LAS RETRACTACIONES (407)
Aquel sujeto encausado
en dos crímenes horrendos,
al declarar ante el Juez
que lo examinó primero,
se declaraba inocente
de los cargos; del secuestro
en Francia de dos etarras;
de su traslado y tormentos
-hasta arrancarles las uñas-
en un Palacio muy serio
que se llama de La Cumbre,
en donde los escondieron
al traerlos para España.
E inocente, por supuesto,
del horrible asesinato
-con dos tiros en los sesos-
de los jóvenes etarras,
a los que después cubrieron
con cinco arrobas de cal
para borrar por completo
el horrible asesinato
que en un campo de barbecho
de las tierras de Alicante
por encargo cometieron.
No obstante lo declarado,
en la cárcel siguió preso,
esperando que “los mandos”,
en pago de su silencio,
gestionaran su salida
de la cárcel, y que luego
pudiera vivir tranquilo,
cual si nada hubiese hecho.
Mas al ver como pasaba
inmisericorde el tiempo,
con los jefes en la calle
mientras él seguía dentro,
pagando los platos rotos
que entre muchos se rompieron,
se cansó de hacer el primo
en la trena prisionero,
y se ofreció a declarar
otra vez, y así el proceso
-esta vez con otro Juez
por dimisión del primero
que lo tuvo congelado,
con la instrucción en suspenso-,
vino de nuevo a activarse
al declararse confeso
de los dos asesinatos
el guardia que estaba preso,
y que antes se negara
a reconocer los hechos.
Y no sólo confesaba
“motu proprio” y sin esfuerzo,
sino que también decía
con mil detalles concretos
los nombres de un general
y un gobernador obeso
que dieron las oportunas
instrucciones al respecto,
para que el grupo de A-T
se pusiera en movimiento;
ordenantes, que en capucha,
una vez hecho el secuestro,
visitaron en La Cumbre
a los dos etarras presos;
los mismos jefes que al ver
el muy deplorable aspecto
que ofrecían los etarras
después de darles tormento,
de arrancarles una a una
las uñas de algunos dedos,
les ordenaron al punto
que los llevaran muy lejos
y borraran los vestigios
-incluso los más pequeños-
de los malditos etarras,
para que jamás sus cuerpos
fueren hallados por nadie,
y con el paso del tiempo
y ayuda de la cal viva,
no quedaren ni los huesos,
ni señal o pista alguna
capaz de reconocerlos.
Con lo declarado ahora,
el instructor del proceso
sacó nuevas conclusiones,
y en virtud de todo ello
procesó a los encausados,
desde el último al primero,
desde Galindo hasta Argote,
con otros que no recuerdo,
para quienes solicitan
penas en grado diverso
-desde noventa a dos años-
los fiscales del Supremo.
Ha comenzado ya el juicio,
y algunos que ya han “depuesto”
ante el Alto Tribunal,
han vuelto a negar los hechos;
y el General, hasta incluso,
en su papel de hombre bueno,
al que le achaca la culpa
de la cal y de los muertos,
lo ha colmado de piropos
y se ha pasado diciendo
que con seis hombre iguales,
él estaría dispuesto
a conquistar en tres días
el fértil cono sureño,
dejando chico a Cristóbal
Colón y al Descubrimiento.
Ante tantas alabanzas,
el confesante sujeto
que era testigo de cargo,
parece ser que de nuevo
variará lo declarado
y dirá que dijo “Diego”
y no “digo”, como consta
que dijo no ha mucho tiempo
ante el juez señor Liaño,
instructor de este proceso
que otro juez abandonara,
quién sabe si por respeto
y no querer que su nombre
en líos se viera envuelto.
Si otra vez ese testigo
se retracta de lo expuesto,
y por falta de más pruebas
son declarados absueltos
los presuntos implicados
en el horrible suceso,
entonces yo me pregunto:
¿En qué ocasión en concreto
hay que creer al testigo
que de modos tan diversos
ante los señores jueces
se ha venido “deponiendo”,
tomando a Sus Señorías
cual water para excrementos?
¿Dijo verdad al principio?
¿La verdad la dijo luego?
¿Dice la verdad ahora,
al retractarse de nuevo?
Este testigo parece
que está haciendo testamento,
un acto en el que se admite
al testador vacilento
cambiarlo cuantas veces
se le ocurra y venga a cuento.
Yo entiendo que el testimonio
de un testigo en un proceso
penal, de tanta importancia
como el que aquí se está viendo,
no puede estar al capricho
del deponente sujeto,
para que pueda variarlo
a su gusto y su contento.
Admito que se desdiga
de lo que dijo primero,
pero una vez “desdecido”
téngase por muy certero
lo dicho en segundas partes,
y no se admita ese juego
de variar a cada paso
el último manifiesto,
que con tales variaciones
y tamaño cachondeo,
a la Justicia se arrastra
por los mismísimos suelos.
Yo pido que a esos testigos
de cargo, tan poco serios,
se les dé serio castigo
que a todos sirva de ejemplo,
pues no puede tolerarse
la burla y el pitorreo
que tienen con la Justicia,
que por pito del sereno
la toman cuando “deponen”
en ella sus excrementos.
José María Hercilla Trilla
Salamanca, 19 Diciembre 1999
martes, 6 de julio de 2010
396 - JAVIER GÓMEZ DE LIAÑO
JAVIER GOMEZ DE LIAÑO (396)
Javier Gómez de Liaño,
ya te quitaron de en medio;
te impartieron su justicia,
-justicia en la que no creo-,
que a unos trata de una forma
y a otros de modo diverso.
Con esa ley del embudo
y ese modo torticero
de aplicar jurisprudencia,
cogiéndola por los pelos
para aplicarla en el caso
aunque no le venga a cuento,
-condenando a un inocente
en bochornoso proceso-,
corroboran la creencia
que por desgracia tenemos
de que en ciertas ocasiones
la justicia es cachondeo,
como ya dijo el alcalde
de Jerez, señor Pacheco.
Vaya mierda de justicia
esta justicia que vemos;
la que condena a Liaño
por absolver al dinero
y dejar que un poderoso,
junto con su subalterno,
impunes gocen del fruto
de un negocio deshonesto,
delito sobreseído
sin entrar a conocerlo.
La presunción de inocencia
aplicaron por entero
sólo a una de las partes;
y mudando de criterio
la presunción de culpable
a Liaño le impusieron,
pues sólo por presunciones
fue condenado el sujeto,
presunciones que los jueces
presumen en sus cerebros
de devotos servidores
de aquél que les dio su puesto
en el alto tribunal
que han tirado por los suelos
con esa burda sentencia
que es un puro cachondeo.
¡Javier Gómez de Liaño:
Tu recurso yo lo acepto
y dicto nueva sentencia
en la que digo: “Te absuelvo”!
José María Hercilla Trilla
Salamanca, 26 Octubre 1999
Javier Gómez de Liaño,
ya te quitaron de en medio;
te impartieron su justicia,
-justicia en la que no creo-,
que a unos trata de una forma
y a otros de modo diverso.
Con esa ley del embudo
y ese modo torticero
de aplicar jurisprudencia,
cogiéndola por los pelos
para aplicarla en el caso
aunque no le venga a cuento,
-condenando a un inocente
en bochornoso proceso-,
corroboran la creencia
que por desgracia tenemos
de que en ciertas ocasiones
la justicia es cachondeo,
como ya dijo el alcalde
de Jerez, señor Pacheco.
Vaya mierda de justicia
esta justicia que vemos;
la que condena a Liaño
por absolver al dinero
y dejar que un poderoso,
junto con su subalterno,
impunes gocen del fruto
de un negocio deshonesto,
delito sobreseído
sin entrar a conocerlo.
La presunción de inocencia
aplicaron por entero
sólo a una de las partes;
y mudando de criterio
la presunción de culpable
a Liaño le impusieron,
pues sólo por presunciones
fue condenado el sujeto,
presunciones que los jueces
presumen en sus cerebros
de devotos servidores
de aquél que les dio su puesto
en el alto tribunal
que han tirado por los suelos
con esa burda sentencia
que es un puro cachondeo.
¡Javier Gómez de Liaño:
Tu recurso yo lo acepto
y dicto nueva sentencia
en la que digo: “Te absuelvo”!
José María Hercilla Trilla
Salamanca, 26 Octubre 1999
lunes, 28 de junio de 2010
350 - EL INDULTO
EL INDULTO (350)
Por lo común, el que indulta
-cuando el hacerlo es injusto-,
lo que trata es de buscarse
que en el incierto futuro,
cuando se cambien las tornas,
el mismo gesto que él tuvo
con los políticos presos
a los que sacó del trullo,
en justa correspondencia
le paguen con otro indulto
que a él le libre de la cárcel
por sus pecados corruptos,
pues es cosa archisabida
que político ninguno
pudo presumir de santo
desde el principio del mundo;
y aunque en ciertas ocasiones
se lancen feos insultos,
es lo cierto que se ayudan
si se encuentran en apuros,
por eso de que entre ellos
-como casi todo es sucio-
hay un tácito convenio
que mantienen muy oculto
de auxiliarse mutuamente
y al pueblo darnos por ....
José María Hercilla Trilla
Barco de Avila, 1º de Enero 1999
20/10 DE LAS FUSIONES Y OTRAS CUESTIONES
20/10
De las fusiones y otras cuestiones
Llega a verme mi buen amigo Polidoro Recuenco, al que ya conocen ustedes, jubilado del noble Cuerpo de Telégrafos, con ribetes de filósofo –quiero decir que es aficionado a pensar por su cuenta y riesgo-, que hoy se muestra visiblemente alterado. Esgrime en su mano izquierda –la que le deja libre el bastón-, un periódico del que me muestra una de sus páginas, diciéndome, imperativamente: “Lee”.
Antes de seguir adelante, debo aclarar al amable lector que, de este mi amigo Recuenco, de él, es la idea de que las antes llamadas Cajas de Ahorro constituyen propiedad indivisa de los sufridos ahorradores, únicos dueños de los caudales en ellas depositados, de lo que saca la conclusión, quizás equivocada, pero suya, de que sin ahorradores las citadas entidades carecen de causa para existir, pues no es de directivos y empleados de lo que viven ellas, sino del jugoso margen obtenido por la diferencia entre los míseros intereses que abonan a los impositores y los elevados intereses que cobran a los prestatarios de los créditos que conceden. Polidoro no se atreve a llamarlos intereses usurarios, pues siempre fue hombre prudente, discreto y comedido.
Como él dice, si un día cualquiera, todos, absolutamente todos los impositores retiraren sus capitales, fruto del ahorro o del trabajo, y dejaren las cajas vacías, ¿cuántos días tardarían ellas en morir y desaparecer, y con ellas sus brillantes e inefables directivos y sus eficientísimos y fieles empleados?
Por eso, Polidoro se ha rebelado siempre contra ese manifiesto olvido, cuando no menosprecio, del más importante puntal de las mismas: Los impositores. Los que, según su teoría, son los verdaderos dueños del dinero, y por ende de las cajas.
Polidoro es uno de tantos españoles a los que la vida no les regaló nada, que vivieron única y exclusivamente de un trabajo honrado, pensando en la vejez y en que a ésta se llega cuando menos se espera. Si tienes algo ahorrado, la puedes afrontar con cierta tranquilidad e independencia, sin tener que recurrir a hijos, o, a falta de éstos, a la caridad pública. Por eso, desde que logró su empleo fijo, aunque medianamente retribuido, su constante preocupación fue ir ahorrando, aunque fuera trabajosamente, para asegurar su vejez y la de su buena esposa. Para ello, pensó, nada mejor que abrir su cartilla de ahorros en una caja –de las de aquellos tiempos-, e ir ingresando en la misma, peseta a peseta, lo que ambos a la par podían ahorrar, privándose de muchos gustos y caprichos, que quedaron atrás, sin satisfacer.
Al fin y a la postre, Polidoro pertenece a aquellas generaciones que vivimos las penurias de nuestra guerra civil, de aquella miseria extrema que le sucedió, que marcó el modo de ser y de estar, el pensamiento entero de aquellas generaciones, hoy a punto de extinguirse. A estas alturas de su vida, superados ampliamente los ochenta años, no puede pretenderse que cambien su rol de la noche a la mañana. Ello sería pedir peras al olmo.
Leo, como se me exige, y, efectivamente, veo que hay motivos más que suficientes para sorprenderse con lo acordado en ellas, en esas nuevas cajas de ahora, por lo menos en cuanto se refiere a la fusión de las mismas a que alude la noticia, tanto en lo que respecta a prejubilaciones de personal, como a su movilidad geográfica, a bajas incentivadas, a suspensiones de contrato compensadas, reducción de jornada y, sobre todo, nuevo marco laboral y armonización de condiciones, extremos que no voy a pasar a enumerar por no cansar al amable lector. Vea, si le interesa, El Mundo, edición de Castilla y León, del 25 abril corriente.
Lo sorprendente es que en la edición de 26 de marzo pasado, refiriéndose a las mismas cajas, decía, en mayúsculas y en negritas, “Las cajas reducen sus beneficios a la mitad”.
Polidoro sabe que existe en los consejos un miembro en representación de los impositores, pero en sus muchos años de impositor ni se le ha llamado a elegirlo, ni sabe quien es el elegido, ni cómo ha sido electo, ni en virtud de qué circunstancias concurrentes en el mismo. Sólo recuerda lo que le decía, hace ya muchos años, un pariente, elegido él para esa representación, a quien intrigado preguntó en qué consistía su trabajo, teniendo que escuchar como respuesta: “Cuando me convocan, me limito a firmar, dando mi aprobación a lo previamente acordado por el Consejo”. Debo confesar –me dice-, que me quedé atónito, pues no creo que mintiera. Era un buen hombre.
Bueno, pues a lo que iba y motivó este inocuo comentario, horro él de todo propósito de ofensa o injuria para nadie, sino como traslado de la indignación, digamos mejor incomprensión, padecida por mi amigo Polidoro, quien no alcanza a concebir que unos empleados –empleados o directivos, o ambos conjuntamente, da igual-, de unas cajas, que no son otra cosa que el envolvente de una masa de capitales ajenos, en ellas depositados para su custodia, digamos que por no tenerlos en casa sus legítimos propietarios, que ese conjunto de personas, que debían estar profundamente agradecidas a los impositores que hacen posible su supervivencia, hagan y deshagan, dispongan a su antojo, se fijen sueldos y prebendas fuera de lo que es normal en el resto de ciudadanos trabajadores por cuenta ajena, y todo ello sin previa autorización –ni conocimiento tampoco- de la masa de impositores, verdaderos propietarios de los caudales, aquellos que justifican la existencia de las cajas, y sólo ellos. Se acabaron los depósitos, como razona y dice Polidoro, y se acabaron las cajas. ¿O no es así?
Ya sabíamos todos de las dieciocho pagas al año, cobradas desde tiempo inmemorial, que los empleados conocidos nos refregaban por las narices, en vez de las catorce del resto de ciudadanos, pero –habla Polidoro- le parece inasumible, como él dice, o inaceptable como dice la Real Academia, que se le añadan ahora, en tiempos de crisis y de “reducción de beneficios a la mitad”, otros cuatro meses y medio más de sueldo, sin causa alguna que lo justifique, salvo la intervención de la eficaz presión sindical, que todo lo puede. Menos disminuir el paro, claro.
Si cuando el que se pasa de raya en sus exigencias y pretensiones es el “odiado” patrón, al empleado le queda la opción de buscarse otro trabajo mejor y despedirse, aunque sea a la francesa, sin avisar al patrón del que antes dependía. Pues, -como dice Polidoro-, aplíquense esa reflexión directivos y empleados de las cajas, que lo mismo pueden decidir cualquier día los impositores, al ver retribuidos sus depósitos con ridículos intereses, al tiempo que ven y sufren como actúan y disponen aquéllos, de espaldas a ellos, de los capitales confiados a su simple custodia, no en el sentido de apropiación indebida de los mismos, sino de escasa retribución, de miserables intereses pagados a los impositores, verdaderos y únicos dueños de las cajas, según criterio polidoriano. Pudiere llegar un momento en que, también ellos, los impositores, buscaren mejor colocación a sus ahorros y los retiraren hacia otras entidades de depósito más rentables. Todo es posible.
Me asusta pensar en la cantidad de parados que tal decisión originaría. Entre directivos y empleados, claro, no entre los disidentes impositores.
Volvió Polidoro a su casa y yo me quedé pensando, por una parte, en la razón que le asiste; por otra, en la indefensión en que realmente vivimos los sufridos impositores, los del capitalito hecho a base de sacrificios y de renuncias, es decir del verdadero ahorro, tal como hasta ahora se entendía esta palabra, la que se nos enseñaba desde niños, la que –nos decían- jamás deberíamos olvidar si queríamos llegar a ser hombres independientes y de provecho. ¡Mierda de independencia y de provecho! (Perdón) En cuanto te descuides, después de toda una vida de trabajoso ahorro, te expones a quedarte en la calle, con el culo al aire. Los empleados cobrarán catorce pagas y media, lo que tú jamás soñaste, y en cuanto a los directivos, sólo sé lo que me decía un empleado de una de ellas -hace muchos años de esta confidencia-, que había cobrado setenta millones de pesetas, de las de antes. Me gustaría saber lo que va a cobrar ahora, con el puñetero euro, que todo lo minimiza y enmascara. ¡Porca miseria! ¿Y para eso me he pasado la vida ahorrando?
Pero, ¿dónde llevo mis cuatro perras? Este jodío Polidoro me ha dejado sumido en un mar de incertidumbres. Y también de desconfianzas. ¿Qué hago, o en qué, o en quién, puedo confiar?
Está visto que la desconfianza es el mal del siglo. Se desconfía del gobierno, de la justicia, de los partidos, de los políticos, de la banca, de los sindicatos, etc., etc., ……
Y yo me pregunto, ¿pero merece la pena vivir así? ¿No será hora de pensar en ir cambiando de vida? ¿Y cómo? Quizás empezando por arriba, dejando de pensar siempre en el dinero y dedicando un poco de tiempo a pensar en el prójimo. Y a servirle también. ¡Digo yo!
José María Hercilla Trilla
Salamanca, 8 de mayo del 2010
(Public, en www.lacodosera.net el 10-05-10)
(Id. en www.esdiari.com el 17-05-10)
De las fusiones y otras cuestiones
Llega a verme mi buen amigo Polidoro Recuenco, al que ya conocen ustedes, jubilado del noble Cuerpo de Telégrafos, con ribetes de filósofo –quiero decir que es aficionado a pensar por su cuenta y riesgo-, que hoy se muestra visiblemente alterado. Esgrime en su mano izquierda –la que le deja libre el bastón-, un periódico del que me muestra una de sus páginas, diciéndome, imperativamente: “Lee”.
Antes de seguir adelante, debo aclarar al amable lector que, de este mi amigo Recuenco, de él, es la idea de que las antes llamadas Cajas de Ahorro constituyen propiedad indivisa de los sufridos ahorradores, únicos dueños de los caudales en ellas depositados, de lo que saca la conclusión, quizás equivocada, pero suya, de que sin ahorradores las citadas entidades carecen de causa para existir, pues no es de directivos y empleados de lo que viven ellas, sino del jugoso margen obtenido por la diferencia entre los míseros intereses que abonan a los impositores y los elevados intereses que cobran a los prestatarios de los créditos que conceden. Polidoro no se atreve a llamarlos intereses usurarios, pues siempre fue hombre prudente, discreto y comedido.
Como él dice, si un día cualquiera, todos, absolutamente todos los impositores retiraren sus capitales, fruto del ahorro o del trabajo, y dejaren las cajas vacías, ¿cuántos días tardarían ellas en morir y desaparecer, y con ellas sus brillantes e inefables directivos y sus eficientísimos y fieles empleados?
Por eso, Polidoro se ha rebelado siempre contra ese manifiesto olvido, cuando no menosprecio, del más importante puntal de las mismas: Los impositores. Los que, según su teoría, son los verdaderos dueños del dinero, y por ende de las cajas.
Polidoro es uno de tantos españoles a los que la vida no les regaló nada, que vivieron única y exclusivamente de un trabajo honrado, pensando en la vejez y en que a ésta se llega cuando menos se espera. Si tienes algo ahorrado, la puedes afrontar con cierta tranquilidad e independencia, sin tener que recurrir a hijos, o, a falta de éstos, a la caridad pública. Por eso, desde que logró su empleo fijo, aunque medianamente retribuido, su constante preocupación fue ir ahorrando, aunque fuera trabajosamente, para asegurar su vejez y la de su buena esposa. Para ello, pensó, nada mejor que abrir su cartilla de ahorros en una caja –de las de aquellos tiempos-, e ir ingresando en la misma, peseta a peseta, lo que ambos a la par podían ahorrar, privándose de muchos gustos y caprichos, que quedaron atrás, sin satisfacer.
Al fin y a la postre, Polidoro pertenece a aquellas generaciones que vivimos las penurias de nuestra guerra civil, de aquella miseria extrema que le sucedió, que marcó el modo de ser y de estar, el pensamiento entero de aquellas generaciones, hoy a punto de extinguirse. A estas alturas de su vida, superados ampliamente los ochenta años, no puede pretenderse que cambien su rol de la noche a la mañana. Ello sería pedir peras al olmo.
Leo, como se me exige, y, efectivamente, veo que hay motivos más que suficientes para sorprenderse con lo acordado en ellas, en esas nuevas cajas de ahora, por lo menos en cuanto se refiere a la fusión de las mismas a que alude la noticia, tanto en lo que respecta a prejubilaciones de personal, como a su movilidad geográfica, a bajas incentivadas, a suspensiones de contrato compensadas, reducción de jornada y, sobre todo, nuevo marco laboral y armonización de condiciones, extremos que no voy a pasar a enumerar por no cansar al amable lector. Vea, si le interesa, El Mundo, edición de Castilla y León, del 25 abril corriente.
Lo sorprendente es que en la edición de 26 de marzo pasado, refiriéndose a las mismas cajas, decía, en mayúsculas y en negritas, “Las cajas reducen sus beneficios a la mitad”.
Polidoro sabe que existe en los consejos un miembro en representación de los impositores, pero en sus muchos años de impositor ni se le ha llamado a elegirlo, ni sabe quien es el elegido, ni cómo ha sido electo, ni en virtud de qué circunstancias concurrentes en el mismo. Sólo recuerda lo que le decía, hace ya muchos años, un pariente, elegido él para esa representación, a quien intrigado preguntó en qué consistía su trabajo, teniendo que escuchar como respuesta: “Cuando me convocan, me limito a firmar, dando mi aprobación a lo previamente acordado por el Consejo”. Debo confesar –me dice-, que me quedé atónito, pues no creo que mintiera. Era un buen hombre.
Bueno, pues a lo que iba y motivó este inocuo comentario, horro él de todo propósito de ofensa o injuria para nadie, sino como traslado de la indignación, digamos mejor incomprensión, padecida por mi amigo Polidoro, quien no alcanza a concebir que unos empleados –empleados o directivos, o ambos conjuntamente, da igual-, de unas cajas, que no son otra cosa que el envolvente de una masa de capitales ajenos, en ellas depositados para su custodia, digamos que por no tenerlos en casa sus legítimos propietarios, que ese conjunto de personas, que debían estar profundamente agradecidas a los impositores que hacen posible su supervivencia, hagan y deshagan, dispongan a su antojo, se fijen sueldos y prebendas fuera de lo que es normal en el resto de ciudadanos trabajadores por cuenta ajena, y todo ello sin previa autorización –ni conocimiento tampoco- de la masa de impositores, verdaderos propietarios de los caudales, aquellos que justifican la existencia de las cajas, y sólo ellos. Se acabaron los depósitos, como razona y dice Polidoro, y se acabaron las cajas. ¿O no es así?
Ya sabíamos todos de las dieciocho pagas al año, cobradas desde tiempo inmemorial, que los empleados conocidos nos refregaban por las narices, en vez de las catorce del resto de ciudadanos, pero –habla Polidoro- le parece inasumible, como él dice, o inaceptable como dice la Real Academia, que se le añadan ahora, en tiempos de crisis y de “reducción de beneficios a la mitad”, otros cuatro meses y medio más de sueldo, sin causa alguna que lo justifique, salvo la intervención de la eficaz presión sindical, que todo lo puede. Menos disminuir el paro, claro.
Si cuando el que se pasa de raya en sus exigencias y pretensiones es el “odiado” patrón, al empleado le queda la opción de buscarse otro trabajo mejor y despedirse, aunque sea a la francesa, sin avisar al patrón del que antes dependía. Pues, -como dice Polidoro-, aplíquense esa reflexión directivos y empleados de las cajas, que lo mismo pueden decidir cualquier día los impositores, al ver retribuidos sus depósitos con ridículos intereses, al tiempo que ven y sufren como actúan y disponen aquéllos, de espaldas a ellos, de los capitales confiados a su simple custodia, no en el sentido de apropiación indebida de los mismos, sino de escasa retribución, de miserables intereses pagados a los impositores, verdaderos y únicos dueños de las cajas, según criterio polidoriano. Pudiere llegar un momento en que, también ellos, los impositores, buscaren mejor colocación a sus ahorros y los retiraren hacia otras entidades de depósito más rentables. Todo es posible.
Me asusta pensar en la cantidad de parados que tal decisión originaría. Entre directivos y empleados, claro, no entre los disidentes impositores.
Volvió Polidoro a su casa y yo me quedé pensando, por una parte, en la razón que le asiste; por otra, en la indefensión en que realmente vivimos los sufridos impositores, los del capitalito hecho a base de sacrificios y de renuncias, es decir del verdadero ahorro, tal como hasta ahora se entendía esta palabra, la que se nos enseñaba desde niños, la que –nos decían- jamás deberíamos olvidar si queríamos llegar a ser hombres independientes y de provecho. ¡Mierda de independencia y de provecho! (Perdón) En cuanto te descuides, después de toda una vida de trabajoso ahorro, te expones a quedarte en la calle, con el culo al aire. Los empleados cobrarán catorce pagas y media, lo que tú jamás soñaste, y en cuanto a los directivos, sólo sé lo que me decía un empleado de una de ellas -hace muchos años de esta confidencia-, que había cobrado setenta millones de pesetas, de las de antes. Me gustaría saber lo que va a cobrar ahora, con el puñetero euro, que todo lo minimiza y enmascara. ¡Porca miseria! ¿Y para eso me he pasado la vida ahorrando?
Pero, ¿dónde llevo mis cuatro perras? Este jodío Polidoro me ha dejado sumido en un mar de incertidumbres. Y también de desconfianzas. ¿Qué hago, o en qué, o en quién, puedo confiar?
Está visto que la desconfianza es el mal del siglo. Se desconfía del gobierno, de la justicia, de los partidos, de los políticos, de la banca, de los sindicatos, etc., etc., ……
Y yo me pregunto, ¿pero merece la pena vivir así? ¿No será hora de pensar en ir cambiando de vida? ¿Y cómo? Quizás empezando por arriba, dejando de pensar siempre en el dinero y dedicando un poco de tiempo a pensar en el prójimo. Y a servirle también. ¡Digo yo!
José María Hercilla Trilla
Salamanca, 8 de mayo del 2010
(Public, en www.lacodosera.net el 10-05-10)
(Id. en www.esdiari.com el 17-05-10)
lunes, 21 de junio de 2010
336-LA DEPOSICIÓN
LA DEPOSICION (336)
(Reflexiones ante el Caso Marey)
Desde niño, yo veía
que mi padre a sus enfermos
-entre otras muchas preguntas
que aquí no vienen a cuento-
preguntaba a casi todos
si "habían hecho de cuerpo",
para -en caso afirmativo-
lo que el paciente había hecho
lo trajeran a su vista
para por sí mismo verlo
y deducir de su examen
de la dolencia el remedio.
Lo que más me extrañó siempre
fue la forma en que el galeno,
es decir mi señor padre,
formulaba su deseo,
pues en vez de suplicarles:
"Traigan la mierda un momento
para que yo la examine
con todo detenimiento",
decía muy por lo fino,
sin hacer el menor gesto:
"Traigan la deposición
que el paciente diz que ha hecho".
Y la familia acercaba
el orinal medio lleno
de orines y mierda pura,
unas veces con aspecto
de diarrea semifluida,
de colores muy diversos;
y otras veces parecida
a cagajones mostrencos,
con la color muy negruzca
y final sanguinolento.
A pesar de la extrañeza
que ante ustedes manifiesto,
me acostumbré desde niño
-como buen hijo de médico-
a entender "deposición"
como el humano excremento
al que se encuentra obligado
el hombre, sólo por serlo,
y que "deponer" es sólo
cagarse o hacer de cuerpo.
(Me dice usted, extrañado,
¿que a qué santo viene esto?
Pues se lo voy a decir,
que todo tiene su aquello.)
En esa santa creencia
que les digo, fui creciendo;
y cada vez que escuchaba
"deponer" o "deponiendo",
y también "deposición"
e incluso también "depuesto",
y las muy variadas formas
del "deponer" como verbo,
me imaginaba en cuclillas
al "deponedor" sujeto,
apretando la barriga
en fisiológico esfuerzo,
pugnando por evacuar
sus humanos excrementos.
Por eso cuando estudié
la carrera de Derecho,
se me hizo cuesta arriba
que en nuestro Procedimiento
-entre los medios de prueba-,
a los testigos propuestos
por cualquiera de las partes
litigantes en el pleito,
se obligara a "deponer",
no a declarar, como creo
que debiera de llamarse
el testimonio "depuesto".
Que lo que diga un testigo
ante el Juez o ante el Supremo,
se llame "deposición",
es admitir como cierto
aquel dicho que asegura
que no hay un testigo bueno,
pues el bueno no se presta
a meterse en pleito ajeno,
y el malo tiene intereses:
O ha percibido dinero
por mentir como un bellaco,
o por defender su crédito
y evitar que lo encarcelen
al hablar es torticero
y a toda pregunta dice
"No lo sé" o "No me acuerdo".
Con esto quiero decir
que al "deponer" el sujeto,
en presencia del Usía
que rige el procedimiento,
lo que el testigo "depone"
es tan sólo un excremento,
cagándose en la Justicia,
en el Juez (y hasta en sus muertos),
para después de cagarse,
alejarse tan risueño
por el pasillo adelante
sin sentir remordimiento
por el perjurio de marras,
pues sólo dijo "prometo"
y ya es sabido que entonces
no faltó a su juramento.
(Igual que en mi tierna infancia,
"deponer" sigo entendiendo
como el acto de cagarse,
aunque en ocasiones creo
que también es lo que hacen
los testigos en los pleitos,
con burla de la Justicia
y el santo Procedimiento)
José María Hercilla
Salamanca, 25 Junio 1998
(Reflexiones ante el Caso Marey)
Desde niño, yo veía
que mi padre a sus enfermos
-entre otras muchas preguntas
que aquí no vienen a cuento-
preguntaba a casi todos
si "habían hecho de cuerpo",
para -en caso afirmativo-
lo que el paciente había hecho
lo trajeran a su vista
para por sí mismo verlo
y deducir de su examen
de la dolencia el remedio.
Lo que más me extrañó siempre
fue la forma en que el galeno,
es decir mi señor padre,
formulaba su deseo,
pues en vez de suplicarles:
"Traigan la mierda un momento
para que yo la examine
con todo detenimiento",
decía muy por lo fino,
sin hacer el menor gesto:
"Traigan la deposición
que el paciente diz que ha hecho".
Y la familia acercaba
el orinal medio lleno
de orines y mierda pura,
unas veces con aspecto
de diarrea semifluida,
de colores muy diversos;
y otras veces parecida
a cagajones mostrencos,
con la color muy negruzca
y final sanguinolento.
A pesar de la extrañeza
que ante ustedes manifiesto,
me acostumbré desde niño
-como buen hijo de médico-
a entender "deposición"
como el humano excremento
al que se encuentra obligado
el hombre, sólo por serlo,
y que "deponer" es sólo
cagarse o hacer de cuerpo.
(Me dice usted, extrañado,
¿que a qué santo viene esto?
Pues se lo voy a decir,
que todo tiene su aquello.)
En esa santa creencia
que les digo, fui creciendo;
y cada vez que escuchaba
"deponer" o "deponiendo",
y también "deposición"
e incluso también "depuesto",
y las muy variadas formas
del "deponer" como verbo,
me imaginaba en cuclillas
al "deponedor" sujeto,
apretando la barriga
en fisiológico esfuerzo,
pugnando por evacuar
sus humanos excrementos.
Por eso cuando estudié
la carrera de Derecho,
se me hizo cuesta arriba
que en nuestro Procedimiento
-entre los medios de prueba-,
a los testigos propuestos
por cualquiera de las partes
litigantes en el pleito,
se obligara a "deponer",
no a declarar, como creo
que debiera de llamarse
el testimonio "depuesto".
Que lo que diga un testigo
ante el Juez o ante el Supremo,
se llame "deposición",
es admitir como cierto
aquel dicho que asegura
que no hay un testigo bueno,
pues el bueno no se presta
a meterse en pleito ajeno,
y el malo tiene intereses:
O ha percibido dinero
por mentir como un bellaco,
o por defender su crédito
y evitar que lo encarcelen
al hablar es torticero
y a toda pregunta dice
"No lo sé" o "No me acuerdo".
Con esto quiero decir
que al "deponer" el sujeto,
en presencia del Usía
que rige el procedimiento,
lo que el testigo "depone"
es tan sólo un excremento,
cagándose en la Justicia,
en el Juez (y hasta en sus muertos),
para después de cagarse,
alejarse tan risueño
por el pasillo adelante
sin sentir remordimiento
por el perjurio de marras,
pues sólo dijo "prometo"
y ya es sabido que entonces
no faltó a su juramento.
(Igual que en mi tierna infancia,
"deponer" sigo entendiendo
como el acto de cagarse,
aunque en ocasiones creo
que también es lo que hacen
los testigos en los pleitos,
con burla de la Justicia
y el santo Procedimiento)
José María Hercilla
Salamanca, 25 Junio 1998
martes, 8 de junio de 2010
330 - EL ESTIGMA
E L E S T I G M A
(Animus jocandi)
Don Pepe Justo de Pega,
magistrado singular,
ha inventado una eximente
en el ámbito penal,
de aplicación exclusiva
a un señor muy principal
a quién dicho magistrado
se niega a "estigmatizar",
no sólo no permitiendo
que lo puedan encausar,
sino negándole incluso
que pueda testificar
como un testigo cualquiera,
pues con sólo declarar
acerca de lo que sabe
o no sabe de los GAL,
pudiera quedar manchado
con un "estigma" fatal,
que no hubiera lavadora
que lo supiera lavar.
¡Vive Dios!, que yo me asombro
de la forma desigual,
que tienen algunos jueces,
de tratar al personal,
considerando que a unos
se puede "estigmatizar"
si son llamados a juicio
o tan sólo a declarar,
y que al resto de presuntos
por el saco pueden dar
sin que les salgan "estigmas"
ni en el orificio anal.
Si todos somos iguales,
-dice el Constitucional-,
esa eximente nacida
de un magistrado sin par,
sin duda debe aplicarse
a todos en general,
que todos tenemos madre,
y nadie puede escapar
a la acción de una Justicia
que se precie de imparcial.
(Aunque temo que el "estigma"
su inventor no aplicará
al que robó unas gallinas
o asaltó una Sucursal
bancaria de cualquier pueblo,
o prendió fuego a un pajar;
ni tampoco al ciudadano
que puede testificar
de lo que vieron sus ojos
al pasar por el lugar
donde los hechos pasaban
y los pudo constatar
"ipso facto", "motu propio"
y "de visu", que es lo más.)
Si esa eximente es tan sólo
para el señor principal,
la Justicia no es Justicia,
que es una mierda tal cual.
Por otra parte yo pienso
y pregunto, sin pensar
que a esta pregunta que hago
nadie pueda contestar:
Si por vergüenza torera
ese mismo Tribunal
que consideró el "estigma"
como eximente total,
lo aplicara íntegramente
a todito el personal,
¿no es evidente que todos,
magistrados y fiscal,
estarían sin trabajo
y podrían acabar
en el INEM apuntados,
como cualquier menestral?
La poca fe que tenemos
en la justicia penal
cuando juzga al poderoso
en "perras" o autoridad,
Don José Injusto de Pega
nos la acaba de quitar
con su eximente que dice
"Prohibido estigmatizar".
José María Hercilla Trilla
Salamanca, 28 Mayo 1998
(Animus jocandi)
Don Pepe Justo de Pega,
magistrado singular,
ha inventado una eximente
en el ámbito penal,
de aplicación exclusiva
a un señor muy principal
a quién dicho magistrado
se niega a "estigmatizar",
no sólo no permitiendo
que lo puedan encausar,
sino negándole incluso
que pueda testificar
como un testigo cualquiera,
pues con sólo declarar
acerca de lo que sabe
o no sabe de los GAL,
pudiera quedar manchado
con un "estigma" fatal,
que no hubiera lavadora
que lo supiera lavar.
¡Vive Dios!, que yo me asombro
de la forma desigual,
que tienen algunos jueces,
de tratar al personal,
considerando que a unos
se puede "estigmatizar"
si son llamados a juicio
o tan sólo a declarar,
y que al resto de presuntos
por el saco pueden dar
sin que les salgan "estigmas"
ni en el orificio anal.
Si todos somos iguales,
-dice el Constitucional-,
esa eximente nacida
de un magistrado sin par,
sin duda debe aplicarse
a todos en general,
que todos tenemos madre,
y nadie puede escapar
a la acción de una Justicia
que se precie de imparcial.
(Aunque temo que el "estigma"
su inventor no aplicará
al que robó unas gallinas
o asaltó una Sucursal
bancaria de cualquier pueblo,
o prendió fuego a un pajar;
ni tampoco al ciudadano
que puede testificar
de lo que vieron sus ojos
al pasar por el lugar
donde los hechos pasaban
y los pudo constatar
"ipso facto", "motu propio"
y "de visu", que es lo más.)
Si esa eximente es tan sólo
para el señor principal,
la Justicia no es Justicia,
que es una mierda tal cual.
Por otra parte yo pienso
y pregunto, sin pensar
que a esta pregunta que hago
nadie pueda contestar:
Si por vergüenza torera
ese mismo Tribunal
que consideró el "estigma"
como eximente total,
lo aplicara íntegramente
a todito el personal,
¿no es evidente que todos,
magistrados y fiscal,
estarían sin trabajo
y podrían acabar
en el INEM apuntados,
como cualquier menestral?
La poca fe que tenemos
en la justicia penal
cuando juzga al poderoso
en "perras" o autoridad,
Don José Injusto de Pega
nos la acaba de quitar
con su eximente que dice
"Prohibido estigmatizar".
José María Hercilla Trilla
Salamanca, 28 Mayo 1998
miércoles, 2 de junio de 2010
329 - DESCARTÉ LA JUSTICIA
DESCARTÉ LA JUSTICIA (329)
Desvivido en amor, voy, peregrino,
buscando la Verdad y la Belleza.
(Descarté la Justicia, en la certeza
de no hallarla jamás en mi camino.)
Y en busca de esa meta que adivino,
voy luchando, tenaz, con entereza,
sintiendo como bulle en mi cabeza
ese afán de verdad, que es mi destino.
Es triste no creer en la Justicia
y apena que lo diga un abogado
que, amante de su oficio y su carrera,
hastiado está de ver con que impudicia
actúan más de un juez y un magistrado
que interpretan la ley a su manera.
José María Hercilla Trilla
Salamanca 28 Mayo 1998
Desvivido en amor, voy, peregrino,
buscando la Verdad y la Belleza.
(Descarté la Justicia, en la certeza
de no hallarla jamás en mi camino.)
Y en busca de esa meta que adivino,
voy luchando, tenaz, con entereza,
sintiendo como bulle en mi cabeza
ese afán de verdad, que es mi destino.
Es triste no creer en la Justicia
y apena que lo diga un abogado
que, amante de su oficio y su carrera,
hastiado está de ver con que impudicia
actúan más de un juez y un magistrado
que interpretan la ley a su manera.
José María Hercilla Trilla
Salamanca 28 Mayo 1998
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