Final intrigante (556)
Pensar de vez en cuando, sin rencores,
en el cierto final de este camino
que a todos nos espera cualquier día,
no supone vivir atormentado
el tiempo que nos queda por delante.
Yo pienso con frecuencia en la muerte,
y puedo asegurar que no por miedo;
sería incomprensible que a mis años,
ochenta y dos ahora, cuando escribo,
dejare de pensar en ese trance
por el que ya pasaron –hace mucho-
los amigos a los que tanto quise,
Federico, David, Víctor, Fernando,
Eduardo, Javier, y otros que callo
por no hacer esta lista interminable.
La muerte, al final, no es otra cosa
que una siesta apacible y prolongada,
que no debe inspirarnos gran cuidado;
a ella hay que llegar y aún no ha nacido
sujeto que se libre de la misma.
El acto de morir puede que sea
el que a todos iguale, solo eso,
por mucho que nos digan y proclamen
la igualdad de los hombres, ese cuento
increíble, incluso para quienes
tal cosa nos afirman a destajo,
buscando nuestro aplauso y nuestros votos.
Igualitaria o no, poco me importa
la muerte y su cortejo funerario,
ceniza vulnerable para el viento
o polvo enamorado frente al mismo;
ahí se acaba todo finalmente,
aparte del dolor que significa
alejarte del lado de los tuyos,
mujer, hijos y nietos, a los cuales
se les quiere más que a la propia vida.
Mis pensamientos van por otro lado,
buscando el más allá, ese plus ultra,
tratando de indagar en el misterio
no sólo de la vida, que no es poco,
también en el por qué de la existencia.
Nacer para morir, no me convence,
incluso en los que gozan de riqueza
bastante para darse la gran vida,
cuanto más para el resto de nacidos,
que arrastran una vida trabajosa.
Debe haber un motivo del que arranque
la razón del vivir y nos explique
la razón del morir, igual de oscura
la una que la otra, sorprendentes,
pues vivir y morir, fin y principio
del tiempo que pasamos en la vida,
triste tiempo sería si no hubiera
nada más que una vida de trabajos
y una siesta final interminable,
en polvo o en ceniza transformados.
Por eso me obsesiono con la muerte,
mejor dicho, con lo que viene luego,
que la muerte es poco lo que importa,
lo importante es lo que nos oculta
detrás de ese final siempre esperado,
y para algunos hombres, muy temido.
La pena es que no pueda, cuando muera,
escribiros de nuevo y dar noticias
de aquello que acontece al otro lado,
seguro que sería interesante.
José María Hercilla
El Barco de Ávila, 11 Agosto 2.008
(De mi Libro: “Penúltimas canciones”)
martes, 25 de agosto de 2009
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