E N S A Y O (013)
Es un llano infinito
del paisaje extremeño.
Ni una casa, ni un árbol
que protejan del fuego
del sol. Nubes de polvo,
alzándose a lo lejos,
indican la existencia
de un rebaño. Carneros,
que marchan lentamente
a pastos menos secos,
donde saciar el hambre.
Dos pastores, ya viejos,
con sus hatos cargados
en tres pobres jumentos
milenarios y enclenques,
conducen en silencio
el nómada rebaño.
A los flancos, dos perros
de mirar sanguinario,
con su collar de cuero
erizado de puntas,
arrastran su esqueleto,
que parece salirse
a través del pellejo
manchado por el polvo
de todos los senderos.
El bochorno atormenta;
un pesado silencio
gravita en el ambiente;
el calcinado suelo
se agrieta y resquebraja.
A lo lejos, el cielo
confunde sus perfiles
con el llano sediento,
que parece extenderse,
en busca de un venero
de aguas cristalinas,
o de algún aguacero
que refresque la tierra.
El polvo amarillento
que levantan las patas
de ovejas y carneros,
envuelve en una nube
a pastores y perros.
Saca un pastor la bota.
- ¡Para! Bebamus, Pedru,
qu’estoy ya que m’ajogu.
¡Dios! Las ganas que tengu
de velmi ya en Castilla
y dejal esti fuegu
que me jiervi la sangri
y me fundi los sesus.
Como siga el caminu
como hasta aquí de secu,
si Dios no haci un milagru,
jasta los mismos perrus
se nos muerin, compadri.
¡Caramba con el tiempu…!
El señor Pedro bebe
de la bota el añejo
vinillo de la tierra.
Lo regusta en silencio
y se seca la boca
con el dorso mugriento
de su mano velluda,
curtida por el tiempo,
el trabajo y la roña.
Arruga el entrecejo
con gesto de cansancio
y anima al compañero:
-¡Vamus, hombri! Camina,
que me paece que prestu
llegamus a una aldea.
Y caminan de nuevo,
ayudando sus pasos
con los cayados recios,
resistentes y burdos,
de retoño de fresno.
Es un horno la tierra;
chirrían a lo lejos
las pesadas chicharras,
su diapasón molesto…
Y pasan los pastores….¡
Encorvados al peso
de los años vividos,
sus pasos son inciertos,
su andar es trabajoso,
su caminar, muy lento…;
pero siguen marchando
detrás de los jumentos
cargados con los hatos;
gritando a los carneros,
silbando a las ovejas;
azuzando a los perros,
que marchan cabizbajos,
soñando con un hueso
en que saciar las ansias
de sus vientres hambrientos…
La tarde va pasando…;
el rebaño, -ya lejos-,
continúa su marcha
por el llano extremeño,
sumido en el bochorno,
en busca de un venero
de aguas cristalinas
o esperando del cielo
que una nube piadosa
descargue un aguacero
y reverdezca el campo,
amortecido y seco.
Poco a poco se tornan
sus perfiles inciertos,
y al final se confunden
los pardos cenicientos
del rebaño lejano
con la línea que el cielo
y la tierra limitan…
¡Poco a poco vinieron…!
¡Lentamente cruzaron…,
y callados se fueron!
José María Hercilla
Cañaveral, 1948
(De mi Libro: "Canciones extremeñas")
lunes, 9 de marzo de 2009
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