LAS PRIMERAS LLUVIAS (417)
- I –
¡Albricias! Tanto mirar y remirar al cielo,
y esta noche, las nubes, nos hicieron su ofrenda,
dejando que las aguas guardadas en sus vientres
cayeran blandamente sobre la parda tierra
de mis natales campos, polvorientos y grises,
resecos y agrietados de mi tierra extremeña.
Sólo han sido unas gotas, no muchas, bien caídas,
un riego milagroso, una lluvia sin fuerza,
pero también sin pausa, que el campo se ha bebido
sin que una sola gota del agua se perdiera
en vana escorrentía por los surcos abajo.
Ya llegaron las lluvias. ¡Nació la Primavera!.
En el muy breve espacio de una sola jornada
mil raíces dormidas han sentido en sus venas
el correr de la sangre, y de pronto ha brotado
en mi campo extremeño el verdor de la hierba,
ese color de vida, y también de esperanza,
que tras el duro invierno, nos trae la Primavera.
Encinas y alcornoques, olivos y naranjos,
han lavado sus hojas, por el polvo cubiertas
tras la larga sequía, y –lavadas- parecen
brillar cual estrellitas, como si fuesen nuevas.
Dentro de breves días, el campo verdecido,
se cubrirá de joyas, de esas flores pequeñas,
multiformes, humildes, polícromas, fragantes,
que lo cubren y adornan con su mantón de fiesta:
las rosas de las jaras, pimpájaros, tomillos…..
Presiento como bullen gozosas mis colmenas,
intuyendo que pronto terminará el invierno
y empezarán los días de dulce pecorea,
de volar presuroso por los campos floridos,
libando las delicias que cada flor encierra
en lo más escondido de su cáliz virgíneo,
abierto a las caricias del sol de primavera.
Yo me siento a la sombra de un centenario olivo
contiguo a mi cabaña, y veo a mis abejas,
cómo elevan su vuelo y traspasan las tapias
del colmenar serrano, en pos de la cosecha
-de néctar y de polen-, que les brinda amoroso,
el campo dilatado de la dehesa extremeña,
ubérrima, exultante, jugosa con la lluvia
caída como nuncio de alegre Primavera.
- II –
Ya llegaron las lluvias;
ya ha brotado la hierba;
ya se abrieron las flores;
ya siento mis abejas
alzarse en espirales
y luego, en línea recta,
desperdigarse todas
a cumplir su tarea,
sin temor al trabajo
ni a la carga que llevan,
regresando cargadas
de polen y de néctar,
a posarse cansadas
en la estrecha piquera,
para luego adentrarse
y en la común despensa
ofrecer el tributo
de su miel y su cera,
en gesto desprendido,
sin rencor ni protesta..
Henchido de alegría,
con el alma serena,
al Señor doy las gracias
por esta Primavera,
-entrevista entre sueños
una noche cualquiera-,
trasunto de otras muchas
de mi tierra extremeña,
cuando hace medio siglo
cuidaba mis colmenas.
¿Quién pudiera de nuevo
retornar a la sierra
a esperar la llegada
de otras Primaveras
como aquéllas de entonces,
tan distintas de éstas?
Aunque tal vez, -me digo-,
el que distinto sea,
lo sea el colmenero
y no las primaveras.
José María Hercilla Trilla
Salamanca, 30 Abril 2000
(De mi Libro: "Canciones extremeñas")
martes, 7 de abril de 2009
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