NOSTALGIAS EXTREMEÑAS (072)
Cosas hay del pasado, que recuerdo
con memoria tan grata, que quisiera
-retrasando en el acto los relojes-
regresar en el tiempo que me pesa
y volver a sentir sobre mi frente
el beso de los aires de mi tierra;
ese aire templado, con aromas
de azahar y de romero, que penetra
hasta el fondo del alma, enamorada
del lugar extremeño en que naciera.
Recuerdo con nostalgia, sobre todo
en estos fríos meses que me hielan,
mi rincón solitario y escondido
en las faldas agrestes de la sierra,
entre escobas, tomillos y jarales,
entre huertos robados a las peñas,
donde vive el naranjo y limonero,
el altivo alcornoque de corteza
rojiza que destaca en el paisaje
y el olivo, de hojas cenicientas.
Cobijado al pie de La Gineta,
desde él oteaba, allá a lo lejos,
el Tajo, manso río que serpea
entre riscos y alcores de retama,
reflejando las ruinas de Alconetar,
erguidas poderosas en su orilla
arenosa, con su torre de piedra.
Un poco más al fondo, los secanos
de Los Cuatro Lugares, rastrojeras
quemadas por el sol de Extremadura,
que agosta, que consume y hasta ciega.
Lugares de Monroy y de Santiago,
de Talaván, -dormido en una cuesta-,
y de Hinojal. ¡Amados pueblos míos,
de las pardas llanuras extremeñas!
Mi rincón solitario, junto a El Arco,
escondido en lo hondo de las breñas,
con mi rústica casa y mis olivos,
mi fuente rumorosa y mis colmenas.
Eras como un bastión inexpugnable,
mi torre de marfil, mi fortaleza,
mi lugar de trabajo y de consuelo,
perdido Paraíso aquí en la tierra.
¡Cuántas horas pasadas al cuidado
amoroso de olivos y de abejas,
cazando los enjambres bulliciosos,
recogiendo las mieles y la cera,
buscando jabardillos volanderos,
o cuidando con mimo de una reina!
A las doce, la busca del poleo,
humilde y tierno, con sabor a menta,
nacido en las orillas del regato;
el majarlo con ajo en una cuenca
para hacer el gazpacho refrescante;
comerlo con fruición en una mesa
plantada a la sombra de un olivo;
y en mullido colchón de verde hierba,
-con un trozo de corcho por almohada-,
sumirme blandamente en dulce siesta,
mecido por la música inefable
orquestada por mi hueste colmenera.
¡Qué sueños más dichosos he gozado
arrullado por todas mi abejas,
vigilantes guardianas de mi sueño
en sus vuelos de guardia y pecorea!
¡Qué sedante zumbido milagroso,
bajo un sol de justicia que requema;
un sol de centelleante mediodía,
que agosta y desfallece cuanto besa!
A lo lejos, el canto monorrimo
de la verde chicharra, que sestea
en las ramas grisáceas del olivo
o escondida en la jara resinera.
A veces, en lo alto, sobre el cielo,
el águila imperial, sombra altanera,
en busca de un conejo descuidado
sobre el cual abatirse como flecha
caída de improviso, raudamente,
silenciosa, carnívora y certera.
El manso atardecer… Ya terminados
los diarios trabajos y tareas,
recogida la miel en las vasijas,
acercaba mi asiento hasta la puerta
de la rústica casa y aguardaba
que el mundo, poco a poco, se durmiera,
fumando silencioso mi cachimba,
con el cuerpo cansado, y la conciencia
en paz con Dios, conmigo y con los hombres,
como cuadra al autor de obra bien hecha.
Los ruidos se apagaban lentamente;
silenciosas quedaban las colmenas;
la brisa se dormía entre las ramas
del olivo cercano y de la higuera;
y en la bóveda azul, -ya ennegrecida-,
empezaban su baile las estrellas.
…..
Cañaveral, mi pueblo, se quedaba
al final de la dura y pina cuesta,
dormido en el silencio de la noche,
abrigado al amparo de la sierra.
Yo, dormía tranquilo y sosegado,
esperando que el alba mañanera
trajera hasta mi rústica cabaña
la música sin par de mis colmenas.
José María Hercilla Trilla
Barco de Avila, 19 Marzo 1979
(De mi Libro: "Canciones extremeñas")
(Publ. En Es Diari, nº 730, 31.08.08)
jueves, 12 de marzo de 2009
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