viernes, 26 de junio de 2009

029 - OFRENDA

O F R E N D A (029)



Nosotros, los poetas...,
los que tenemos alma visionaria e inquieta;
los que en vano forjamos mil quiméricos sueños;
los que huimos del mundo por hallarlo pequeño;
los que, siempre sonrientes, cruzamos por la vida
mientras llora en silencio el alma dolorida...;
los que de ingratitudes y desprecios sabemos;
los que nada envidiamos..., aunque nada tenemos...

Nosotros, los poetas, lunáticos señores,
que a la luz de la luna deshojamos las flores
del pensil de los sueños; que cantamos «sandeces»
a las doncellas rubias que muestran palideces
de raso en las mejillas; que entendemos el grave
y melódico acento que llega desde el clave
en las alas del viento; los que olvidando agravios
ofrecemos perdones; los que no somos sabios,
pero sabemos todas las humanas miserias;
(sabemos del Pecado, del Vicio, y de la Histeria).

Los que ya somos viejos... y tenemos veinte años;
nosotros, que sabemos del Amor y de engaños;
nosotros, que quisimos a una linda coqueta
y fuimos engañados... ¡Nosotros, los poetas...!

Nosotros, los vasallos de la Diosa Belleza,
soñadores que ansiamos implantar la realeza
de Venus Citerea y del Rey Don Quijote...;
que cantamos llorando, sin que nadie lo note
ni advierta la tristeza que invade nuestro canto;
que simulamos risas, cuando tal vez el llanto
nos quema las pupilas...

Nosotros, soñadores
de mente enfebrecida, que forjamos amores
románticos y vamos en pos de una quimera:


La encantada Princesa de blonda cabellera,
de ojos verde jade y labios escarlata;
la que tiene cien pajes y una bella azafata,
un castillo almenado y un jardín floreciente...

Nosotros, que pulsamos en la noche silente
la melódica lira de los mágicos sueños;
que volamos veloces a otros mundos risueños
de eterna primavera, de pájaros, de flores,
de arroyos cantarinos que riman los amores
de sátiros y ninfas, de musas y troveros,
de rubias Princesitas y ardientes Caballeros
de graciosa melena y ojos aniñados...


Nosotros, los poetas, que estamos condenados
a dejar en la senda el alma hecha jirones,
-somos blancas ovejas que dejamos vellones
de lana en los zarzales que estorban el camino-;
que no ahogamos las penas en un vaso de vino,
porque las sepultamos en la estrofa doliente
que escribimos llorando, y de la cual la gente,
-porque no la comprende-, se burla despiadada,
sin saber los dolores con los que fue engendrada.

Nosotros, pobres hombres, que brindamos consuelo
a todos los que sufren en este ingrato suelo
las nostalgias eternas de otros mundos mejores,
con gentes más sinceras y más puros amores...

Nosotros, los poetas, andantes caballeros,
soñadores ilusos, que en todos los senderos
sembramos nuestras rosas de mística blancura;
que en todos los caminos, nuestra vaga ternura
la vamos derrochando; que en el alma, esculpida
llevamos una Idea y la imagen querida
de la rubia Princesa, que acaso nos espera
mientras peina saudosa su blonda cabellera
de dorados reflejos, con sus manos de raso;
o deshoja impaciente las flores que en un vaso
languidecen y aroman el silencio enervante,
que rompe algún suspiro, o la voz sibilante
de la dueña cetrina que musita y murmura,

porque nunca en su vida conoció la ternura,
ni la dicha de amarse, ni la gloria de un beso...

Nosotros, Princesita, que soñamos con eso
que se llama la Gloria; que llenos de idealismo,
remontamos el vuelo, y -tal vez- el abismo
oscuro del fracaso nos aguarde impaciente;
nosotros te ofrecemos el místico presente
de nuestras pobres rimas, humildes y sentidas...

En ellas, mi Princesa, te ofrezco, con mi vida,
mi devoción eterna y mi esperanza inquieta,
mis triunfos, mis amores y mi alma de poeta.


José María Hercilla Trilla
Cañaveral, 1948

(De mi Libro: "Canciones de juventud")

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