jueves, 3 de septiembre de 2009

562 - ESCRITO EN UN DÍA GRIS


ESCRITO EN UN DÍA GRIS (562)
(Prosa en alejandrinos)

A mí me gustaría, / os lo aseguro, amigos,
que cuando Dios disponga / borrarme de la lista
del mundo de los vivos, / esa baja obligada
en el censo terrestre, / no constituya apenas
contratiempo ninguno, / ni excesivo motivo
de pena y desconsuelo / para todos vosotros,
familiares y amigos / a los que tanto debo,
a los que tanto quiero, / a quienes sois mi vida.

Con los años se aprende / a un irse desasiendo
blandamente, sin luchas, / de todo lo que un día
motivó nuestras ansias / y en que, para lograrlo,
agotamos las fuerzas / y se nos fue la vida.

Creímos que el tesoro / -Vellocino de Oro-,
conseguido en la lucha, / -dinero, bienes, fama-,
sería un bien eterno, / como eterna creímos
que sería la vida. / Vano error, que se cura
con el paso del tiempo, / al ver como se mustian
poco a poco las fuerzas, / y al ver como los ojos
van perdiendo su brillo, / e incluso como el alma
va perdiendo aquel tenso / interés que mostraba
por las cosas del mundo, / que empiezan a aburrirle.

Yo me encuentro dispuesto / a emprender el viaje
al valle del olvido. / Tan sólo me preocupa
no causaros trastornos, / no originar molestias,
no apenar en exceso / a todos cuantos soïs
lo mejor de mi vida: / Sacrificada esposa
que me endulzó mis horas; / queridísima hija,
yerno y nietos amados; / parentela y amigos,
a ninguno quisiera / dejar tras mí llorando.

No merece la pena / llorar por una ausencia,
sobre todo sabiendo / que no es definitiva,
y que un día cualquiera, / -Dios quiera que lejano-,
volveremos a vernos, / a estar de nuevo juntos,
unidos para siempre, / hasta el fin de los tiempos.

¿Qué por qué escribo esto? / Asegurar os puedo
que ignoro los motivos / que han podido llevarme
a escribir estas cosas, / poco alegres, por cierto.

Bien es verdad que el día / amaneció grisáceo
y que una fina lluvia / derrama su tristeza
en esta tarde fría / de otoño salmantino,
obligándome ella / a estar en la camilla,
al amor del brasero, / circunstancia que fuerza
a que el alma se ponga / a pensar tonterías
que ni vienen a cuento, / ni nada significan,
ni pueden ser tomadas / -por poco que medites-,
como locos presagios / de esa baja en el censo,
con la que comenzaba / mi alocado discurso.

Dios quiera que mañana / amanezca más claro,
que el sol vierta sus rayos / sobre nuestras cabezas,
y la lluvia se aleje / definitivamente,
a entristecer a otro, / dejándome tranquilo.

Si con calma me observo, / todavía me encuentro
animado y con ganas / de seguir unos años
viviendo entre vosotros, / por lo menos los años
que precisen mis nietos / para dar fiel remate
a su tiempo de estudio, / se coloquen y casen,
y después, Dios mediante, / me hagan bisabuelo,
ese preciado sueño / de los que caminamos
hacia un próximo ocaso, / al que nos resistimos.

Otro día, os lo juro, / escribiré sin sombra
de importuna tristeza, / poniendo en la tarea
el denodado empeño / de tornaros alegre
aquello que os escriba. / Perdonadme hasta entonces,
familiares y amigos, / que no todos los días
amanecen iguales, / todo el día lloviendo,
tiritando de frío, / con el alma encogida.

¡Seguro que mañana / saldrá el sol para todos
y podré ver el mundo / con más alegres ojos!


José María Hercilla Trilla
Salamanca, 12 Noviembre 2.008

(De mi libro: "El penúltimo cuaderno")

No hay comentarios: