonar, igual que un Padre,
sin ninguna excepción, nuestros pecados...,
aunque a veces no hubiéramos cumplido
el mandato de Amor hacia el Hermano
con esa precisión con que la norma
lo establece en forma indubitada.


Pues bien, si a Dios amaste sobre todo
y quisiste a los tuyos igualmente,
-es decir, mucho más que tú te amas,-
y al resto de los hombres procuraste
amarles como dice el Mandamiento,
aunque a veces amarles no te fuera
permitido por ellos o sencillo,
entonces llegarás -sin darte cuenta-,
no sé si complacido o resignado,
pero sí con el ánimo tranquilo,
a cumplir el mandato indefectible
que en polvo enamorado te transforme,
y en un rayo de luz iridiscente,
raudamente te eleve hasta los Cielos
y presente a ese Dios que tanto amas,
ese Dios de clemencia, que te acoja
en sus brazos abiertos, como un Padre,
y desvele por fin, para ti solo,
en un acto de amor inescrutable,
el oculto misterio de la Vida.

José María Hercilla Trilla
Benidorm, 26 Octubre 1986

(De mi Libro: "Fides")

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