NO TENGAS TANTA PRISA (405)
No tengas tanta prisa, caro amigo,
y goza de esta tarde placentera,
paseando conmigo lentamente,
a la sombra de estas alamedas,
y escucha de estos álamos altivos
el rumor de sus verdes cabelleras,
vibrantes como arpas celestiales,
rasgadas por el aire que las peina.
Modera tus afanes y detente.
Veremos como salta entre las piedras
el río tormesino de aguas claras
nacido en los neveros de las crestas,
y oiremos como canta entre las frondas
una tribu de alas vocinglera
dando gracias a Dios por el diario
sustento obtenido de la tierra.
Allá en la lejanía, gozaremos
del perfil elevado de las sierras,
difuminado apenas por las brumas;
altas cimas con cabras montañesas
saltarinas de los riscos escarpados,
asentando sus patas con firmeza
en la roca quebrada o deslizante,
sin miedo a despeñarse entre las breñas.
¿Para qué tanta prisa, si no eres
vecino de Madrid o de cualquiera
de esos sitios de vida apresurada,
donde tanto se corre y no se llega
a tiempo casi nunca, salvo a tiempo
de morirse?. Y al morirse se encuentran
que se les fue la vida en madrugones,
en atascos, en colas y en esperas,
en vivir cabreados todos juntos
y luchar entre ellos como fieras.
Esta vida es tan corta que más vale
vivirla lentamente, aunque sea
tan sólo porque así parezca larga
y podamos gozar de ella a sabiendas,
sin tener que luchar contra el Hermano,
ni vendernos por un plato de lentejas,
ni adorar al dinero sobre todos
los dioses de los cielos y la tierra.
Abandona tus prisas, y a mi lado
vayamos a correr esta ribera
en un grato paseo vespertino,
gozando de las verdes alamedas,
de sus sombras, del canto de las aves,
de los cuidados huertos, de praderas
de verde lujuriante donde pacen
los ganados la fresca y rica hierba....
Sentados en la orilla, sobre un tronco,
veremos como el Tormes espejea
con brillo vacilante cuanto toca,
y salta alegremente entre las piedras,
prosiguiendo sin prisas su camino
hacia otros lugares y riberas.
Al declinar la tarde volveremos
de dar nuestro paseo por las huertas,
con el alma expandida en suave gozo,
con algo de cansancio en nuestras piernas,
conciliados con Dios y con los hombres,
cada uno a su casa, y a sabiendas
de que al día siguiente hasta las nueve
del lecho no habrá nadie que nos mueva.
Si ya te has convencido de que nada
merece ese vivir, ni lo compensa;
esa forma de vida apresurada
que te arrastra a su antojo y que te lleva
cual dócil zascandil, a su capricho,
acezando y con la lengua fuera,
entonces, caro amigo, ya lo sabes,
mañana esperaré junto a tu puerta,
y otra vez tomaremos el camino
que lleva hasta la Ermita y la ribera,
y veremos, sentados en un banco,
a lo lejos las cumbres de la sierra,
a la diestra los puentes sobre el río,
y a nuestros pies el río y la alameda.
Y el día que te canses de esta vida
y aquella de las prisas que tuvieras
decidas retomar, eres muy libre
de volverte a Madrid o a donde sea.
Yo seguiré mi vida retirada,
la “vida deleitosa” del poeta,
sin nadie que me envidie, ni tampoco
a nadie que envidiar, ¡Bendito sea!
Y si un día, de nuevo, arrepentido,
te cansas de tus prisas y deseas
disfrutar de la vida sin agobios,
esta vida de semi-anacoreta
en la que me complazco y regocijo,
ya sabes donde estoy, y si a mi puerta
me llamas cualquier día, nos iremos
de nuevo a pasear entre las huertas,
como antaño lo hiciéramos felices,
por la orilla del río, en la alameda.
José María Hercilla Trilla
Salamanca, 16 Diciembre 1999
(De mi Libro: "A orillas del Tormes.-
Poemario barcense")
martes, 2 de junio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario