lunes, 26 de octubre de 2009

561 - VIEJOS RECUERDOS MENORQUINES

VIEJOS RECUERDOS MENORQUINES (561)

(Prosa en alejandrinos)

Voy a dejar que, libre de molestas ataduras,
la memoria gobierne la punta de mi pluma
y traiga hasta estas hojas que tiemblan en mis manos
recuerdos de aquel tiempo, cuando Menorca era
una remota isla, perdida en la distancia,
sin rastro de turistas vocingleros y extraños
que invadieran sus playas, apenas mancilladas,
por los pocos vecinos, isleños todos ellos,
que hasta ellas llegaban “es diumenges i en festas”.

Aunque a algunos parezcan siete décadas mucho,
yo puedo asegurarles que ese tiempo ha pasado
tan veloz, tan deprisa, “que en moltas ocasions”
me parece sentirme, así, como dispuesto
a bajar hasta el puerto para surcar sus aguas
a bordo de mi barca, de mi “Calafiguera”,
y llegarme, remando, o bien a vela izada,
a la misma bocana, señalada frontera
impuesta por mi padre a mis marinas ansias
de descubrir el mundo que desde allí intuía.

La Menorca de entonces, “quant poc se me parèix
a sa Menorca d’ara. No he de esser jo qui digui”
cual de las dos Menorcas es la buena o la mala,
sólo a decir me atrevo que en nada se parecen,
y hasta tal punto ello, que hasta llego a creerlas
dos islas diferentes, distintas por completo.

Tan orgulloso estaba de mi isla que quise
que fuere independiente del resto de las islas,
y también, por supuesto, hasta del mundo entero:
La Isla de Menorca, Estado independiente,
lugar paradisíaco, sin robos y sin muertes,
donde todos podían dormir sin sobresaltos,
sin cuidar que su puerta “es quedasi tancada”,
sin vecinos en paro, sin pobres en sus calles,
donde todos vivían como buenos hermanos,
“travallant en silenci”, sin grandes apetencias,
contentos con su suerte, esperando con ansia
“qu’arrivasi s’estiu” para ir a bañarnos
a las viejas casetas, las del muelle del gas,
o ir a Cala Ratas, o llegarnos, andando,
“fins es Repòs del Rei, més enllá des Fonduc”,
o a las feraces huertas, las de San Juan, cercanas.

Las prisas no existían en aquella Menorca
que tengo en mi recuerdo, la isla donde todo
era blanco y azul, de un blanco deslumbrante,
de un azul esplendente, aquellos dos colores
que eran la divisa: “La Isla Azul y Blanca”,
con la que se anunciaba la isla de mis sueños.

Pido a Dios me conserve el recuerdo imborrable
de mi vieja Menorca, donde pasé los años
más felices que pueda imaginar un niño,
un niño que se hacía poco a poco hombrecito,
y al que un aciago día le quebraron la vida
llevándole muy lejos de su querida isla.

Lo malo es que al marcharme, aunque el cuerpo se fuese,
el alma no la pude llevármela conmigo
y se quedó vagando por las calas del puerto,
incapaz de alejarse de lo que había sido
la razón de mi vida, el premio inmerecido
que recibió aquel niño con alma marinera,
que lloró al alejarse de su Mahón querido.

Cuantos viejos recuerdos… La Isla de las Ratas,
frente a Calafiguera, que una empresa holandesa
dedicada a estas cosas, la dragó por completo,
borrándola del puerto, y hasta de la memoria
de todos los que fuimos testigos de aquel hecho.
Estoy por apostarme que quedamos muy pocos
de los que la pisamos en busca de alcaparras
en “sas moltas tàperas que per enllà n’i habia”.

Al cabo del camino, llegando ya a la meta,
en mis noches de insomnio, despierta mi memoria
y me trae el recuerdo de aquellos años idos,
los que viví en Menorca, la Isla Azul y Blanca,
donde dejé mi alma al irme para siempre.


José María Hercilla Trilla
Salamanca, 4 Noviembre 2.008

(De mi libro: ·El penúltimo cuaderno")

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