lunes, 4 de mayo de 2009

061 - PASEO DEL RASTRO

PASEO DEL RASTRO (061)


Al abrigo de la muralla pétrea,
resguardado del frío y de los vientos,
El Rastro nos ofrece su refugio,
un oasis de paz y de silencio
en un largo paréntesis de calma,
mitad jardines y mitad cemento,
desde el cual se nos brinda el panorama
del entorno abulense, serenamente bello,
serenamente calmo,
adormecido y quieto.

Barbacana volcada sobre Valle
Amblés, que se extiende hasta lo lejos,
lujuriante de verde en primavera,
de triste color pardo en el invierno.

La torre octogonal de Santiago,
el horizonte rompe con rasgado quiebro,
alzando su cubierta de pizarra
y su airosa veleta hacia los cielos,
muda oración de piedra que se yergue
desafiando al tiempo.

San Nicolás, románico y humilde,
se alza sin despegarse del terreno,
mostrando la belleza de sus piedras
labradas por las manos de un cantero
inefable y sencillo, artista
singular, hijo del pueblo.

Desde la arbórea mancha del cercano Soto,
mansamente, despacio y en silencio,
culebrea patético el Adaja,
-aquél que ataja al Duero-,
soñando con caudales imposibles
que rompan el ensueño
de su fluir escaso y encalmado,
de su correr incierto.

Adaja, manso río, que, alternativamente
eres agua que corre y cauce seco,
riberas que verdean y florecen,
o charcos que se pudren, donde el cieno
se seca y resquebraja y se hace polvo
barrido por el viento.

Adaja intermitente y obstinado,
que con líquido esfuerzo
vas forjando tu camino en la meseta
reseca de Castilla, hasta llegar al Duero.

Apenas vislumbrada en la distancia,
La Aldea del Rey Niño, en el otero
que se divisa al frente, camino de Burgohondo,
delata su presencia al forastero
por los hilos de humo que se elevan
de sus pardos tejados hacia el cielo.

A la siniestra mano, el Santuario
Mariano de Sonsoles, donde el pueblo
abulense rinde culto a la Virgen
y le ofrenda sus rezos,
se muestra recostado blandamente
en un breve altozano de los cuestos
que llevan a la fría Paramera,
camino de Toledo.

Y a la mano diestra, La Colilla,
-extraño nombre para hermoso pueblo-,
se encarama y anida
cobijada en el hueco
de un próximo cerrillo que la guarda
y defiende del cierzo.

Y allá, en la lejanía, como telón de fondo
de este cuadro de ensueño,
las sierras circundantes se escalonan
teñidas del color amarillento
que da la escoba en flor en estas fechas,
llegado el mes de Junio, cuando va a dar comienzo
el breve veranillo de las cumbres,
que grana los centenos.

La Serrota, más allá de Sotalbo,
eleva a las alturas su Pico Zapatero,
que aún conserva la nieve de diciembre
en los altos heleros.

En el Valle, que se extiende calmado,
como un tapiz risueño,
los cuadros del sembrado y pastizales
simulan un variado y gran tablero
de alegre colorido, una paleta
donde el Pintor Supremo
hubiera derramado los colores
con sus divinos dedos.

¡Dulce paisaje de esta tierra amada,
que, desde El Rastro, ensimismado veo,
llenándose mis ojos con la luz
maravillosa y limpia de este cielo.!


José María Hercilla Trilla
Avila, 24 Junio 1978

(De mi Libro: "Canciones abulenses")

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