TARDE DE SEPTIEMBRE (193)
La tarde se ha dormido entre arreboles
y una paz silenciosa se desprende
desde el Cancho del Águila, rodando
por la empinada cuesta suavemente,
entre jaras, tomillos y brezales,
roquedas y alcornoques, de esta agreste
serranía extremeña de mi cuna,
que presta a mis colmenas grato albergue.
En los huertos cercanos, los naranjos,
las limas olorosas, y los verdes
limoneros, cuajados de azahares,
impregnan –del aroma que desprenden-
el aire de esta tarde agonizante,
que expira entre arreboles lentamente,
negándose a ser sombra de la noche,
maravillosa tarde de septiembre.
Un sagrado silencio me rodea
mientras hago mi ronda diligente,
vigilante guardián de estas colmenas
ordenadas en filas, como breves
casitas de un poblado diminuto,
-cual si fuera un pueblo de juguete-,
donde apuesto al juego de la vida
que gano con sudores de mi frente.
Este hondo silencio, que serena
el alma más inquieta y más rebelde,
es apenas rasgado por el hilo
del agua cantarina de la fuente
de una cercana huerta, y por el hondo
rumor de las abejas, que se extiende
por todo el colmenar, como preludio
de una noche templada de septiembre.
Diez millones de abejas me acompañan
en este atardecer, en que se siente
esta paz inefable, este silencio
que en el aire se expande, y que se mete
hasta el fondo del alma, tan profundo
que incluso algunas veces hasta duele…
¡Diez millones de abejas me acompañan
y la miel de su música me ofrecen…!
José María Hercilla Trilla
En Ávila, pensando en Cañaveral,
en el atardecer del 3 de Julio de 1988
viernes, 20 de marzo de 2009
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