CEMENTERIO DE GUERRA (068)
(Recordando la visita a los cemeterios de guerra de Montecasino.)
La verde campa de cuidado césped,
de la Vida y la Muerte es la frontera:
ante el césped la Vida se detiene;
bajo el césped, la Muerte se hace eterna.
Sobre el césped, mil cruces uniformes,
erguidas en simétricas hileras,
son un grito callado y suplicante
dirigido a clavarse en la conciencia
de todo visitante que se asoma
a contemplar turbado esta parcela,
donde vibra un silencio impenetrable
surgido de la entraña de la tierra.
Ante el césped la vida se detiene
inmóvil y callada, cuando piensa
en las vidas truncadas de estos hombres,
que cayeron segadas por la guerra
y hoy yacen desgarrados y podridos
bajo el manto de cruces y de hierba.
El mudo visitante piensa en ellos
y queda anonadado.
Eleva
sus ojos sollozantes a la altura
y en silencio un Padre Nuestro reza
por las almas de aquellos que cayeron
fulminados en plena primavera.
En las cruces, grabados, aparecen,
a golpe de cincel, nombres y fechas,
y vemos que los muertos que cobijan
la vida dieron cuando apenas eran
unos adolescentes, unos niños
pletóricos de amores y de fuerza.
Fulanito de Tal, veintidós años;
Menganito, tan sólo una veintena;
Zutanito, tenía diecinueve
el día que cayó.
¡ Oh, Dios, que pena
en el alma me causan vuestras muertes !
¡¡ Qué pena tan profunda y tan inmensa !!
¡Cayeron los mejores !
Eso dicen
aquellos que salvaron su existencia
y salieron incólumes del caos,
del odio, del horror y la tragedia...
Yo no sé si cayeron los mejores;
sólo sé que mi alma se rebela
ante tanto dolor y sacrificio
como el hombre provoca en su ceguera.
Pobres hombres, llevados en manadas
a luchar entre sí, como si fueran
especies diferentes disputando
un lugar bajo el sol, sobre la tierra.
Y el horrible sarcasmo que corona
la lucha fratricida y cruenta:
¡ El destino que alcanzan los mejores
de pudrirse debajo de la hierba,
en estos cementerios infinitos,
con millares de cruces en hileras !
¡ Oh, muertos de este mundo, que caísteis
en la flor de la vida, -que era vuestra-,
defendiendo mi vida, -que era mía-. !
¡Que sea vuestra lucha la postrera
que salpique con rojas amapolas
de sangre y de dolor toda la Tierra !
Hagamos de este mundo un Paraíso,
sin odios, sin rencores y sin guerras,
descubriendo en el Hombre a nuestro Hermano
y estrechando su mano entre la nuestra !!!
José María Hercilla Trilla
Barco de Avila, 30 Diciembre 1978
(De mi libro: "La canción del Hermano")
miércoles, 28 de octubre de 2009
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