SIN PRISAS, A MI AIRE... (439)
Sin prisas, a mi aire, recorro mi camino
en esta tarde clara
del otoño barcense y a lo lejos contemplo
la imponente muralla
que cierra el horizonte con las moles soberbias
que hacia el cielo se alzan.
Son las faldas de Gredos, sus primeras alturas,
sus primeras gargantas,
en esta cara norte desde donde discurre
con cristalinas aguas
el Tormes campesino que se hace literario
llegando a Salamanca.
Más allá de estos montes que limitan mi vista,
subiendo a Tornavacas,
el viajero curioso que hasta allí se aventura
descubre el panorama
de un insólito valle, profundo y recoleto,
extendido a sus plantas,
por donde corre el Jerte y donde los cerezos
se cubren con su blanca
vestidura de flores cuando la primavera
anuncia su llegada.
Yo solamente intuyo el valle trasmontano;
mi paseo no alcanza
más allá de Tormellas pues debo conformarme
con pequeñas distancias,
aptas para mis piernas con tres cuartos de siglo
cargados a mi espalda.
Pero eso no impide que -aunque el cuerpo me pese-
se me desplace el alma
y pasando ese valle se llegue hasta mi pueblo
y hasta entre en mi casa,
allí donde naciera, -Cañaveral lejano-,
presente donde vaya.
Ahora, en esta tarde, recorro mi camino,
sin prisas y sin pausas,
en esta ribereña soledad tormesina,
solamente turbada
por el rumor del río o el débil aleteo
del follaje en las ramas
cimeras y ondulantes de alisos verdinegros
o de alamedas altas.
Toda la paz del mundo la noto en torno mío;
en mi andar me acompaña
y me veo obligado a dar gracias por ello
mientras sigo mi marcha,
a mi aire, sin prisas, gozando de esta tarde
serenamente calma
en la que me deleito mirando el horizonte
cercado de montañas
y pisando la tierra de este viejo camino
bordeado de zarzas
que me lleva hasta Barco, donde tengo a los míos
y usted tiene su casa.
Con mi bastón de fresno, nudoso y retorcido,
con mi vieja cayada
que me sirve de ayuda en difíciles pasos,
a trancas o a barrancas,
prosigo mi paseo, solitario si quieres,
mas sin echar en falta
el urbano bullicio de las grandes ciudades,
ni todas esas vanas
apetencias y luchas por llegar el primero
o ser el que más valga.
No cambio mis paseos por estos verdes campos
cercados de montañas,
umbríos de alamedas, ubérrimos, feraces,
abundantes de agua
que corre sonorosa por mil cauces distintos
hacia la mar lejana,
no los cambio, lo juro, por mucho que me ofrezcan,
no los cambio por nada.
¿Qué usted no lo comprende? ¿Qué le parece absurdo?
¿Qué no le ve la gracia?
Pues no sabe usted, hombre, lo mucho que lo siento,
y lo digo sin guasa.
Acompáñeme un día, una tarde cualquiera,
en estas caminatas
por las verdes riberas del idílico Tormes,
de mil huertas sembradas,
y siéntese conmigo debajo de un aliso
a gozar de la calma
que desciende del cielo y queda retenida
entre esas cien montañas
en cuyas altas cimas el sol relampaguea
sobre la nieve blanca.
No insisto. No diga que intento seducirle
y montarlo en mi barca.
Si un buen día se anima y quiere acompañarme,
simplemente me llama.
Yo le estaré esperando e incluso iré a buscarle
hasta su misma casa,
y juntos, caminando, gozando del paisaje,
sin prisas y sin pausas,
ante tanta belleza, llevar nos dejaremos,
en un hondo nirvana,
en un «dolce far niente», a un éxtasis sublime,
a un estado de gracia,
que sólo puede hallarse en estos verdes campos
cercados de montañas
de esta fértil ribera donde vino a encallarse
para siempre mi barca.
José María Hercilla Trilla
Barco de Ávila, 12 Octubre 2001
(De mi Libro: "A orillas del Tormes.-
Poemario barcense")
viernes, 5 de junio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario