viernes, 28 de marzo de 2008

LA VIDA EN LA PROVINCIA (258)

LA VIDA EN LA PROVINCIA (258)

Cenáculos, tertulias madrileñas,
corrillos de café, me son ajenos;
resido en la provincia que me acoge
y premia con la calma de su vida,
sin prisas, sin agobios, sin distancias
que hipotequen y gasten neciamente
los años que me restan de existencia,
turbando el discurrir manso y sereno
del río de mi vida, encaminado
hacia el profundo mar, donde terminan
los ríos, «los caudales y más chicos».

Sin grandes ambiciones ni dispendios,
con leves vanidades satisfechas,
-hombre soy, y por ende vanidoso-,
no exijo grandes cosas a la vida
y a los hombres apenas solicito,
cual hiciera Diógenes entonces,
que del sol no me priven, y me dejen
gozar de su calor vivificante,
en paz con Dios, conmigo y con el mundo,
ese mundo al que tan poco pido,
que no le pido nada, solamente
un trocito de tierra junto al Tormes
-con dos metros cuadrados hasta sobra-,
y un rayito de sol que me caliente
los huesos por los siglos de los siglos.

La vida en la provincia se desliza
cual chorrillo de aceite que manase
de un lagar de mis tierras extremeñas,
incesante, sin ruido, sin burbujas,
colmando quedamente la vasija
que Dios a cada hombre concediera,
sin decirle su aforo, felizmente,
para poder vivir con esperanza,
sin temor a un final a plazo fijo.

La vida en la provincia, solamente
se vive bulliciosa por aquellos
que «en bien de los demás» gastan sus vidas
y consumen sus horas en continuas
presidencias de honor, desplazamientos,
procesiones, desfiles, besamanos,
agobiantes «comidas de trabajo»,
inacabables juntas donde el tedio
aplasta como losa de granito
las preclaras cabezas que nos rigen...

La vida en la provincia es sofocante
para el Gobernador, para el Alcalde,
Senadores del Reino, Diputados,
Delegados de Junta, Concejales
y otros cuantos prebostes distinguidos;
y también para aquellos agregados
a la triunfal cohorte dirigente,
aplaudidores natos y obedientes
de vacíos discursos y promesas,
que adulan, mientras comen las migajas
dejadas al alcance de sus manos,
y siempre agradecidos y sumisos
no cesan de aplaudir con energía.

Los demás, los mortales que no somos
capaces de crecer y de dar sombra,
vegetamos en cómodo silencio,
felices con el rol que nos han dado,
orgullosos de ser contribuyentes
a estos fastos de cierra-milenario
para gloria y provecho de unos pocos.

Escéptico-anarquista-moderado,
resido en la provincia que me acoge
y brinda su sosiego inigualable;
colmadas mis humanas exigencias,
(y no por lo que tenga o atesore,
sino por lo muy poco que preciso),
doy las gracias a Dios cada mañana
por el sol que me alumbra y me calienta,
por la esposa que quiso darme en suerte,
por la hija que tengo, a la que adoro,
por mi yerno sin par, y por mis nietos,
en los cuales mi vida se prolonga
más allá de mi mismo y mis palabras,
vencedores del tiempo transitorio;
por todo doy las gracias cada día,
por todo lo que tengo y no merezco.

Metido en la provincia, sé que nunca
escalaré las cumbres de la fama,
ni ocuparé lugares preeminentes,
por los que tantos luchan y se dejan
jirones de la piel en esas lides;
escéptico-anarquista, me conformo
con disfrutar la vida sosegada
de esta tierra abulense en la que vivo,
y gozar de su luz incomparable,
de su calma, su paz y su silencio,
sin prisas, sin agobios, sin distancias,
dejando que los años se deslicen
sin grandes ambiciones terrenales,
en paz con Dios y con los hombres todos,
y -quiera Dios- que en paz conmigo mismo.


José María Hercilla Trilla
Avila, 26 Octubre 1992


(De mi Libro: “Canciones del tiempo perdido” )
(Publ. En
www.esdiari del 15-04-07, Nº 658)

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