jueves, 28 de febrero de 2008

6-8
Sobre las medias mentiras

“Una botella de vino medio vacía, también está medio llena; pero una medio mentira, no será nunca una medio verdad” Eso decía Jean Cocteau y yo no le voy a enmendar la plana. Decir la verdad siempre, eso hay que hacer, y cuando no se pueda decir, callarse, pero jamás mentir. Ni tan siquiera a medias. Quien miente una vez, una sola vez, ha perdido toda su credibilidad, por mucho que luego trate de justificarse, se arrepienta y hasta en un momento de debilidad llegue a pedir perdón, cosa que no suele ocurrir. La mentira es una grave ofensa al prójimo, y además imperdonable. Amén de inolvidable.
Y esto vale lo mismo para las personas que para los libros o documentos. Ni se puede hablar mentiras, ni tampoco escribir falsedades, que antes –dice la sabiduría popular- se coge a un mentiroso que a un cojo.
Esto debieran tenerlo muy en cuenta los políticos, que suelen ser los más locuaces, no los que más memoria tienen, tan necesaria ésta a los mendaces. Los memoriosos son los notarios, registradores y jueces, amén de otros profesionales pertenecientes a distinguidos Cuerpos en los que se ingresa mediante dura oposición. Como en política no se usa ese procedimiento de selección, cualquiera, aunque no tenga memoria –a veces ni entendimiento-, puede llegar a político, corriendo el riesgo de afirmar ahora una cosa y de olvidarse luego de la que dijo antes, diciendo después la contraria, ya sea espontáneamente o bien cayendo en la trampa que le pueda tender cualquier avisado entrevistador. De ahí viene luego el afán de reparar el entuerto y añadir aquello de “donde dije digo, quise decir Diego, es que no se me entendió bien”. La Verdad, como dicen de la Divinidad, es Una, aunque los políticos quieran aplicarle lo de Una y Trina, que si aplicado a la religión es un misterio, aplicado a la conducta humana –y además política- queda en una torpe conducta, inadmisible e increíble de todo punto. No sé donde leí que “el que miente una vez, tiene la culpa de su mentira; cuando te miente por segunda vez, la culpa es tuya, por creerle”.

Perder la credibilidad un político -me dice mi amigo Polidoro, que es dado a frases redondas-, es como perder la virginidad una moza.
Eso era antes, Polidoro –le respondo-, y si no, que se lo pregunten al Presidente de la República francesa, a título de ejemplo.
Yo soy español, y además de pueblo –me contesta-, y sigo en mis trece, en lo que me enseñaron mis padres y el maestro de mi escuela.

A Polidoro, cuando se pone terco, lo mejor es dejarlo con sus ideas. Pero cierto es que quien pierde la credibilidad, lo pierde todo. Ese todo es la fe que se tenía depositada en él. Cuando se habla de esto, de la pérdida de fe, saco a relucir, allá donde esté –aunque no sé si vendrá a cuento la comparación-, la que yo sufrí con cierta famosa obra que tuve la debilidad de comprar hace ya bastantes años. Es una obra de consulta que consta de numerosos tomos y supuso un sacrificio económico para mí. Ya digo que no es obra de lectura, sino de consulta para el estudioso que en ella confía y quiera aclarar alguna duda. Pero me sirve el caso para cuando hablo de pérdida de la fe.
Pues bien, en cierta ocasión acudí a consultar la voz: “BANDARRA, (Gonzalo Aunes)”. Se trata de un sujeto portugués y entonces estaba yo escribiendo “La historia de Fray Miguel. Un fraile visionario”, artífice éste del esperpento cometido con y por el pastelero de Madrigal, Gabriel de Espinosa, al que se trataba de hacer pasar por el rey Don Sebastián, muerto en África, el año 1578, en la batalla de Alcazarquivir. Necesitaba contrastar unos datos un tanto dudosos y acudí a la citada obra. En ella se dice que este sujeto –Bandarra- nació en Troncoso en 1500 y murió en Lisboa en 1556. Pero añade que «Por entonces Felipe II se había apoderado del reino lusitano y Bandarra cantó las aspiraciones de independencia y regeneración de su patria en forma profética, publicando una recopilación de los cantos que más popularidad alcanzaron, con el título de “Trovas redondilhas em ar de profecias”»
Incluso añade que, debido al revuelo y enardecimiento popular causado por estas coplas, y ello por la confusa y contradictoria interpretación que de las mismas se podía hacer, la Inquisición portuguesa citó ante sí a este infeliz, acusándole de falso profeta, puesto que parecía anunciar la próxima llegada de un “nuevo y esperado Salvador”. Bandarra pudo librarse de castigo debido a su sencillez, (¿no será simpleza lo que se quiso decir?), aunque hubo de retractarse de cuanto había escrito con apoyo de textos bíblicos, haciéndolo en auto de fe celebrado el 23 de Octubre de 1541.
Pues bien, el autor de esa entrada no da ni una en el clavo. Analicemos las fechas que nos da la citada obra. Si vivió Bandarra de 1500 a 1556, bien pudo figurar en el auto de fe de 1541. Lo que ya es más difícil de creer es eso de que “por entonces” -de 1500 a 1556- Felipe II se hubiera apoderado del reino lusitano. A poca historia portuguesa que sepamos, salta a la vista que esa afirmación no es cierta, o sea que es mentira. El rey don Manuel I, subió al trono portugués el año 1495, y en él estuvo hasta su muerte el año 1521. Este año de 1521 fue coronado rey su hijo don Juan III, y reinó hasta el año 1557. Bandarra había muerto un año antes de morir don Juan III. De 1557 a 1578 reinó el joven e insensato rey don Sebastián. De 1578 a 1580 le sucedió en el trono su tío el cardenal y rey don Enrique; y fue de 1580 a 1598 cuando Felipe II de España fue rey de Portugal con el nombre de Felipe I. Cuando Felipe II “se apoderó del reino lusitano” –como dice nuestra famosa obra consultada- hacía la friolera de veinticuatro años que había muerto el pobre Bandarra. Después de esto, no puede uno creer a pies juntillas que –como se nos dice- fuera un poeta popular, al que la pobreza transformara en zapatero. Resulta más creíble lo que dice el culto y además ameno autor portugués, Profesor José Hermano Saraiva, (Història de Portugal, 3 Tomos), de que Bandarra era un zapatero con inquietudes poéticas y facilidad de versificación, aficionado o “amador” de las lecturas bíblicas, cuya torpe interpretación vertía en sus coplas si a ellas era favorable hacerlo.
Las recopilaciones de estas coplas o “trovas redondilhas”, se hicieron muchos años después de fallecido Bandarra, y se parecían muy poco a las originales, puesto que se había ido incorporando a las mismas toda aquella “copla” que –de autor desconocido- sirviera para fomentar el “sebastianismo” creciente que se vivió en Portugal durante el reinado de los tres Austrias.
Las primitivas coplas de Bandarra, tal como fueron concebidas, no tenían otro objeto que recoger el sentir del pueblo portugués contra la infausta liberalidad de Don Juan III para con su hermano el infante don Fernando, Duque de Guarda, a quien había donado la villa y ducado de Troncoso, temiendo sus habitantes que los abrumara con impuestos, dada la forma de vida disipada y disoluta del nuevo señor y duque. La muerte del infante Don Fernando, en 1534, tornó inoperantes los esfuerzos y coplas de Bandarra, al haber vuelto Troncoso a las manos del rey Don Juan III.
Después de esa mentira, o ese gazapo –que son la misma cosa-, y encontrados otros varios, que tengo recopilados, perdí la fe en esa monumental obra, dejando de consultarla, y pasando a ser adorno de mi despacho. Tanto me hirió la mentira que escribí un soneto que decía:

¡Qué gran Enciclopedia..., si ella fuera
fiel expresión de la verdad desnuda!
¡Que gran Enciclopedia si la duda
con rigor y certeza resolviera.

Lo malo de la misma es que si acudo
a resolver la duda que me embarga,
además de no hacerlo, va y me carga
con otro error de bulto ¡y pistonudo!

¿Me dices que no crees lo que digo?
¿Qué exagero tal vez o que te miento?
Consulta, pues, la voz de un tal «Bandarra»,

por poner sólo un caso, caro amigo,
y verás que es verdad lo que te cuento
y “esa obra” quien miente y quien desbarra.

Más de una vez he estado tentado de escribir otro soneto, pero aludiendo ahora a persona -no a obra ninguna-, a quien me ha mentido en alguna ocasión, obligándome a perder la fe que le profesaba. Una medio mentira, aunque sólo sea eso, una medio, no podrá ser jamás una medio verdad. Y entre hombres, sólo la verdad, Una y Entera, les une y genera mutua confianza. Eso es muy de tener en cuenta, sobre todo en época de elecciones. Por el elector, claro, pues a los candidatos no parece importarles imitar a Pinocho. Ni a los fanáticos “papanáticos” votarles. Que pechen, pues, con las consecuencias.

José María Hercilla Trilla
hercilla.blogspot.com
Salamanca, 8 Febrero 2.008




Publ.: www.esdiari.com del 24-02-08, Nº 703

No hay comentarios: