¿INFIERNO Y CIELO? (375)
-I-
¡Qué cosas, Señor, qué cosas! / Las oigo y no me las creo.
Los sabios Padres Jesuitas / han suprimido el Infierno,
y que aquello que decían / de ser lugar de tormento,
donde daban jurgonazos / a las almas que en el fuego
se abrasaban, condenadas / por cuanto de malo hicieron,
era sólo una figura / metafórica, a ejemplo
de un estado de carencia, / de evidente descontento
por no estar en sintonía / con el Dios del Universo.
Según dicen estos frailes, / el Infierno sólo es eso:
Un estado de inquietudes, / un amargo desconsuelo,
en que el alma se eterniza / sin lograr total sosiego,
vagando sin rumbo fijo, / arrastrada por mil vientos
encontrados que le impiden / anclar en seguro puerto
donde gozarse dichosa / a los pies del Padre Eterno.
Yo les debo confesar, / a fuerza de ser sincero,
que lo que dicen los frailes / lo había yo descubierto
desde que tuve razón / y usé mi razonamiento
en buscar explicaciones / a este insoluble misterio
de vivir en este mundo / para acabar siendo un muerto.
Necesitaba creer / -y os juro que así lo creo-
en la existencia de un Dios, / de un Ser que fuera compendio
de infinitas perfecciones, / infinitamente bueno,
que supiera de perdones / y a castigos fuese ajeno,
ya que un Padre no castiga / por mucho que le cansemos,
y aunque mucho le ofendamos / no puede echarte a un Infierno.
En esa firme creencia / -que como veis os confieso-
he vivido, procurando / no hacer daños a terceros,
y al ver que también los frailes / sustentan igual criterio
y declaran que no existe / un lugar llamado Infierno,
me complazco en mis razones / -aunque siempre fui modesto-
y el corazón se me ensancha / y se me dilata el pecho
al ver que gané a los frailes / en ese descubrimiento.
-II-
No hay dicha que mucho dure; / muy poco después de esto,
-y esta vez no han sido frailes,/ sino quién ocupa el puesto
de mandamás de las cosas / de Dios en este destierro,
es decir el mismo Papa, / infalible en sus decretos,
aquel que ocupa la Silla / Pontificia de San Pedro,
quien declara que tampoco / en las alturas hay Cielo.
Me he quedado anonadado, / pues si ello fuere cierto
de nuevo empiezan mis dudas, / mi asombro, mi desconcierto,
al quedarme sin respuesta, / al privarme de aquel premio
que me habían prometido / de ver a Dios en el Cielo
como pago de mis obras / y de mis renunciamientos.
Dejando al margen mi caso / -pues de importancia carezco-
si es verdad lo que Juan Pablo / ha puesto de manifiesto,
de que el Cielo es otro estado / -pero esta vez más perfecto-
y que ese “estar” no se goza / en un estacionamiento
previamente situado / en lo alto, con asientos
numerados, donde todos / la vista de Dios gocemos,
entonces yo me pregunto: / ¿Dónde se fueron aquellos
que nos decía la Iglesia / que a los cielos ascendieron?
¿Dónde está el Profeta Elías? / ¿Dónde su carro de fuego?
(El carro me lo robaron; / lo busco, mas no lo encuentro.
Como Manolo Escobar, / pregono mi desconcierto,
pues un carro abulta mucho / y no es fácil esconderlo.)
¿Dónde la Virgen María, / que fue subida a los Cielos
en carne mortal, conforme / al Dogma que establecieron
el Papa y sus Cardenales / en no muy lejano tiempo?
¿Y Jesucristo, Su Hijo, / que vivió después de muerto
y al cumplir cuarenta días / de haber sido resurrecto,
en su gloriosa Ascensión / -que atestiguan Evangelios-
también ascendió a la altura, / perdiéndose entre los Cielos?
Si ahora nos dice el Papa / que lo del Cielo es un cuento
y que tal lugar no existe, / ni ha existido en ningún tiempo,
y que todo se limita / a un metafórico invento,
a un simple “sentirse a gusto” / del alma después de muerto,
pero sin estarse quieta / y ubicada en un concreto
lugar entre las alturas / donde pusimos el Cielo,
entonces “apaga y vamos”, / pues es ya tal el enredo
que entre todos han formado / con lo de Cielo e Infierno,
que no hay cristiano decente/ medio capaz de entenderlo.
-III-
Señores Padres Jesuitas / y Sucesor de San Pedro:
Guárdense sus pareceres / y no me toquen el Credo,
que con él me basta y sobra / para vivir satisfecho,
sin meterme en más honduras / ni nuevos descubrimientos,
que nadie –por otra parte- / me garantiza correctos,
y perdonen si les digo / que algunos puntos concretos
es mejor “no meneallos”, / pues se joroba el invento.
Tengan cerrada la boca / conforme les aconsejo,
que a nadie le pesó nunca / permanecer en silencio.
Si al creyente le arrebatas / esa fe que es su sustento,
le conviertes en un hombre / que camina y está muerto;
un hombre sólo materia, / un hombre de carne hecho,
al que todos sus esquemas / de pronto se le rompieron.
¡Con suprimir ambas cosas, / no sabéis lo que habéis hecho!
¡Habéis quitado de golpe / el acicate y el freno!
José María Hercilla Trilla
www.hercilla.blogspot.com
Almuñecar, 9 Agosto 1999
(De mi Libro: “Fides”)
(Publ. en www.esdiari.com Nº 635/05.11.06 y
en www.avilared.com del 20-11-06))
viernes, 23 de mayo de 2008
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