viernes, 13 de junio de 2008

530 - RÍO TORMES


RÍO TORMES (530)

Este río, barcense y deleitoso,
que riega con sus aguas la ribera,
es un río sin par, maravilloso,
de un agua cantarina, limpia y fresca.

Dejó sus juveniles correrías
entre los riscos de la abrupta sierra
de Gredos, visible en lontananza,
para ir a calmar en La Aliseda
sus aguas –hasta entonces revoltosas
y sonoras al chocar contra las piedras-
y a partir de ese punto, remansadas,
discurrir entre umbrías alamedas,
frondosos alisares verdioscuros,
pomaradas colmadas de reinetas,
verdes prados –delicia del vacuno-,
vastas huertas de ricas habichuelas,
esas tiernas judías conocidas
como alubias del Barco, las barqueñas….

Después de haber corrido algún espacio,
en Las Hoyas de El Barco al fin penetra
y pasa el viejo puente, a cuya entrada
una ermita sencilla al cielo eleva
sus muros de granito, a la que acuden,
llevados por la fe que le profesan,
los fieles de este pueblo a dar las gracias
a ese Cristo del Caño que se muestra
clavado en alta cruz, con pañizuelo
bordado que le tapa las vergüenzas.

Sigue el río avanzando, hasta que salta,
a pocos pasos, una pequeña presa,
para luego seguir, mansas sus aguas,
y pasar la otra puente -más moderna-,
a perderse después en la distancia
y regar otros campos y riberas.

A nosotros, barcenses, convencidos
de que al Tormes se debe la belleza
de este pueblo sin par que nos cobija
y nos brinda la paz de su ribera,
nos es grato venir a contemplarle
en su quieto fluir por La Alameda,
donde pasa sin ruido y sin espumas,
-se podría decir que con modestia-,
sin más que un ir pasando sosegado,
para ir a perderse entre riberas
que le habrán de llevar a Salamanca
-lejana y literaria-, y a Ledesma,
convertido en cloaca salmantina,
en nada parecido a lo que fuera
en su curso primero y abulense,
donde nada enturbiara su limpieza.

En muda adoración yo te contemplo,
sentado en este banco de madera
de este parque, donde la sombra abunda
y protege del sol esta cabeza
que debo de cuidar con mucho esmero
-aunque sepa que se halla medio hueca,
de algún tiempo a esta parte sobre todo-,
evitando que las pocas ideas
que aún pudieran quedar se me marcharen
y nunca más volviere a saber de ellas.

En esta grata sombra acogedora,
el alma se complace y se recrea
en gozar del encanto del paisaje
-(esos picos lejanos, que blanquean
con las últimas nieves que cayeron
avanzada ya la primavera;
o la vista del puente y de su ermita;
de La Central, cuajada de arboleda,
donde iba a bañarme hace mil años,
cuando estaba en plenitud de fuerzas;
de las casas que surgen a voleo
a lo largo de la margen izquierda,
a impulso de las modas y corrientes
que todo lo trastocan y renuevan)-;
y fijando la vista en la frontera
ermita que cobija al Santo Cristo,
transido de emoción, al cielo eleva
una breve oración, agradeciendo
el silencio y la paz que le rodea.

José María Hercilla Trilla
Barco de Avila, 1º Julio 2.007




(De mi libro: “Penúltimas”)
(Publ. en
www.esdiari.com Nº 683/7.10.07)

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