jueves, 24 de septiembre de 2009
589 - LOS VERANOS EN BARCO DE ÁVILA
Los veranos en Barco de Ávila (589)
Depende del calor de cada día
-no digo del humor, quede bien claro-;
días hay que amanecen neblinosos,
otros hay luminosos, soleados,
en que el mundo se ve obra divina,
perfecto cual salido de sus manos.
Depende del color con que amanecen;
los días que despiertan poco claros,
incluso oscurecidos por completo
por un grueso borrón, negro y compacto,
evidente resulta que no puedes
de igual forma vivirlos y encararlos
que aquellos en que el sol luce en el cielo
y el mundo se nos muestra iluminado
con brillantes colores esplendentes
que invitan a quererlo y admirarlo.
Si os parece que tengo hoy un mal día
no me culpéis de ello, pues, Hermanos,
no he tenido la culpa de que el Sol
su salida la haya retrasado,
oculto por completo entre las nubes,
sin dignarse lucir allá en lo alto,
cual es su obligación, para recreo
de todos los que al orto le esperamos
para expandir el alma con sus luces
y dar comienzo al día con buen paso.
Confiemos en Dios y en que mañana
nos quiera conceder como regalo
un día como esos que me gustan,
un día menos fresco, más templado,
de esos que me sacan la sonrisa
y la llevan a la curva de mis labios
que se enarcan gozosos hacia arriba,
y no como hoy los tengo, hacia abajo.
Perdonadme que hoy tenga un mal día;
el sol faltó a la cita, me ha dejado
a cuerpo descubierto frente al frío
que aquí reina, incluso en el verano,
el corto veranillo de estas tierras,
de este pueblo serrano que es El Barco,
donde tengo una casa, pues barcense
es la bella mujer con que he casado,
¿y a dónde voy a ir a estas alturas,
si soy feliz aquí, junto a su lado,
con las piernas cubiertas y abrigadas
si no quiero morirme tiritando?
Se extraña de que sueñe con mi tierra,
Cañaveral nativo y muy lejano,
en invierno muy frío, ciertamente,
pero sólo en invierno, no en verano,
del que algunos se quejan, pero estimo
que es gente que se queja en todos lados.
¿Qué diere por estar allí de nuevo,
cuidando mis colmenas, como antaño,
extrayendo la miel de sus panales,
atendiendo enjambres y jabardos,
para luego, al llegar el mediodía,
prepararme contento mi gazpacho
-majado con un poco de poleo-,
y comerlo feliz debajo un árbol,
el mismo que a la noche ha de servirme
para poder dormir a cielo raso?
¡Cañaveral, constante en mi memoria,
Cañaveral, mi pueblo inolvidado,
nunca sabrás lo mucho que te añoro,
jamás sabrás lo mucho que te extraño!
José María Hercilla Trilla
El Barco de Ávila, 27 Jjulio 2009
(De mi libro: "El penúltimo cuaderno")
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