miércoles, 11 de junio de 2008

533 - ELOCUENTES SILENCIOS

Elocuentes silencios (533)

Tan sólo en el silencio nos mostramos
con el alma desnuda, tal cual somos,
sin nada que esconder a las miradas
de quienes nos rodean y nos miran.

Desde nuestro silencio ensimismado,
absorta la mirada en el vacío,
vagando nuestra mente en los arcanos
lejanos y profundos, es entonces
cuando el hombre indefenso se presenta,
delante de su prójimo expectante,
sin el arma eficaz de la palabra
dispuesta a encubrir su pensamiento.

La palabra, esa noble herramienta
que tan sólo debiera ser usada
para decir verdades al Hermano,
ha venido –por muy varios motivos-
a ser una coraza protectora
que a unos hombres esconde frente a otros.

Nadie dice verdad; todos se ocultan
detrás de la palabra, la que usan
a modo de careta protectora,
escondiendo tras ella sus ideas,
por temor, puede ser, de que los otros
adivinen sus faltas y carencias.

La palabra, aquélla que debiera
ser faro de verdad resplandeciente,
bastante a iluminar a las dos partes
enfrascadas en amical coloquio,
se ha tornado cortina protectora
donde todos ocultan lo que piensan,
e incluso lo que son y como sienten.

Tan sólo en el silencio, cuanto estamos
inermes, desprovistos de palabras
que puedan defendernos de los otros,
es cuando realmente nos mostramos
con el alma desnuda, tal cual somos.

¡Triste cosa que nadie pueda vernos
callados, en silencio, ofreciendo
fiel imagen de lo que realmente
-¿bueno, malo?- venimos a ser todos!

El torpe guirigay de las palabras
al hombre difumina de tal modo
que a veces no es posible conocerle
ni saber lo que piensa o lo que dice,
si nos dice verdad o sólo intenta
engañarnos deliberadamente.

La palabra se ha vuelto defensiva,
e incluso en ocasiones, por desgracia,
se transforma en arma arrojadiza
lanzada por los unos a los otros,
buscando lacerarse en lo más hondo,
en un claro propósito asesino,
lo mismo en los estrados tribunicios
que en las calles que todos paseamos.

La palabra, Hermano que me escuchas,
perdida su virtud santificante,
se ha tornado hipócrita careta
de que todos usamos sin reparo.

¡Dios quiera devolver a la palabra
esa gracia inicial que siempre tuvo
de llevar la concordia a los humanos
y dejarles vivir en paz perpetua!


José María Hercilla Trilla
www.hercilla.blogspot.com
Barco de Ávila, 18 de Julio de 2.007



(De mi libro: “Canciones del Hermano”)
(Publ. en
www.esdiari.com Nº 680/16.09.07
y en
www.avilared.com del 26.09.07)

No hay comentarios: