martes, 30 de junio de 2009

026 - LA PENA QUE TENGO

LA PENA QUE TENGO (026)



La pena que tengo
metida en el alma,
a mí se ha llegado
sin que la llamara.

Pasó por mi puerta,
y por mi desgracia,
me encontró a su paso
y me echó la zarpa.

¡Y aquí se ha metido!

La siento en el alma;
noto que me ahoga;
veo que me atenaza,
y que poco a poco
me hiere y me mata.

Pasó por mi puerta,
como si esperara
que yo me cruzase
a su paso, y nada,
ni nadie ha impedido
que se me abrazara.

La pena que tengo
clavada en el alma,
a traición me ha herido
y a traición me mata.

¡Que a mí se ha llegado
sin que la llamara!


José María Hercilla Trilla
Cañaveral, 1948

(De mi libro: "Canciones de juventud")

lunes, 29 de junio de 2009

027 - AY, QUE PENITA, QUE PENA...

AY, QUE PENITA, QUE PENA... (027)


¡Ay, que penita, que pena!
Quererte como te quiero
y no poderte querer;
estarme por ti muriendo,
saber que también me quieres,
saber que los dos queremos...,
y no podernos hablar,
y tener que hacer misterio
de este amor, que no me importa
pregonar al mundo entero.

¡Ay, qué penita, que pena!
¡Ay, Virgen de los Remedios!
Tener que hablar a escondidas,
vernos tan sólo un momento,
tener que huir de tus padres
porque no quieren los viejos
que hables a solas conmigo;
tener que guardar silencio
en vez de decir a gritos
lo mucho que yo te quiero...

¡Ay, qué penita, que pena!
¡Ay, Virgen de los Remedios!
¡Ay, niña de mis amores...!
Quererte como te quiero,
y no poderte querer,
porque según dice el pueblo
-que todo lo ve y lo sabe-
tú tienes y yo no tengo.

Tú eres rica y yo soy pobre.
Lo dice el pueblo y es cierto,
y yo lo repito a gritos,
puesto que no me avergüenzo
y voy con la frente alta,
que nada a nadie le debo.

Un duro que yo posea
tiene a mis ojos más precio
que los millones que a otros
les dejaran sus abuelos;
todos nacimos desnudos,
pero a unos los vistieron,
y otros nos vestimos solos,
con mucho sudor y esfuerzo.

Y yo me he vestido solo,
y si el dinero que tengo
no basta para una copa,
un vaso de vino bebo,
o bebo un sorbo de agua,
y a nadie se lo agradezco.

¿Que no tengo dos pesetas?
¿Y a mí que me importa eso?
¿Que tus padres son muy ricos?
¡Que se guarden sus dineros!
¿Qué me importa a mí que tengan?
Soy yo más rico que ellos,
pues tengo yo dos tesoros
del más elevado precio:
En esta cabeza altiva
un poco de entendimiento,
y en esa tuya, tan bella,
el oro de tus cabellos.

¡Ay, que penita, que pena!
¡Ay, Virgen de los Remedios!
¡Ay, niña de mis amores...!
Quererte como te quiero...,
saber que también me quieres...,
estarnos los dos muriendo...,
y todo... porque tú tienes,
y todo... porque no tengo.

¡Ay, que penita, que pena,
mi Virgen de los Remedios!


José María Hercilla Trilla
Cañaveral, 1948

(De mi libro: "Canciones de juventud")

sábado, 27 de junio de 2009

028 - ATARDECER

ATARDECER (028)


La tarde se moría
con luces de amatista;
un misterioso artista
en los cielos vertía,

de su mejor paleta,
los más bellos colores...
Aromaban las flores
nuestra vaga silueta

de seres errabundos.
Yo buscaba en tus ojos
los arcanos profundos
del incierto Destino,

y besaba tus rojos
labios, que en mi camino
se cruzaron un día,
brindándome dulzura

y ahogando la amargura
de mi vida vacía.
Una ingrávida calma
flotaba en el ambiente;

sollozaba una fuente;
en el fondo del alma
lentamente nacía,
sutil y tenue, una

vaga melancolía...
¡Y en tu pálida frente
te besaba la Luna
con un beso silente...!

José María Hercilla Trilla
Cañaveral, 1948

(De mi Libro: "Canciones de juventud")

viernes, 26 de junio de 2009

029 - OFRENDA

O F R E N D A (029)



Nosotros, los poetas...,
los que tenemos alma visionaria e inquieta;
los que en vano forjamos mil quiméricos sueños;
los que huimos del mundo por hallarlo pequeño;
los que, siempre sonrientes, cruzamos por la vida
mientras llora en silencio el alma dolorida...;
los que de ingratitudes y desprecios sabemos;
los que nada envidiamos..., aunque nada tenemos...

Nosotros, los poetas, lunáticos señores,
que a la luz de la luna deshojamos las flores
del pensil de los sueños; que cantamos «sandeces»
a las doncellas rubias que muestran palideces
de raso en las mejillas; que entendemos el grave
y melódico acento que llega desde el clave
en las alas del viento; los que olvidando agravios
ofrecemos perdones; los que no somos sabios,
pero sabemos todas las humanas miserias;
(sabemos del Pecado, del Vicio, y de la Histeria).

Los que ya somos viejos... y tenemos veinte años;
nosotros, que sabemos del Amor y de engaños;
nosotros, que quisimos a una linda coqueta
y fuimos engañados... ¡Nosotros, los poetas...!

Nosotros, los vasallos de la Diosa Belleza,
soñadores que ansiamos implantar la realeza
de Venus Citerea y del Rey Don Quijote...;
que cantamos llorando, sin que nadie lo note
ni advierta la tristeza que invade nuestro canto;
que simulamos risas, cuando tal vez el llanto
nos quema las pupilas...

Nosotros, soñadores
de mente enfebrecida, que forjamos amores
románticos y vamos en pos de una quimera:


La encantada Princesa de blonda cabellera,
de ojos verde jade y labios escarlata;
la que tiene cien pajes y una bella azafata,
un castillo almenado y un jardín floreciente...

Nosotros, que pulsamos en la noche silente
la melódica lira de los mágicos sueños;
que volamos veloces a otros mundos risueños
de eterna primavera, de pájaros, de flores,
de arroyos cantarinos que riman los amores
de sátiros y ninfas, de musas y troveros,
de rubias Princesitas y ardientes Caballeros
de graciosa melena y ojos aniñados...


Nosotros, los poetas, que estamos condenados
a dejar en la senda el alma hecha jirones,
-somos blancas ovejas que dejamos vellones
de lana en los zarzales que estorban el camino-;
que no ahogamos las penas en un vaso de vino,
porque las sepultamos en la estrofa doliente
que escribimos llorando, y de la cual la gente,
-porque no la comprende-, se burla despiadada,
sin saber los dolores con los que fue engendrada.

Nosotros, pobres hombres, que brindamos consuelo
a todos los que sufren en este ingrato suelo
las nostalgias eternas de otros mundos mejores,
con gentes más sinceras y más puros amores...

Nosotros, los poetas, andantes caballeros,
soñadores ilusos, que en todos los senderos
sembramos nuestras rosas de mística blancura;
que en todos los caminos, nuestra vaga ternura
la vamos derrochando; que en el alma, esculpida
llevamos una Idea y la imagen querida
de la rubia Princesa, que acaso nos espera
mientras peina saudosa su blonda cabellera
de dorados reflejos, con sus manos de raso;
o deshoja impaciente las flores que en un vaso
languidecen y aroman el silencio enervante,
que rompe algún suspiro, o la voz sibilante
de la dueña cetrina que musita y murmura,

porque nunca en su vida conoció la ternura,
ni la dicha de amarse, ni la gloria de un beso...

Nosotros, Princesita, que soñamos con eso
que se llama la Gloria; que llenos de idealismo,
remontamos el vuelo, y -tal vez- el abismo
oscuro del fracaso nos aguarde impaciente;
nosotros te ofrecemos el místico presente
de nuestras pobres rimas, humildes y sentidas...

En ellas, mi Princesa, te ofrezco, con mi vida,
mi devoción eterna y mi esperanza inquieta,
mis triunfos, mis amores y mi alma de poeta.


José María Hercilla Trilla
Cañaveral, 1948

(De mi Libro: "Canciones de juventud")

jueves, 25 de junio de 2009

030 - VISIÓN NOCTURNA


VISION NOCTURNA (030)


Noche de verano en una calle céntrica
del Madrid populoso. En un reloj resuenan
las lentas campanadas que nos dicen la hora:
Las tres. En las aceras

débilmente alumbradas, se amontona la vida
nocturna de la urbe. La gente más selecta
de la vida del hampa empieza su jornada.
Seis o siete rameras

que lanzan sus anzuelos en busca de un incauto
que llevarse a la cama; en la esquina, una vieja
que vocea diarios; otra que vende churros,
cargada con la cesta.

Unos cuantos ladrones en busca de trabajo
donde lucir su maña y afanar la peseta;
algún perdonavidas de aspecto venenoso,
que espera que su hembra

le traiga los dineros que ganó con su cuerpo;
un borracho que grita; otros dos que blasfeman;
tres golfillos que pasan, -la colilla en la boca
y la vista altanera-,

en busca de un asunto de amor o de rapiña,
en que mostrar su hombría y su poca vergüenza;
una vieja maldita que ofrece sus servicios
de bruja o alcahueta;

y los inevitables seres representantes
de esta vida azarosa que llamamos bohemia,
y que es todo un compendio de gloria insatisfecha
y palpable miseria.

Un pintor fracasado, con su camisa a cuadros,
su pipa, su chambergo y su altiva melena,
que pintó buenos cuadros..., que no fueron premiados
por falta de influencias,


y hoy pasea el fracaso de sus sueños de gloria
por todos los burdeles y todas las tabernas.
Un poeta, con cara de ayuno permanente
y azuladas ojeras

que le dan un aspecto de pretuberculoso,
pasea lentamente, forjando una quimera
donde tan pronto surge la dama de sus sueños
o un trozo de ternera

asado sabiamente. No tiene en los bolsillos
ni polvo de tabaco, pero tiene ideas
magníficas, sublimes..., que no le valen nada
si trata de venderlas.

Come la sopa boba que le da algún amigo;
por las noches, ayuna. (Es un lujo la cena,
que sólo puede darse el gremio estraperlista
y las gentes aquellas

de escudos y blasones). Dormir, duerme en Rosales,
o quizá en El Retiro, sobre un banco de piedra
solitario y oculto, en unión de otros parias.
Y ahora se pasea

por el Madrid nocturno, mezclado con hampones,
hetairas miserables y toda la ralea
de gentes sin cobijo. Dentro de breves horas
estará ya desierta

la populosa calle. Los parias se habrán ido
a lugares ocultos, a dormir sus miserias,
y sólo algún borracho, en un portal tendido,
o quizá una ramera

que no tuvo la suerte de encontrar un amigo,
ocupen la ancha calle, mientras rumian sus penas.
¡Así son las visiones nocturnas de las calles
de la urbe madrileña!


José María Hercilla Trilla
Madrid, primavera del 1948

(De mi Libro: "Canciones de juventud")

miércoles, 24 de junio de 2009

031 - DE NUEVO EN EL BANCO...

DE NUEVO EN EL BANCO... (031)


Banco de las Musas, de nuevo en tu fronda
cobijo mi pena, tan grande y tan honda.

Que tu palo-santo esconda en su umbría
grata y rumorosa, mi Melancolía:
que tus soledades me presten asilo,
y, si no esperanza, que me den olvido;
que tu sombra amable, tibia y perfumada,
devuelva la calma a mi atormentada
y azarosa vida de bardo errabundo.

¡Estoy solo y triste, y nada en el mundo,
por bello que sea, me alegra sin Ella!

¡Y está tan distante, para mí, esa Estrella...!
¡Banco de las Musas! Para el dolor vivo
que mi alma desgarra, ten el lenitivo
de tu acogimiento, y en tus soledades
borra para siempre todas mis saudades.

¡Confío en tu sombra, verde palo-santo!

¡¡Que nadie se entere que la quiero tanto...!!


José María Hercilla Trilla
Cañaveral, 1949

(De mi Libro: "Canciones de juventud")

martes, 23 de junio de 2009

032 - CREDO

C R E D O (032)

Ignoro tus creencias
en cuanto a los misterios
de la Vida y la Muerte.

En ese arcano inmenso,
¿quién osa aventurarse,
si nuestro pensamiento,
-por mucho que se esfuerce-,
no ha de romper el velo
que lo hace insondable?

Hay Obispos y clérigos
que hablan de otra vida,
y prometen un cielo
en premio a las virtudes,
o auguran un infierno
donde las almas malas
sufrirán mil tormentos.

Yo no sé si tú crees
o si dudas de eso.

¡Ignoro tus creencias!

Yo, vislumbro y espero
vivir en una estrella
después de haberme muerto.

Algunos se sonríen
cuando les digo esto;
otros, me llaman loco;
y muchos, con recelo,
murmuran mojigatos
y me tildan de ateo.

Yo espero, en otra vida,
vivir en un lucero,
que tal vez sea el mismo
que en lo alto del cielo
hemos mirado juntos
tantas veces, suspensos.

Allá se irá mi alma,
con las almas de aquellos
que cruzaron la vida
deseando ser buenos;
y allí, todos unidos,
viviremos de nuevo
alguna nueva vida.

En esa Estrella espero
encontrarte.
Yo sé
que nos encontraremos,
y, libres de perjuicios,
alejados del cieno
mundanal y de todos
sus torpes chismorreos,
tendremos que decirnos
lo que entonces dijeron
tus ojos y mis ojos
con su hablar en silencio.

¡Ignoro tus creencias!

Tú, ya sabes mi Credo:

Será mi Paraíso
aquel verde lucero
que brilla y parpadea,
y Tú serás el premio
que Dios sabrá otorgarme
por todos los tormentos
que he sufrido en la tierra.

¡Hasta entonces, te espero...!


José María Hercilla Trilla
Cañaveral, 1949

(De mi Libro: "Canciones de juventud")

lunes, 22 de junio de 2009

033 - PENSAR...

P E N S A R... (033)



Vivir con el temor de que algún día
nuestras sendas por siempre se bifurquen
y vayan a perderse entre las brumas
de inciertos y lejanos horizontes...


Pensar que nuestro amor pueda rendirse
al peso de la vida, -que hoy lo ensalza-,
y toda nuestra dicha, grande y bella,
se transforme tan sólo en un recuerdo...


Pensar que toda Tú, que tus caricias,
-claros soles que ilumináis mi vida-,
algún día llegaseis a faltarme,
y yo fuera un errante peregrino...


Vivir pensando que tus ojos bellos
un día no disipen mis tinieblas,
ni tus frases de aliento y de cariño
esfumen las tristezas de mi vida...


Pensar que nuestro amor pueda extinguirse...¡
Vivir siempre con miedo de perderte...¡
Vivir... Temer... Pensar... ¡Y todo ello
por amarte más que a mi propia vida!


José María Hercilla Trilla
Cañaveral, 1949

(De mi Libro: "Canciones de juventud")

sábado, 20 de junio de 2009

034 - REMEMBER...!

REMEMBER...! (034)


- I -

Oh, los amores muertos
en flor de primavera,
cuando todo sonríe;
la infinita tristeza
del primer desengaño,
con toda su secuela
de desesperaciones
y de ilusiones muertas...!

Oh, las horas alegres,
junto a la amada ingenua
de ojos inocentes
de tímida gacela;
el oír sus palabras,
mirándose en las negras
pupilas de sus ojos;
el cambio de promesas
de amarse hasta la muerte,
e incluso después de ella;
y el besar tembloroso
de sus labios, que encierran
todo un mundo de ensueños
y de ilusiones nuevas...!

- II -

Yo también tuve amores
y una novia quinceña,
ingenua y sonriente,
a quien quise de veras.

¡Cómo pasan los años...!

Cuando uno lo piensa,
parece que fue un sueño...

Un rizo de sus trenzas,
perfumado y sedoso;
un pañuelo de seda
que me dio cierta tarde;
y quizá veinte o treinta
de sus cartas, que guardo
en una caja negra
de góticos herrajes,
es todo lo que queda
de aquel amor primero.

Eso, y una tristeza
sutil y persistente
que mi vida envenena.


- III -

¡Oh, los amores muertos
en flor de primavera...!

¡El primer desengaño
y toda su secuela
de desesperaciones
y de ilusiones muertas...!


José María Hercilla Trilla
Cáceres, 1949

(De mi Libro: "Canciones de juventud")

viernes, 19 de junio de 2009

035 - VOLVERÁS...

V O L V E R A S...! (035)



Volverás un día,
ebria de amargura;
la vida fue dura
contigo, alma mía.

La melancolía
brillará en tus ojos,
y en tus labios rojos
no habrá la alegría

de tu risa loca.
Volverás cansada,
con el alma herida...

Yo pondré en tu boca
la caricia alada
de un beso, mi vida.


José María Hercilla Trilla
Cáceres, 1949

(De mi Libro: "Canciones de Juventud")

jueves, 18 de junio de 2009

036 - TU PERFUME

TU PERFUME (036)




Yo quisiera cantar ese perfume
misterioso y sensual que te rodea
como un marco triunfal que da realce
a tu encanto, tu gracia y tu belleza.


Yo quisiera cantar ese perfume
que hasta el fondo del alma me penetra
como un rayo de luz, que me llegara
de una lejana y luminosa estrella.


Yo quisiera cantar ese perfume
de raras flores y orientales tierras,
que cual opio maldito me domina
y a tu lado, mi amada, me sujeta.


Cuando mis manos te acarician leves,
de tu aroma exótico se impregnan,
para luego, en mis tristes soledades,
perfumarme la vida con tu esencia.


Con mis caricias te voy arrebatando
ese aroma sutil que me envenena,
y al olerme las manos, se repiten
en mi mente, tus besos y tus quejas.


José María Hercilla Trilla
Cañaveral, 1950

(De mi Libro: "Canciones de juventud")

miércoles, 17 de junio de 2009

038 - VICTORIA...

V I C T O R I A (038)


¿Victoria? No sé
si victoria o fracaso.

(Triste cosa es, Victoria,
tener que confesarlo...)

Te hubiese siempre querido
un enigma indescifrado;
mi amor sería Victoria;
mi victoria, un santuario.

¿Porqué fuiste así, Victoria;
porqué dejaste a mi mano
descorrer el tenue velo
de tu misterio, en mi daño?

Victoria que conocí
y en la que fui derrotado;
mi amor fue fugaz tormenta
en un cielo de verano.

¿Porqué buscaré imposibles,
si nunca lograré hallarlos?

José María Hercilla Trilla
Cañaveral, 1950

(De mi Libro: "Canciones de juventud")

martes, 16 de junio de 2009

039 - AQUEL PUEBLO...

AQUEL PUEBLO... (039)


Una plaza vetusta
con arcadas de piedra;
en uno de sus lados
la silenciosa Iglesia,
en cuyo campanario
chirría la veleta;
catorce o quince calles
y cincuenta callejas;
y rodeando todo,
el Río, que serpea
entre tajos profundos
y umbrías alamedas...
He olvidado las gentes
que poblaban aquella
ciudad que me dio asilo.
En mi memoria quedan
el pueblo, sus paseos
nocturnos y las nieblas
envolviéndolo todo.
¡Y surgiendo de ellas,
el rostro sonriente
de mi novia primera,
la de los ojos negros
y la sonrisa ingenua!

José María Hercilla Trilla
Cañaveral, 1950

(De mi Libro: "Canciones de juventud")

lunes, 15 de junio de 2009

040 - A LA TRISTEZA DE TUS OJOS

A LA TRISTEZA DE TUS OJOS (040)


A la tristeza de tus ojos,
al suave acento de tu voz;
a la pureza de tus sueños,
quiero rimar una canción.

A tus cabellos de sedosos rizos,
a sus reflejos cuando quiebra el sol
su luz en ellos, en cambiantes juegos,,
quiero cantarlos yo.

A tu sonrisa, triste y delicada,
a la fragancia de tu cuerpo en flor,
a tu manera señorial y grave,
yo quisiera rimar una canción.

Quiero rendirte mi modesta ofrenda,
humilde y suave como una oración,
y entregarte a tí, que eres mi Musa,
envuelto entre mis versos, todo mi corazón.


José María Hercilla Trilla
Cañaveral, 1950

(De Mi Libro: "Canciones de juventud")

sábado, 13 de junio de 2009

041 - INTERROGANTE

INTERROGANTE (041)


¿Morir? ¿Dormir? ¿Soñar?

¿Invocar a la muerte
o vivir nuestra vida
con gesto indiferente
de filósofo viejo,
que ni en sí mismo cree?

Soy una duda inmensa;
transcurren lentamente
las horas y los días;
van y vienen los meses,
y no puedo acercarme
a la ignorada Fuente
de la Verdad, y siento
que la Duda me hiere
y me amarga la vida.

Mi razón se oscurece...
¿Morir...? ¿Dormir...? ¿Soñar...?

Voy doblando la frente
al peso de la Duda
que no ha de resolverse.


José María Hercilla Trilla
Cañaveral, 1951

(De mi Libro: "Canciones de juventud")

jueves, 11 de junio de 2009

433 -EL SOLAR LEDESMINO

EL SOLAR LEDESMINO (433)


En silencio, camino despacioso,
contemplando el solar donde se alzaba
el viejo caserón de mis abuelos;
recuerdo sus balcones y ventanas
abiertos a la luz del mediodía,
a ese sol que alumbraba aquella plaza
volada sobre el río tormesino,
a sus pies extendido, con sus aguas
oscuras por los cienos arrastrados
al cruzar en su curso Salamanca.

La plaza sigue igual, tal como entonces
la encontré, siendo niño, a mi llegada
a estas tierras maternas, donde ahora,
en las tardes de primavera y calma
-después de transcurrir sesenta años-
me gusta retornar con la esperanza
de poder revivir viejos recuerdos
latentes en lo más hondo del alma.

La Villa sigue igual, igual silencio
en sus calles estrechas y empedradas;
igual la Fortaleza, igual la Iglesia...

Lo malo es cuando llego hasta esta plaza
donde un día vivieron mis abuelos
y en vez de reencontrarme con la casa
que guardo en mi memoria, sólo veo
un cuadrado solar de tierra parda
cubierto de yerbajos y de ortigas
por el sol y los aires agostadas.

Y surgen los recuerdos, se amontonan
confusos y revueltos; y me hablan
de todos los que entonces conociera
en la vieja casona de mi infancia...

Tal vez en la alta noche ledesmina
en el viejo solar, como fantasmas,
se muevan sigilosos y abrigados
en sus blancos sudarios y mortajas...

¿Qué no estoy muy alegre? Pues es cierto;
pero no se preocupe. Es la falta
del viejo caserón lo que me pone
así de entristecido, con nostalgia,
pero luego, afortunadamente,
recobro la alegría; y en voz baja,
gozando del momento fugitivo
de esta serena tarde de bonanza
elevo la mirada hacia los cielos
y por todo al Señor le doy las gracias.


José María Hercilla Trilla
Salamanca, 18 abril 2001

(De Mi Libro: "Canciones castellanas.-
Poemas salmantinos" )

miércoles, 10 de junio de 2009

338 - LEDESMA

LEDESMA (338)


La villa,
Ledesma,
donde se
condensa
mi raíz
materna.

Su plaza,
su iglesia,
sus calles
en cuesta,
nacidas
de hierba
y ausentes
de huellas.

La plaza
presenta
a un lado
la iglesia,
-alta torre
erecta,
nidos de
cigüeña-,
colosal
y pétrea,
no desem-
pareja
con cuanto
la enfrenta:
casas so-
lariegas,
escudos,
cenefas,
arcadas,
dovelas...

Próxima
se encuentra,
-barbacana
enhiesta
que el río
espejea-,
gentil a-
lameda
volada y
suspensa,
desde la
que oteas
la ermita
pequeña,
por la que
se entra
a la puen-
te vieja.

Por cima
de ésta,
Mesones
descuella
como un cen-
tinela,
mirando
a Ledesma.

En la For-
taleza,
-Beltrán de
la Cueva-,
castillo,
plazuela,
frondosa
arboleda,
retozan
y juegan
-igual que
yo hiciera
los años
cuarenta-
una turba
inquieta
de niños
que esperan
a su ado-
lescencia.

El Tormes
serpea
desde Car-
naceda
y salta
la presa
que en vano
refrena
su paso en
la Aceña;
y a su pa-
so besa
orillas
de piedra
y playas
de arena,
bajo el sol
abiertas.

Tu campo,
Ledesma,
es charro:
Dehesas,
encinas
añejas,
desola-
das breñas,
agreste
belleza
que el alma
serena.

¡ Mi villa:
Ledesma.!

Memorias
eternas

en mi se
despiertan
al pensar
en ella.

¡Mi madre,
-ya muerta-,
descansa
en tu tierra
sagrada,
Ledesma!


José María Hercilla Trilla
Barco de Avila, 18 Julio 1998

(De mi Libro: "Canciones castellanas.-
Salmantinas"

martes, 9 de junio de 2009

537 - UN AÑO Y OTRO AÑO, ....

Un año y otro año (537)


Un año, y otro año, y Dios quiera
concederme otros años todavía
en que pueda volver a La Alameda,
a gozar de su paz y su silencio,
sentado o paseando en estas sombras
y viendo como el Tormes se desliza
a mi lado, besando las riberas
y sus huertas cuajadas de verdura.

Un año y otro año, y no me sacio
de ver este paisaje tormesino
que serena mis ojos con sus verdes,
desde el verde esmeralda primavera
de los brotes pujantes primerizos
del álamo sonoro que me acoge
brindándome su sombra protectora,
a los verdes oscuros emboscados
en los recios alisos centenarios
que jalonan caminos y veredas…

Es una sinfonía de colores
donde el verde es rey de todos ellos,
seguido del azul, que lo divide
con su cinta de agua itinerante
pugnando por su cauce salmantino,
el de dorada piedra unamuniana,
de las altivas torres, que me esperan
al final de estos meses deleitosos,
pasados en el manso y recoleto
refugio de esta villa veraniega
donde habré de dormir mi último sueño…

Detrás de La Alameda, en suave loma,
la Iglesia parroquial, con su alta torre
coronada de nidos de cigüeñas;
río abajo, la mole del Castillo,
recuerdo de los Alba de aquel tiempo,
que no sé si de tiempo dispondrían
-con su andar batallando por el mundo-
para poder gozar sus posesiones;
a la orilla del río, en la otra orilla,
cruzando el viejo puente de ocho arcos,
la Ermita que cobija al Santo Cristo,
que aquí llaman del Caño, nombre éste
derivado del caño de la fuente
que mana sus dos chorros junto a ella,
sin que el tiempo agote su venero…

Es más de medio siglo, ¡muchos años!,
de venir a gozar en La Alameda
la sombra y el silencio que me acogen
y me brindan su paz inenarrable
en estos suaves meses del verano,
lo que ha hecho que esto se convierta
en un rito sagrado, una costumbre
que me va a ser costoso abandonarla.

Por eso pido a Dios, año tras año,
que me alargue la vida y me conceda
volver el nuevo año, y hasta incluso
alguno que otro más… Yo no me canso
de ver, una y mil veces, el paisaje
del río, de la ermita y La Alameda.

Así se lo confieso al Santo Cristo
cuando vengo a rezarle, cada día.
Espero que me escuche y me conceda
la gracia que le pido humildemente:
¡Otro año, Señor, dadme otro año!


José María Hercilla Trilla
Barco de Ávila, 20 Agosto 2.007

(De mi Libro: "A orillas del Tormes.-
Poemario barcense")

lunes, 8 de junio de 2009

489 - HE VUELTO AL MISMO SITIO

HE VUELTO AL MISMO SITIO (489) (*)


He vuelto al mismo sitio, del río en la ribera,
a que venir solía, buscando en su alameda
un poco de su sombra, para ampararme en ella.

A su sombra, en silencio, transcurren placenteras
las más felices horas de estas veraniegas
jornadas de descanso en la tierra barqueña.

Repartido mi tiempo entre la solariega
casona en la que habito –gruesos muros de piedra,
amplias vistas al campo, a lo lejos la Sierra-,
leyendo viejos libros en esta biblioteca,
y los breves paseos que permiten mis piernas
por la orilla del río bordeado de huertas;
u otras veces pensando, rumiando las ideas,
buscando algún pretexto o una excusa cualquiera
para escribir un poco de cuanto me rodea,
la atención me reclama o bulle en mi cabeza,
van pasando los días sin enterarme apenas
de que, junto con ellos, con igual ligereza,
se me marcha la vida, la poca que me queda.

Reflexiono y me digo: Peor sería perderla
en medio de ajetreos, en la ciudad extensa,
entre prisas absurdas que te traen y te llevan,
sin dejarte, a tu aire, vivirla como quieras.

Aquí, junto a este río, sentado en su Alameda
de sombra bienhechora, aunque tu vida tenga
igualmente marcada su llegada a la meta,
parece que las horas, lentas se desperezan,
dilatando los días en apacible espera.

El Tormes es el mismo, y también La Alameda
erguida en sus orillas, cuyas hojas resuenan,
mecidas por la brisa, cual bucólica orquesta.

Todo, todo es lo mismo, no hay mudanzas extremas
en todo cuanto veo, en cuanto me rodea.

Solamente ha cambiado este hombre que piensa,
sentado junto al río que hacia la mar le lleva;
la mar, que es el morir –como dijo un poeta-,
morir, pero sin prisas, el día que Dios quiera.

En lo alto de la torre, diviso las cigüeñas
inmóviles, alzadas sobre una sola pierna,
que parecen ponerse al mundo por montera.

¡Qué pequeño es el mundo –seguramente piensan-
y qué raros los hombres! ¡No hay quién los entienda!


José María Hercilla Trilla
Barco de Ávila, 11 Julio 2.005

(De mi Libro: "A orillas del Tormes.-
Poemario barcense")

sábado, 6 de junio de 2009

449 - EL CRISTO Y LA RIBERA

EL CRISTO Y LA RIBERA (449)

Heme aquí, a tus pies, Cristo Bendito,
en esta breve ermita berroqueña
de este Tormes fecundo y cristalino,
remansado ante ti, frente a tu puerta;
este río sin par que desde Gredos,
nacido de las nieves, se despeña
para luego, en El Barco, ante tu ermita,
refrenar su corriente placentera
y rendirte homenaje, cual vasallo
que hincando su rodilla pretendiera
proclamar a los hombres, Santo Cristo,
tu infinita bondad y tu grandeza.

Postrado yo también, aquí a tus plantas,
movido por la fe que a Ti me lleva,
musito mi oración emocionada
y ruego que me cumplas la promesa
que un día nos hiciste a los hombres
-predicando allá por Galilea-
de llevarnos contigo hasta los cielos
y a tu lado gozar de Tu presencia.

«Santo Cristo del Caño, no permitas
que viva desasido de tu diestra
y muéstrame el camino que conduce
a ese cielo, Señor, donde me esperas»

Finita mi oración, de paz transido,
abandono la ermita berroqueña
y admiro embelesado este paisaje,
este cuadro de luz, esta ribera
que nos habla de un Dios omnipotente,
Supremo Creador de la belleza.

Y doy gracias a Dios por este río
que discurre a mis pies; por la alameda
umbría y rumorosa de su orilla;
por el puente romano; por la Iglesia,
erguida como un faro, entre tejados
de las casas vecinas que la cercan.....

Levanto la mirada y me recreo
con el telón de fondo de las sierras
-a menudo nevadas- que se empinan
hacia Gredos, cual olas gigantescas....

A mi Cristo del Caño, por las muchas
mercedes que -tal vez sin merecerlas-
su gracia me otorgó, rindo, sumiso,
testimonio de amor y muda entrega.

«Gracias, pues, oh, Señor: Gracias por todo.
Delante de tu cruz, en la barqueña
ermita levantada junto al Tormes,
este río que muda la ribera
en jardín deleitoso donde crecen
los frutos más sabrosos de la tierra,
allí donde mi barca se detuvo,
harta ya de luchar con las tormentas,
desde este jardín, te rezo y pido
que me cumplas un día tus promesas».

José María Hercilla Trilla
Barco de Avila, 26 Noviembre 2002

(De mi Libro: "A orillas del Tormes.-
Poemario barcense")

viernes, 5 de junio de 2009

439 - SIN PRISAS, A MI AIRE....

SIN PRISAS, A MI AIRE... (439)



Sin prisas, a mi aire, recorro mi camino
en esta tarde clara
del otoño barcense y a lo lejos contemplo
la imponente muralla
que cierra el horizonte con las moles soberbias
que hacia el cielo se alzan.

Son las faldas de Gredos, sus primeras alturas,
sus primeras gargantas,
en esta cara norte desde donde discurre
con cristalinas aguas
el Tormes campesino que se hace literario
llegando a Salamanca.

Más allá de estos montes que limitan mi vista,
subiendo a Tornavacas,
el viajero curioso que hasta allí se aventura
descubre el panorama
de un insólito valle, profundo y recoleto,
extendido a sus plantas,
por donde corre el Jerte y donde los cerezos
se cubren con su blanca
vestidura de flores cuando la primavera
anuncia su llegada.

Yo solamente intuyo el valle trasmontano;
mi paseo no alcanza
más allá de Tormellas pues debo conformarme
con pequeñas distancias,
aptas para mis piernas con tres cuartos de siglo
cargados a mi espalda.

Pero eso no impide que -aunque el cuerpo me pese-
se me desplace el alma
y pasando ese valle se llegue hasta mi pueblo
y hasta entre en mi casa,
allí donde naciera, -Cañaveral lejano-,
presente donde vaya.

Ahora, en esta tarde, recorro mi camino,
sin prisas y sin pausas,
en esta ribereña soledad tormesina,
solamente turbada
por el rumor del río o el débil aleteo
del follaje en las ramas
cimeras y ondulantes de alisos verdinegros
o de alamedas altas.

Toda la paz del mundo la noto en torno mío;
en mi andar me acompaña
y me veo obligado a dar gracias por ello
mientras sigo mi marcha,
a mi aire, sin prisas, gozando de esta tarde
serenamente calma
en la que me deleito mirando el horizonte
cercado de montañas
y pisando la tierra de este viejo camino
bordeado de zarzas
que me lleva hasta Barco, donde tengo a los míos
y usted tiene su casa.


Con mi bastón de fresno, nudoso y retorcido,
con mi vieja cayada
que me sirve de ayuda en difíciles pasos,
a trancas o a barrancas,
prosigo mi paseo, solitario si quieres,
mas sin echar en falta
el urbano bullicio de las grandes ciudades,
ni todas esas vanas
apetencias y luchas por llegar el primero
o ser el que más valga.

No cambio mis paseos por estos verdes campos
cercados de montañas,
umbríos de alamedas, ubérrimos, feraces,
abundantes de agua
que corre sonorosa por mil cauces distintos
hacia la mar lejana,
no los cambio, lo juro, por mucho que me ofrezcan,
no los cambio por nada.

¿Qué usted no lo comprende? ¿Qué le parece absurdo?
¿Qué no le ve la gracia?
Pues no sabe usted, hombre, lo mucho que lo siento,
y lo digo sin guasa.
Acompáñeme un día, una tarde cualquiera,
en estas caminatas
por las verdes riberas del idílico Tormes,
de mil huertas sembradas,
y siéntese conmigo debajo de un aliso
a gozar de la calma
que desciende del cielo y queda retenida
entre esas cien montañas
en cuyas altas cimas el sol relampaguea
sobre la nieve blanca.
No insisto. No diga que intento seducirle
y montarlo en mi barca.
Si un buen día se anima y quiere acompañarme,
simplemente me llama.
Yo le estaré esperando e incluso iré a buscarle
hasta su misma casa,
y juntos, caminando, gozando del paisaje,
sin prisas y sin pausas,
ante tanta belleza, llevar nos dejaremos,
en un hondo nirvana,
en un «dolce far niente», a un éxtasis sublime,
a un estado de gracia,
que sólo puede hallarse en estos verdes campos
cercados de montañas
de esta fértil ribera donde vino a encallarse
para siempre mi barca.


José María Hercilla Trilla
Barco de Ávila, 12 Octubre 2001

(De mi Libro: "A orillas del Tormes.-
Poemario barcense")

jueves, 4 de junio de 2009

437 - SOBRE LA SOLEDAD

SOBRE LA SOLEDAD (437)


No me tengo por hombre solitario,
mas debo confesar que no me importa
gozar en soledad y hondo silencio
del paso fugitivo de las horas,
alejado del mundo y sus pasiones,
del vacuo vocerío de personas
propensas a turbar, irreverentes,
esta calma absoluta, sólo rota
por los trinos de un pájaro que lanza
al aire su cantar desde las frondas.


Sentado en este banco, con un libro
abierto entre mis manos, cuyas hojas
volteo con cuidado según leo;
protegido del sol en esta sombra
amable de un aliso susurrante,
me olvido por completo de las cosas,
dejándome llevar por los ensueños
nacidos sin control en esta loca
cabeza de chorlito donde bullen
recuerdos de otros seres y otras horas.


No me tengo por hombre solitario,
pero a veces conviene estar a solas
y en silencio dejar al pensamiento
libremente volar a las remotas

regiones de los sueños y recuerdos,
alejado del mundo y sus zozobras.


En ese transitorio apartamiento,
especie de terapia milagrosa,
el alma se serena y purifica,
y las fuerzas del cuerpo se recobran
para luego aprestarse a nueva lucha....,
aunque nunca se alcance la victoria.


Debajo de la sombra de este árbol,
recostada mi espalda en dura roca,
a la orilla del Tormes cristalino
de agua insinuante y rumorosa,
me gusta recogerme y solitario
dulcemente dejar pasar las horas,
-(si un pájaro cantor las ameniza,
entonces es estar como en la gloria)-.


Cuando la tarde vence y el ocaso
poco a poco desciende por las lomas
fronteras de la Cuesta de las Viñas
pobladas de retamas y de escobas
floridas -que no en vano llegó Junio
desplegando en los campos sus alfombras-,
me encamino al encuentro de los míos:
nietos, hijos y, sobre todo, esposa,
que esperan impacientes mi regreso,
intranquilos si acaso se demora.

Son ellos cuanto tengo en este mundo.
Lo demás, te aseguro que me sobra.
Con ellos a mi lado y con un poco
de tiempo para estar conmigo a solas,
soy un hombre feliz que no se cansa
de bendecir a Dios a todas horas.


José María Hercilla Trilla
Salamanca, 12 Junio 2001

(De mi Libro: "A orillas del Tormes.-
Poemario barcense")

miércoles, 3 de junio de 2009

408 - POR LA RIBERA ADELANTE

POR LA RIBERA ADELANTE (408)



Por la Ribera adelante
en silencio voy andando,
mientras la tarde pausada
se dirige hacia su ocaso
sin cuidar del paseante
silencioso y solitario
que discurre lentamente
entre huertas y sembrados,
gozando sus soledades
y el dulce y sonoro canto
de las aves escondidas
de las ramas en lo alto,
ramas que acaricia el aire,
moviéndolas a su paso,
haciéndolas repicar
como diminutos crótalos.

El Tormes, con su murmullo
apenas turba el encanto
silencioso de esta tarde,
-apenas pespunteado
de trinos-, y quedamente
acompaña en tono bajo
al cantarino concierto
de las hojas y los pájaros.

Por la Ribera prosigo
mis paseos, al amparo
de estas altas alamedas,
cuyos troncos zanquilargos
se elevan hacia los cielos,
cual si estuvieran rezando
al Buen Dios en las alturas,
Aquél que cuida los pájaros,
hace florecer las flores
inocentes de los prados,
y fructifica las huertas
de alubias y de manzanos;
el Dios que buscan los hombres
cuando están necesitados,
y del que luego se olvidan
los demás días del año.

Los árboles, vegetales,
-quizá por eso no ingratos-,
constantemente dirigen
sus ramas hacia lo alto,
como pidiendo perdones
por todos nuestros pecados.

Con sus ramas extendidas,
ramas que semejan manos,
de Dios proclaman gozosos
el repetido milagro
de que el Sol de cada día
resurja sobre estos campos,
por los que yo me paseo
silencioso y solitario,
acordándome de Dios,
que quizá me esté mirando
desde la celeste altura
a la que apuntan los álamos.

Mientras Dios me lo permita,
yo seguiré paseando,
e hilvanaré como pueda
mis versos de solitario,
recorriendo La Ribera
tormesina, paso a paso,
bajo las sombras amables
de la alameda del Barco.


José María Hercilla Trilla
Barco de Ávila, 28 Diciembre 1999

(De mi Libro: "A orillas del Tormes.-
Poemario barcense")

martes, 2 de junio de 2009

405 -NO TENGAS TANTA PRISA

NO TENGAS TANTA PRISA (405)



No tengas tanta prisa, caro amigo,
y goza de esta tarde placentera,
paseando conmigo lentamente,
a la sombra de estas alamedas,
y escucha de estos álamos altivos
el rumor de sus verdes cabelleras,
vibrantes como arpas celestiales,
rasgadas por el aire que las peina.

Modera tus afanes y detente.
Veremos como salta entre las piedras
el río tormesino de aguas claras
nacido en los neveros de las crestas,
y oiremos como canta entre las frondas
una tribu de alas vocinglera
dando gracias a Dios por el diario
sustento obtenido de la tierra.

Allá en la lejanía, gozaremos
del perfil elevado de las sierras,
difuminado apenas por las brumas;
altas cimas con cabras montañesas
saltarinas de los riscos escarpados,
asentando sus patas con firmeza
en la roca quebrada o deslizante,
sin miedo a despeñarse entre las breñas.

¿Para qué tanta prisa, si no eres
vecino de Madrid o de cualquiera
de esos sitios de vida apresurada,
donde tanto se corre y no se llega
a tiempo casi nunca, salvo a tiempo
de morirse?. Y al morirse se encuentran
que se les fue la vida en madrugones,
en atascos, en colas y en esperas,
en vivir cabreados todos juntos
y luchar entre ellos como fieras.

Esta vida es tan corta que más vale
vivirla lentamente, aunque sea
tan sólo porque así parezca larga
y podamos gozar de ella a sabiendas,
sin tener que luchar contra el Hermano,
ni vendernos por un plato de lentejas,
ni adorar al dinero sobre todos
los dioses de los cielos y la tierra.

Abandona tus prisas, y a mi lado
vayamos a correr esta ribera
en un grato paseo vespertino,
gozando de las verdes alamedas,
de sus sombras, del canto de las aves,
de los cuidados huertos, de praderas
de verde lujuriante donde pacen
los ganados la fresca y rica hierba....

Sentados en la orilla, sobre un tronco,
veremos como el Tormes espejea

con brillo vacilante cuanto toca,
y salta alegremente entre las piedras,
prosiguiendo sin prisas su camino
hacia otros lugares y riberas.

Al declinar la tarde volveremos
de dar nuestro paseo por las huertas,
con el alma expandida en suave gozo,
con algo de cansancio en nuestras piernas,
conciliados con Dios y con los hombres,
cada uno a su casa, y a sabiendas
de que al día siguiente hasta las nueve
del lecho no habrá nadie que nos mueva.

Si ya te has convencido de que nada
merece ese vivir, ni lo compensa;
esa forma de vida apresurada
que te arrastra a su antojo y que te lleva
cual dócil zascandil, a su capricho,
acezando y con la lengua fuera,
entonces, caro amigo, ya lo sabes,
mañana esperaré junto a tu puerta,
y otra vez tomaremos el camino
que lleva hasta la Ermita y la ribera,
y veremos, sentados en un banco,
a lo lejos las cumbres de la sierra,
a la diestra los puentes sobre el río,
y a nuestros pies el río y la alameda.

Y el día que te canses de esta vida
y aquella de las prisas que tuvieras
decidas retomar, eres muy libre
de volverte a Madrid o a donde sea.

Yo seguiré mi vida retirada,
la “vida deleitosa” del poeta,
sin nadie que me envidie, ni tampoco
a nadie que envidiar, ¡Bendito sea!

Y si un día, de nuevo, arrepentido,
te cansas de tus prisas y deseas
disfrutar de la vida sin agobios,
esta vida de semi-anacoreta
en la que me complazco y regocijo,
ya sabes donde estoy, y si a mi puerta
me llamas cualquier día, nos iremos
de nuevo a pasear entre las huertas,
como antaño lo hiciéramos felices,
por la orilla del río, en la alameda.


José María Hercilla Trilla
Salamanca, 16 Diciembre 1999

(De mi Libro: "A orillas del Tormes.-
Poemario barcense")

lunes, 1 de junio de 2009

222 - TARDE EN LA ALISEDA

TARDE EN LA ALISEDA (222)


Estoy en La Aliseda, junto a Gredos;
cobijado a la sombra de un aliso
de esta verde ribera lujuriante
bañada por el Tormes cristalino,
contemplo anonadado este paisaje
serrano y fluvial, un paraíso
que me hace recordar aquellos versos
de aquel fraile conquense-salmantino,
que hablaba de los "campos deleitosos"
y de "los sabios que en el mundo han sido",
aquellos que del mundo se retiran
y buscan al Señor lejos del ruido.

La tarde, caminando hacia su ocaso,
los cúmulos nubosos, a los picos
de la sierra frontera, ha llevado
de uno en uno, dejándolos dormidos
cual rebaño de cándidos corderos,
guardados en tan alto y regio aprisco.

Un espeso silencio se desploma,
apenas roto por el cantarino
rumor de las chorreras espumantes,
donde desfleca su vigor el río;
o por el dulce tintín de las esquilas,
anuncio del regreso vespertino
de un hatajo de cabras, gobernado
por barbudo y marcial macho cabrío,

que olisquea su corte femenina,
frunciendo su sensual y negro hocico.

En el haz de las aguas sobrevuelan
bulliciosos e inquietos los mosquitos,
y se ve a las truchas codiciosas
atraparlos con sorprendentes brincos,
para hundirse veloces en las aguas
profundas de los charcos cristalinos
de esta verde ribera lujuriante,
donde la tarde paso, tan tranquilo,
gozando del paisaje y del silencio,
con Dios en paz y en paz conmigo mismo.

Estoy en La Aliseda, frente a Gredos,
debajo de las ramas de un aliso,
gozando de este campo deleitoso,
alejado del mundanal ruido...

(Me apena que la noche se avecine
y deba abandonar este retiro...)


José María Hercilla Trilla
La Aliseda, 22 Julio 1990

(De mi Libro: "A orillas del Tormes.-
Poemario barcense")