LXXI CUMPLEAÑOS (297)
Es una sensación desconocida,
un algo así como un irse desviviendo
sin darse apenas cuenta, sin notarlo;
un irse lentamente desprendiendo
-en un dulce nirvana sin retorno-
de afanes, apetencias y deseos;
como un sobrevolar todas las cosas...;
como un quebrarse sin dolor los sueños
forjados en los años juveniles,
cuando audaces estábamos dispuestos
a luchar por ser alguien en la vida,
e incluso hasta a perderla en el intento.
Es una sensación nueva y extraña,
mas, sin embargo, confesaros debo
que no me causa agobio ni embarazo,
ni pena, ni dolor, ni descontento,
antes, bien al contrario, me parece
que el ánimo lo tengo bien dispuesto
e incluso me parece que flotara,
cual un cuerpo beatífico y ligero,
sobre un mundo que casi desconozco,
y no he sido capaz de comprenderlo.
Hoy es mi cumpleaños, ciertamente,
-setenta y un años son los que tengo-,
y puedo confesaros sin mentiros
que el ánimo lo tengo bien dispuesto
-si el corazón no falla en su latido-
para seguir gozando de este cielo,
azul como la mar que perdí un día,
rodeado de todos los que quiero,
pero ya sin zozobras terrenales,
gozando cada hora del momento
que huye velozmente sin sentirlo,
dando gracias a Dios por todo aquello
-quizás inmerecido- y que ahora,
en este cumpleaños abrileño,
en esta primavera repetida,
cuando miro hacia atrás en un intento
de enfocar en un punto mi pasado,
un regalo de Dios he de creerlo.
¡Cuán poco necesito ya a mis años!.
Soy feliz al irme desprendiendo
de las pequeñas cosas materiales
reunidas con amor y con esfuerzo,
para encontrarme cuando llegue el día
de emprender el viaje sin regreso,
desnudo como el día en que naciera,
preparado para emprender el vuelo
y llegarme al Señor, y así decirle:
«Aquí tienes, Señor, a este sujeto,
no mejor que otros muchos de tus hijos,
que pasó por la vida con deseos
de cumplir, como Cristo nos dijera,
aquellos sacrosantos Mandamientos
de amarte a Ti sobre todas las cosas,
y sentir parecido sentimiento
por todos sus Hermanos en la tierra,
(y hay que ver lo difícil que es hacerlo,
pues el hombre es un lobo para el hombre
y hay veces que se muere en el intento).
Perdóname, Señor, todas mis faltas
y pecados, y acógeme en tu seno
como a un hijo que vuelve junto al Padre
en busca de Su Amor y Su Consuelo.»
José María Hercilla Trilla
(De mi Libro: "Las canciones del tiempo perdido")
Salamanca, 10 Abril 1997
miércoles, 17 de diciembre de 2008
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