lunes, 31 de marzo de 2008

(11-08) LEYENDO LA PRENSA DIARIA


Leyendo la prensa diaria

Me ha hecho mucha gracia un artículo –ya pasado de fecha-, de mi admirado Martín Prieto, donde se confiesa antiguo “chacineador” de encuestas, cuando escribía en El País, acomodándolas a los criterios del diario que le pagaba el sueldo. Su lectura no ha hecho otra cosa –aparte de hacerme sonreír-, que confirmarme en la innata prevención que siempre tuve a las mismas, acrecentada desde que tuve –también por razón de trabajo-, que intervenir en otras, éstas de tipo industrial, con los datos que estábamos obligados a facilitar a un organismo público, encargado de confeccionar estadísticas.
Fue hace muchos años, muchos, recién terminada mi carrera, trabajando en una empresa industrial. Cuando llegaba la hora –cada año-, de contestar la encuesta oficial sobre consumo de materiales, energía consumida, combustible empleado, número de asalariados, costes de producción, etc., etc., al llegar al capítulo de materiales nos veíamos en un brete. Empezábamos por qué muchos de los materiales, reimportados desde el extranjero –una vez estampados allí-, eran distintos de los exportados, en régimen de “en tránsito”, que eran de peor calidad y se destinaban en aquel otro país para hacer envases ligeros u otras menudencias. A cambio se nos devolvía una chapa estampada, de superior calidad, fabricada por ellos, pero de distinto peso por unidad de superficie. Ese era uno de los problemas a la hora de contestar la encuesta anual, pero había otros muchos. Pues bien, a pesar de eso, tras una reunión de los jefes de departamento involucrados en la contestación, a ojo de buen cubero, ayudados de una calculadora –de las de carro móvil y manivela, no había otras entonces-, estimábamos una cifra creíble, en función de las unidades producidas, y salíamos del paso, no digo que orgullosos de nuestra labor, pero con la conciencia tranquila de habernos ganado el sueldo de la mejor forma posible. ¿Eran fiables aquellos datos? Pues hasta cierto punto. Lo que no eran, nunca lo fueron, es exactos.
Ahora, tiempo de encuestas, que te las encuentras hasta en la sopa, y que encima no son de datos ciertos –ni tan siquiera aproximados-, sino de opiniones, la mayoría de las veces emitidas viciadas en su origen –cuando no también “chacinadas” en su elaboración-, cada vez que veo una página dedicada a publicar resultados de las mismas, me apresuro a volver página, sin prestarle atención ninguna. Podré estar equivocado, ciertamente, y que me perdonen quienes las hacen, pero las encuestas –y sus resultados- me producen repelús. Perdí le fe en ellas hace muchos años, cuando yo las contestaba a ojo de buen cubero y con la calculadora de manivela en la mano. Lo mismo o parecido que cuando Martín Prieto las “chacineaba” para su periódico, sometido a las órdenes de su director. ¿Encuestas? ¡No, gracias, paso de ellas!
En alguna parte he contado de la conversación mantenida telefónicamente con una amable señorita encuestadora, a la que me negué a contestar a sus preguntas, no por descortesía, sino por carecer de datos ciertos y entender que las opiniones, de no estar bien fundadas, carecían de todo valor estadístico, estaban horras de credibilidad. La gentil encuestadora reconoció la honradez de mi negativa a responderle y entablamos una larga y amena conversación, en la que, ella misma, confesó el asombro que le producía ver la presteza y facilidad con la que muchos de los encuestados contestaban a sus preguntas, sin dar razón del por qué de las respuestas. ¿Corazonadas? ¿Intuición? ¿Pasión? ¿O acaso solo temeridad? ¿Y por qué no ignorancia, que es el justificante de muchas creencias y actitudes?
En una encuesta creíble debe sustituirse el “yo creo” por el “yo sé” de los encuestados. Aquí si que están diferenciadas la fe y la ciencia, y sin embargo al encuestador político o al de por encargo, en el mejor de los casos –es decir cuando no media descarada manipulación o “chacinamiento”-, le basta y le sobra con la inanidad de una respuesta cualquiera, sobre todo si no va contra corriente de quien la hace o del que paga la encuesta.
La investigación científica puede avanzar con el estudio de datos estadísticos, ciertos en su mayor parte, y de hecho así lo hace, pero no así la política, actividad probabilista donde las haya, donde los datos estadísticos obtenidos mediante encuestas públicas, deben ser mirados con lupa y a los que cabe aplicar aquello que decía mi padre de que “la mitad de la mitad, y de esa mitad, la cuarta parte”, y añadía luego, al cabo de un rato, “y aún te quedarás corto, hijo”. Pues eso, que las encuestas públicas de opinión, para el que tenga fe en ellas, cada día menos, afortunadamente.

Hablaba, o escribía, ese mismo día y en ese mismo diario, otro periodista insigne, Casimiro García Abadillo, sobre la cautela de los grandes empresarios españoles mientras dura el período pre-electoral, que prudentemente guardan su ropa, sin atreverse a manifestar públicamente su inclinación por uno o por otro de los varios candidatos a la jefatura del gobierno de la nación. Admiro el asombro del citado periodista, pero debo confesar que no lo comparto en absoluto. El dinero va indisolublemente unido al poder, e incluso me atrevo a asegurar que el poder está, las más de las veces, al servicio del dinero, aunque los que llegan al poder se crean independientes. El tiempo habrá de demostrarles lo contrario. Con un gobierno puede acabarse de mil maneras, no así con el dinero, que siempre sobrevive a cualquier catástrofe, e incluso se sirve de éstas para acrecentarse aún más. El dinero no se mezcla en política; sólo se sirve de ella. Más o menos rectamente –que eso es otra cosa-, pero se sirve. Al dinero le basta esperar que uno u otro de los candidatos llegue al poder, sin necesidad de significarse previamente, que ello supondría buscarse un enemigo si fuere otro el elegido, enemigo que al final sería vencido, pero a mayor precio, lo que no conviene. En alguna ocasión apoya y ayuda a ambos candidatos, simultánea y calladamente, asegurándose doblemente el triunfo al contar con el agradecimiento de ambas partes, candidato vencedor y candidato vencido. El uno estará para servirle y el otro no impedirá esa servidumbre, callando prudentemente, por mucho malo que vea, esperando que le llegue el turno de mandar. No sé por qué extraña asociación de ideas me viene a la memoria el nombre de un sujeto que así hizo, hace unos setenta años, del que prefiero callar su nombre, aunque seguro estoy de que más de uno, de los de mi edad, principalmente, le habrá identificado. Que Dios le tenga en el sitio que le corresponda y se merece. (A dicho sujeto, no a quienes puedan recordarle, claro está).
El poder –con él la justicia-, respetan al dinero, y ni el uno se atreve a gravarle con un impuesto progresivo, en función del grado de riqueza, el único que es verdaderamente justo, ni la otra a interpretar la letra de la ley en la misma forma que lo hace cuando se trata de aplicarla a “pelé, melé y carta que no liga”, como dicen en mi pueblo cuando se refieren a un cualquiera que no tiene donde caerse muerto. ¿Recuerdan ustedes lo de la estigmatización como eximente, la nueva versión del depósito, la insólita interpretación del concepto de prevaricación, la no menos nueva y extraordinaria sobre la que debe hacerse del instituto de la prescripción, etc., etc. ¿

Y no es que yo tenga cosa alguna en contra del dinero, al que reconozco su razón de ser cuando es usado correctamente para crear más riqueza y dar trabajo seguro y digno a los ciudadanos. Pero me asusta esa simbiosis dinero-poder o poder-dinero –lo mismo da-, fuente de toda clase de abusos e injusticias. El dinero, honradamente adquirido y rectamente empleado, es una bendición de Dios, del que se beneficia la humanidad, como creador y repartidor ese dinero de nueva riqueza. Lo absurdo es pretender abolir la riqueza mediante el reparto indiscriminado de toda ella, reparto que a nada conduce, si no es a generalizar la miseria. A los cuatro días de hecho el reparto.

Quizá todo esto que digo no sea otra cosa que divagaciones de un octogenario, tan rico en experiencias como horro en animadversiones ni ambiciones personales, que –sin ánimo de ofender a nadie y sólo a título de entretenimiento-, expone el fruto de aquéllas, sin pretensión de sentar cátedra, atento y dispuesto a admitir cualesquiera otras mejor fundadas, en derecho o en años de vida reflexiva. Paz para todos.


José Maria Hercilla Trilla
www.hercilla.blogspot.com
Salamanca, 25 Marzo 2.008


(Publ. En www.esdiari.com del 30-03-08, Nº 708)

(521) EL FIN DE LA CABALGADA

El fin de la cabalgada (521)

A lo bobo, a lo bobo, casi sin enterarte
se te marchó la vida.
Un día, cualquier día, despiertas de tus sueños,
la vista en torno giras
y ves que el trecho andado es un largo camino
hundido en la neblina
de una vaga memoria, muchas veces confusa,
y que ya te aproximas
al final del camino, esa meta lejana
que tu siempre creías
muy distante, remota, como algo inalcanzable,
a la que llegarías
después de muchos años, de muchísimos años,
al final de tus días.

Y ahora te sorprendes, cuando ves que los años
se fueron tan deprisa
que no te dieron tiempo ni a frenar su carrera,
ni a detener su ida…
La vida se te ha ido en una galopada
sin estribos ni bridas,
alocada, sin rumbo, donde ha sido un milagro
mantenerte en la silla,
sin caerte de ella y acabar en el suelo
con el cuerpo hecho trizas.

Calmadas ya tus ansias de locas aventuras,
con el alma tranquila
y dispuesto de nuevo a emprender un camino
por más serenas vías
que las que transitaste hasta este momento,
descubres que en tu vida,
en lo que resta de ella, ya no quedan apenas
más que unas pocas millas
para hacerlas andando, con sosegado paso,
cuando tú te creías
que seguirías siendo el apuesto jinete
-vigor y lozanía-
de aquellos años idos, de los que ya no quedan
más que polvo y ceniza.

Bien es verdad que tengo el alma predispuesta
para aceptar sumisa
este cambio de marcha que la vida me impone,
mas no hay nada que impida
que siga con mis sueños, esos sueños absurdos,
llenos de fantasías,
que llenaron mis años, que doraron mis horas,
que colmaron mis días,
mientras yo galopaba, desbocado jinete,
creyendo que la vida
era un largo camino que aunque mucho corriera
nunca se acabaría.

Se acabaron las locas cabalgadas de antaño…,
la paz sobrevenida
acepto resignado, como debe de hacerse,
y a partir de este día,
con mi bastón de fresno, despacio, despacito,
caminaré sin prisas
hasta llegar tranquilo a la mar en que acaba
el río de mi vida.

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 29 Diciembre 2006

(De mi Libro: “Íntimas”)
(Publ. En
www.esdiari.com del 30-03-08, Nº 708)

sábado, 29 de marzo de 2008

LA VACILANTE DUDA (538)

La vacilante duda (538)

La duda, sí, la vacilante duda
que el alma me conturba y me desplace,
no ya como otras veces, cuando estaba
a mitad del camino de la vida
y pugnaba buscando el gran secreto
del misterio insondable de la muerte,
poniendo en esa busca desnortada
un cincuenta por ciento de razones
y otro tanto de fe, que no era poco.

La duda sigue ahí, siempre presente,
como una antigua amiga machacona
que insiste y a su antojo me atormenta,
haciéndome preguntas repetidas,
sabiendo que carezco de respuestas
que pueda suscribir como acertadas.

Lo bueno es que a esta altura de la vida,
cuando sabes que vas a abandonarla
-incluso habiendo suerte, muy en breve-,
convencido al fin de que no hay hombre
que dure más de un siglo y de que todo
aquello que tuviste fue tan sólo
gozado en usufructo transitorio,
llegado ya a este punto te convences
que es inútil buscar tres pies al gato,
que muy pronto tendrás –de eso que dudas-,
la exacta solución que te inquietaba.

Cuando vuelve la duda a interrogarme
no pasa de inquietarme levemente,
no me altera los pulsos, como antes,
seguro como estoy de que el misterio
me habrán de desvelar sin que yo ponga
gran cosa por mi parte, solamente
con llegar al final de mi camino
y dormirme definitivamente.

José María Hercilla Trilla
Barco de Ávila, 11 Septbre 2.007


(De mi libro “Fides”)
(Publ. En
www.esdiari.com del 6-1-08, Nº 696)

viernes, 28 de marzo de 2008

LA VIDA EN LA PROVINCIA (258)

LA VIDA EN LA PROVINCIA (258)

Cenáculos, tertulias madrileñas,
corrillos de café, me son ajenos;
resido en la provincia que me acoge
y premia con la calma de su vida,
sin prisas, sin agobios, sin distancias
que hipotequen y gasten neciamente
los años que me restan de existencia,
turbando el discurrir manso y sereno
del río de mi vida, encaminado
hacia el profundo mar, donde terminan
los ríos, «los caudales y más chicos».

Sin grandes ambiciones ni dispendios,
con leves vanidades satisfechas,
-hombre soy, y por ende vanidoso-,
no exijo grandes cosas a la vida
y a los hombres apenas solicito,
cual hiciera Diógenes entonces,
que del sol no me priven, y me dejen
gozar de su calor vivificante,
en paz con Dios, conmigo y con el mundo,
ese mundo al que tan poco pido,
que no le pido nada, solamente
un trocito de tierra junto al Tormes
-con dos metros cuadrados hasta sobra-,
y un rayito de sol que me caliente
los huesos por los siglos de los siglos.

La vida en la provincia se desliza
cual chorrillo de aceite que manase
de un lagar de mis tierras extremeñas,
incesante, sin ruido, sin burbujas,
colmando quedamente la vasija
que Dios a cada hombre concediera,
sin decirle su aforo, felizmente,
para poder vivir con esperanza,
sin temor a un final a plazo fijo.

La vida en la provincia, solamente
se vive bulliciosa por aquellos
que «en bien de los demás» gastan sus vidas
y consumen sus horas en continuas
presidencias de honor, desplazamientos,
procesiones, desfiles, besamanos,
agobiantes «comidas de trabajo»,
inacabables juntas donde el tedio
aplasta como losa de granito
las preclaras cabezas que nos rigen...

La vida en la provincia es sofocante
para el Gobernador, para el Alcalde,
Senadores del Reino, Diputados,
Delegados de Junta, Concejales
y otros cuantos prebostes distinguidos;
y también para aquellos agregados
a la triunfal cohorte dirigente,
aplaudidores natos y obedientes
de vacíos discursos y promesas,
que adulan, mientras comen las migajas
dejadas al alcance de sus manos,
y siempre agradecidos y sumisos
no cesan de aplaudir con energía.

Los demás, los mortales que no somos
capaces de crecer y de dar sombra,
vegetamos en cómodo silencio,
felices con el rol que nos han dado,
orgullosos de ser contribuyentes
a estos fastos de cierra-milenario
para gloria y provecho de unos pocos.

Escéptico-anarquista-moderado,
resido en la provincia que me acoge
y brinda su sosiego inigualable;
colmadas mis humanas exigencias,
(y no por lo que tenga o atesore,
sino por lo muy poco que preciso),
doy las gracias a Dios cada mañana
por el sol que me alumbra y me calienta,
por la esposa que quiso darme en suerte,
por la hija que tengo, a la que adoro,
por mi yerno sin par, y por mis nietos,
en los cuales mi vida se prolonga
más allá de mi mismo y mis palabras,
vencedores del tiempo transitorio;
por todo doy las gracias cada día,
por todo lo que tengo y no merezco.

Metido en la provincia, sé que nunca
escalaré las cumbres de la fama,
ni ocuparé lugares preeminentes,
por los que tantos luchan y se dejan
jirones de la piel en esas lides;
escéptico-anarquista, me conformo
con disfrutar la vida sosegada
de esta tierra abulense en la que vivo,
y gozar de su luz incomparable,
de su calma, su paz y su silencio,
sin prisas, sin agobios, sin distancias,
dejando que los años se deslicen
sin grandes ambiciones terrenales,
en paz con Dios y con los hombres todos,
y -quiera Dios- que en paz conmigo mismo.


José María Hercilla Trilla
Avila, 26 Octubre 1992


(De mi Libro: “Canciones del tiempo perdido” )
(Publ. En
www.esdiari del 15-04-07, Nº 658)

jueves, 27 de marzo de 2008

NO VOLVERÉ A LA MAR... (500)

No volveré a la mar (500)


Y la mar volverá, año tras año,
a besar las orillas arenosas
de las playas lejanas de mi infancia,
las calas de mi isla de Menorca,
donde crecí dichoso y descuidado,
jugando con sus aguas y sus olas,
sin pensar en futuros ilusorios,
sólo atento al paso de las horas
que me iban llevando blandamente,
alejado de luchas y zozobras…..

No volveré a pisar aquellas calas
guardadas fielmente en mi memoria;
no volveré a bañarme en sus orillas
ni a retozar alegre entre las rocas
alzadas a su vera sobre el agua,
en busca de corales o de conchas…..

No volveré al sitio de mi infancia…
Revivir lo pasado es una cosa
que jamás debe hacerse, pues te expones
no sólo a que ninguno te conozca,
sino incluso a extrañar tú aquellos sitios
que en las noches de insomnio rememoras,
olvidando que el tiempo traicionero
no tan sólo es a ti, a quien transforma…

No volveré, los años me lo impiden;
mas me gusta soñar que aquellas olas,
impacientes, me siguen esperando,
sin dejar de batir contra la costa
en las calas azules y tranquilas
de mi lejana infancia, allá en Menorca.


José Maria Hercilla Trilla
Salamanca, 20 Enero 2.006


(De mi libro "Canciones menorquinas")
(Publ. en www.esdiari.com del 29-2-06, Nº 595)

miércoles, 26 de marzo de 2008

10-8

Período post-electoral

Entra Polidoro en mi jurisdicción, antes despacho profesional, hoy limitado y recoleto escritorio de senectud, y lo hace con cara de pocos amigos. Me felicita el santo –San José-, y después, enarbolando el periódico, exclama, airado, que está harto de penitencias, antes por período pre-electoral, después por electoral de lleno, y ahora, ¡Virgen Santa!, por sucesivos días de encuestas y previsión de alianzas gubernamentales, como si las encuestas sirvieren de algo, y como si los políticos fueren previsibles en cosa alguna.
Esto no hay quien lo soporte, José María –me dice-; creíamos que nuestra obligada penitencia cuaresmo-electoral acabaría con la entrega de nuestros votos, pero nos equivocamos. La tortura, por no decir la tabarra política, prosigue, no obstante haber dejado de ser ciudadanos, para quedar de nuevo convertidos en tan sólo meros contribuyentes por otro período cuatrienal. Abres el periódico y casi todo son encuestas públicas, seguidas de expertas opiniones de periodistas y politólogos varios sobre lo que pasó o pudo pasar, sobre lo que hicieron bien o hicieron mal los candidatos, sobre lo que puedan o piensen perpetrar en el futuro, etc., etc. Ya sabemos que son tiempos cuaresmales los tiempos electoreros, pero toda cuaresma tiene un plazo limitado y viene luego un sábado de gloria. Déjennos ya tranquilos, por favor y con su pan se lo coman.
Te doy la razón, amigo Polidoro –le digo-; esto de la política es muy parecido a lo de las finanzas, que entre ellos se lo guisan y –lo que es peor- entre ellos se lo comen, sin dejar que caiga miga alguna al suelo. Si ya cumplimos con nuestra obligación de votar, casi siempre “en contra de” –a poco que hubiésemos reflexionado sobre “ellos”-, y pasamos de nuevo al sufrido y paciente papel de meros contribuyentes, séanos respetado –por lo menos- este inane estado, sin seguir atormentándonos con encuestas realizadas a masas -presumiblemente ignorantes- y con vanos augurios de expertos periodistas y politólogos. Quizá la excusa que justifique la molesta presencia de encuestadores y expertos opinadores, venga dada en que de algo han de vivir los que a esos juegos se dedican. Si no cobrasen por ello, por darnos la tabarra, quizá fuere posible que a otra más útil actividad dedicasen su tiempo.
He pensado muchas veces, José María, en la utilidad de los políticos, tal vez necesarios en los albores de la cultura, cuando los mejores y más sabios de entre los ciudadanos habían de cuidar obligadamente de la polis o de la civis. Hoy, a estas alturas de la civilización, con un reducido senatus, integrado por sabios ancianos o por ancianos sabios, elegidos mayoritariamente para dictar la leyes que fueren precisas en cada momento o rectificar las oportunas, dadas anteriormente; con unos funcionarios competentes –los estrictamente necesarios-, para ejecutarlas y hacerlas cumplir; y con unos jueces justos para castigar severamente su incumplimiento, me atrevo a creer que bastaría para que los pueblos pudieren vivir en paz y progresar en todos los sentidos. Todo lo demás son ganas de complicar las cosas y de gravar al contribuyente, que bastante tiene con sacar adelante a la familia propia, para que además tenga que sacar la de todos aquéllos que a la política se dedican y de ese entretenimiento viven. ¡Y cómo viven! Con tarjeta Visa Oro, a cargo del santo Presupuesto, que es la mejor forma de vivir. Que ésa es otra. ¿A santo de qué hay que dar una de esas Tarjetas Visa Oro a un político, sea éste quien sea? Si el político se ve obligado a hacer un gasto en función de su cargo público, con pedir el correspondiente justificante y presentarlo para que sea visado por el Interventor, como paso previo a su reintegro, basta. Es lo que siempre hemos hecho los contribuyentes a lo largo de toda la vida, sin usar de Tarjetas Visa Oro ningunas. Hay que ser un santo para suponer que quien vive con una de esas Tarjetas en el bolsillo no va a excederse en su uso. En vez de cantarse hoy aquello de “Mamá, quiero ser artista”, no es de extrañar que se cante –aunque sea por lo bajini-, lo otro de “Mamá, quiero ser político y tener una Visa Oro”. ¡La gloria, el desiderátum, la repanocha,…..!
Tal vez tengas razón, Polidoro. Por mi parte, abajo las Tarjetas esas que dices, que jamás resultan acordes con la austeridad que pregonan los políticos….., pero que sólo a nosotros nos exigen. Los políticos, todos ellos, y sobre todo los que presumen de izquierdas –dime de qué presumes y te diré, etc., etc.-, deben predicar con el ejemplo. Muchos de ellos me recuerdan a un sujeto de mi pueblo, allá en mis mocedades, conocido el hombre como Remigio, El Colorines, que, algunas cosas, siempre las veía en rojo. Los muchachos le enseñaban un puñado de lozanas hojas verdes, sólo por oírle decir que eran de color rojo y hacer chacota de él. Al final vinimos a descubrir que lo suyo era daltonismo y nada más, nada de afición al rojo. Lo que parece ser que le pasa hoy a más de uno, que confunden una suite en un hotel de cinco estrellas con la habitación de la pensión que frecuentaban antes. Unas cosa es pensar en izquierdas, y otra muy distinta vivir con arreglo a esa idea, a lo que palmariamente contribuye pagar las cuentas con cargo a la Tarjeta Visa Oro. O no tener que pagarlas en forma alguna. Tira el periódico, Polidoro, y no te amargues la existencia, que bastante tienes con hacer el par de sudokus, para que encima malgastes tus horas en leer politiquerías, que –te lo juro- ni te van, ni te vienen. La política, como la bolsa, no es lo tuyo, no es lo nuestro, que es cosa reservada para unos pocos, y tú no estás entre ellos, los elegidos. Celebra el Domingo de Gloria, como siempre hicimos, y que Dios sea con todos.

José María Hercilla Trilla
www.hercilla.blogspot.com
Salamanca, 19 Marzo 2008

(Publ. en www.esdiari.com del 23-3-8, Nº 707)

SEÑOR, CONCÉDEME LA GRACIA (148)

SEÑOR, CONCÉDEME LA GRACIA (148)


Señor, Señor, concédeme la gracia
de una Fe inquebrantable, que se afirme
erguida y poderosa en el desierto
de arenas movedizas de mi mente.

Concédeme la fe del carbonero,
que vive tan feliz con sus creencias,
sin meterse en honduras, ni en camisas
de once varas dogmáticas sutiles,
y cree ciegamente en los Misterios
que Ripalda y Astete nos proponen
al verter en cristianos catecismos
la Palabra que Dios nos revelara.

No me dejes, Señor, volar la mente
buscando la Verdad inexplicable,
y perdona la semi-heterodoxia
de tu siervo, que duda y que vacila,
y que incluso tropieza en el Camino
que lleva a Tu Verdad y que da Vida.

Y el día que Tu Voz me llame a juicio
y el velo del Misterio se descorra

desvelando Tu Faz inconcebible,
-en prueba del perdón de mis pecados,
indigno acreedor de Tu Clemencia-,
acógeme, Señor, entre tus hijos
y deja que se extinga mi congoja,
postrado eternamente ante Tus plantas.

José María Hercilla Trilla
www.hercilla.blogspot.com
Avila, 1º Agosto 1986


(De mi Libro ”FIDES”)

(Publ. en www.esdiari.com del 23-3-8, Nº 707)

martes, 25 de marzo de 2008

ME SENTIRÉ EN EL CIELO (540)

Me sentiré en el cielo (540)


Me sentiré en el cielo, Amada mía,
sabiendo que estoy vivo en tu recuerdo.

La muerte no es apenas otra cosa
que un sueño intempestivo y prolongado
que te arranca del lado de quien amas,
llevándote a un ignoto territorio
del que nada sabemos ciertamente:
Un cielo o un infierno. ¿Quién lo sabe?.

Yo entiendo que el infierno es el olvido,
tal vez por entender que es doble muerte.

El cielo es la memoria de los tuyos,
de aquellos que quisiste estando en vida
y te siguen teniendo en la memoria
después de haberte ido para siempre.

Por eso te declaro, Amada mía,
que me habré de sentir llevado al cielo
sabiendo que estoy vivo en tu recuerdo.

No hay cielo ni hay infierno. Hay tan sólo
el más negro de todos los olvidos,
o el sagrado recuerdo de los tuyos.

Mientras tú me recuerdes, vida mía,
desde el cielo te seguiré queriendo.

José María Hercilla Trilla
Barco de Avila, 20 Octubre 2.007


(De mi Libro "Familiares")
Publ. en www.esdiari.com del 16-12-07, Nº 693
y en www.avilared.com del 23-11-07)

lunes, 24 de marzo de 2008

LA NOCHE ES LARGA (544)

La noche es larga (544)

La noche se hace larga; el insomnio
me tiene desvelado largo rato
sin poder conciliar tranquilo sueño.

La loca de la casa se aprovecha
y libre del control con que la domo
y sujeto de día, se desmanda
y comienza a volar sin rumbo fijo,
brincando de un asunto a otro distinto,
y no solo distinto, que hasta opuesto,
sin lograr sujetarla y conducirla
a cauces de razón donde se pueda
centrar el pensamiento unos instantes
y sacar conclusiones acertadas.

Me acuerdo de otros años, cuando el sueño
cerrábame los ojos al momento,
apenas reposaba la cabeza
en la almohada mullida de mi cama,
dormía de un tirón toda la noche
y un triunfo suponía despertarme
y encarar bravamente el nuevo día.

Si en mis horas de insomnio, por lo menos,
me fuere permitido estar pensando
en algo de provecho, no estaría
incómodo en la cama, dando vueltas,
a merced de esta loca que te cuento,
que vuela atolondrada en un continuo
e inútil picoteo desnortado,
sin fijar la atención en cosa alguna,
sin dejarme pensar tal como piensan
los hombres que se precian de sensatos.

¿A ver si con la edad me estoy volviendo
un inútil viejales medio chocho,
incapaz de regir sus pensamientos?

No pierdo la esperanza de que sea
este insomnio dolencia transitoria,
que un día desparezca y me permita
dormir como un lirón toda la noche,
o poder razonar, aunque acostado,
si un rato desvelado me sintiere.

No tengo mucho plazo para eso
de ver como el insomnio desparece,
y a poco que se tarde ese milagro
de nada ha de servirme si me muero
cualquiera de estos días, pues la muerte
no padece insomnios enojosos
y el muerto no precisa de razones.

Me conformo con lo que Tú me mandes,
pero dame, Señor, ¡sueño en mis noches!

José María Hercilla Trilla
Salamanca, 12 Enero 2.008


(Publ. en www.esdiari.com del 20-01-08, Nº 698)

sábado, 22 de marzo de 2008

LA FRASE AMABLE (177)

LA FRASE AMABLE (177)


¿Quién dirá la frase amable
que nuestro prójimo espera?
¿Quién tendrá la cortesía
de pronunciar la primera

palabra que suene grata
al oído que la escucha,
demostrándonos a todos,
claramente, que no es mucha

la violencia que se hace
quién quiere mostrarse amable,
y que es mucho más sencillo
ser atento y agradable

que escuchar indiferente
al que nos cuenta sus cosas
o nos expone sus penas,
tan ajenas y tediosas?

Todos estamos hambrientos
de cariño y atenciones,
y, al hablar, lo que buscamos
no son vanas soluciones;

solamente que nos oigan
con atención, un momento,
y nos digan, si procede,
«Amigo, cuánto lo siento»,

o, si procede otra cosa,
nos digan de igual manera
«Eres un tipo estupendo,
distinto de otro cualquiera»,

o la frase tan manida
«Cuanto me alegro de verte;
te encuentro mejor que nunca»,
aunque sepas que la muerte

cada día que transcurre
te cerca más insolente...,
(pero ese es tu problema,
y no interesa a la gente).

A todo aquel que te habla,
procura no defraudarle
y dile lo que le gusta
escuchar, al contestarle.

Si es mujer, dile que es guapa;
si es hombre, que inteligente;
si es viejo, dile que joven,
y así sucesivamente.

Di siempre la frase grata,
sin temor de que se asombre
aquél que tu elogio escucha,
y quedarás como un hombre.

No sólo inflación y paro
son los problemas del día;
hay otro, también muy grave:
La falta de cortesía.

Y no hace falta decir
que sin ella es duro el trato,
y que al hombre descortés,
hablarle, resulta ingrato.

Recuerda que todos somos
iguales o parecidos,
y que a nadie desagradan
los halagos y cumplidos.

Por ello debes lanzarte
y procurar ser primero
en decir la frase amable
que acredita al caballero;

y no temas excederte
y, al elogiar, causar daño;
el halago no se pesa,
ni se mide su tamaño,

y aquél a quien cortésmente
le dedicas tu sonrisa,
tu frase amable o cumplido,
sentirá como una brisa

de aire tibio y perfumado
que le circunda y acosa,
y habrás ganado un amigo
al deshojar una rosa.

Más vale pasarse un punto
en cuestión de cortesía,
que, por evitar acaso
caer en la demasía,

dejar que el otro se marche
con la sensación ingrata
de haber sido inoportuno
o haber metido la pata,

puesto que tu rostro adusto
mantuviste inalterable
y tus labios no dijeron
ni una sola frase amable.

Prodiga tu cortesía
con propios y con extraños
si quieres vivir tranquilo
y feliz muy largos años,

pues, por cortés y educado,
carecerás de enemigo
y vivirás, cuando mueras,
en la mente del amigo.


José María Hercilla Trilla
Ávila, 5 Agosto 1987

(De mi Libro: “Ensoñaciones”)
(Public. en
www.esdiari.com del 2-3-8, Nº 704)

viernes, 21 de marzo de 2008

LOS NOVIOS NIÑOS (139)

LOS NOVIOS NIÑOS (139)

Recuerdo aquellos días - en que ambos nos quisimos
con un amor tan grande, - tan hermoso y tan limpio,
como sólo lo sienten - unos novios chiquillos.

La quise tanto y tanto, - fue tanto mi cariño,
que en un altar la puse, - entre rosas y lirios,
apasionado y blanco, - enamorado y niño.

Disfrutamos del gozo - de querernos sin tino
y cruzamos promesas, - y proyectos hicimos...,
como si todo fuese - tan fácil y sencillo
como el hecho de amarse - una niña y un niño.

La chopera que linda - con la orilla del río,
nos ofreció su sombra - y acogedor asilo;
y en las cálidas tardes - del vivir pueblerino,
el frondoso ramaje - y los troncos hendidos
de aquellos viejos chopos - alcahuetes y amigos,
fueron a un mismo tiempo - cómplices y testigos
de aquel amor inmenso - de una niña y un niño.

Han pasado los años - veloces, sin sentirlos...

Yo me fui por un lado, - en pos de mi destino,
y ella se fue por otro, - sin poder impedirlo,
y aquel amor tan grande, - aquel amor de niños
que pensamos eterno, - que tan fuerte creímos,
la distancia y el tiempo - lo mataron de frío...

Si mis cuentas no fallan, - pronto hará medio siglo
que no han vuelto a encontrarse - aquel par de chiquillos
que se quisieron tanto, - a pesar de ser niños.

Y estoy casi seguro, -juzgando por mí mismo,
que si de mí se acuerda, - recordará aquel niño
imberbe, apasionado, - soñador de infinitos,
que su amor le juraba - a la orilla del río;
como yo la recuerdo, - con su lindo vestido,
con su cabello al viento, - sus ojos en los míos,
y aquel rubor tiñendo - su blancura de lirio...

No quisiera que un día - nos jugase el destino
una mala pasada, - que no hemos merecido,
y volviera a ponernos - en el mismo camino.

No cambio yo la imagen, - que en mi memoria cuido
desde hace tantos años, - (ya casi medio siglo),
con la triste presencia - de un rostro envejecido
que en nada me recuerde - la que adoré de niño.

Y por la misma causa - e idéntico motivo,
no quiero que me vea - la que tanto me quiso,
hoy viejo y arrugado, - en vez de verme niño.

Es mejor, sin dudarlo, - recordar cómo fuimos,
a encontrarnos de nuevo, - Dios sabe en qué camino,
para ver lo que queda - de aquellos dos chiquillos
que supieron amarse, - hace ya medio siglo,
con un amor tan grande, - tan hermoso y tan limpio,
¡Como sólo se aman - los novios que son niños!

José María Hercilla Trilla
Ávila, 26 Mayo 1986

(De mi Libro: “Ensoñaciones”)

Publ. en www.esdiari.com del 9-3-8, Nº 705

miércoles, 19 de marzo de 2008

MOSTRAR LA OREJA

MOSTRAR LA OREJA (427)

(Animus iocandi)

En contadas ocasiones,
al leer una sentencia,
se sabe como respira
su autor y hasta como piensa.

El Derecho, por derecho,
es una cosa muy recta
y si el Derecho se tuerce
y al fallo –palabra cierta-
lo vician resentimientos
por votaciones secretas
que vetaron el ascenso
a algún miembro de la terna,
o lo vician igualmente
servidumbres torticeras
a señores poderosos
de las más altas esferas,
o lo vicia por ejemplo
la disparidad de ideas,
no admitiendo las que tiene
el que se juzga y condena,
entonces ¡Apaga y vamos!
¿Dónde vamos? A la mierda.

Ejercicio sacrosanto
es sentar jurisprudencia,
pero retorcer las leyes
hasta el extremo que sean

reversibles como guantes,
slips o pantys o medias,
para poderlas usar
como al juzgador convenga,
dependiendo del sujeto
al que se juzga y sentencia,
al que si resulta amigo
hay que absolver con presteza
y si enemigo resulta
hay que hundir en la miseria,
eso no es serio, señores,
eso es muy poca vergüenza.

Menos mal que de esos jueces
apenas ya quedan muestras,
las precisas solamente
para confirmar la regla
de que la Judicatura
es una cosa muy seria,
Institución que es ejemplo
de sensatez y prudencia,
de honradez y bonhomía,
de justicia y epiqueya.


José María Hercilla Trilla
Salamanca, 23 Enero 2001


(Publ. en www.esdiari.com del 16-3-8, Nº 706)

DE LA PRESCRIPCIÓN DE LOS DELITOS

(9-8)

De la prescripción de los delitos


Mal está que jueces –o magistrados, que también son jueces-, juzgando de asuntos absolutamente idénticos, sentencien desigualmente. Cada uno en su juzgado, o su Sala, y cada uno de ellos, conforme a su especial idiosincrasia e incluso –aunque remotamente- influido por sus ideales o sojuzgado –también remotamente- por su ideología o su adhesión al grupo, cada uno, como digo, puede interpretar la ley desde “su” particular punto de vista, siempre creyendo que esa forma de aplicar la ley es la correcta. La bona fides, por lo menos en principio, no se le puede regatear a ningún juez. Ni a nadie. Otra cosa es que puedan equivocarse, riesgo al que ningún hombre puede sustraerse. Al fin y al cabo, la ley -más imperfecta aún que sus autores-, es susceptible, en no pocos casos, de interpretaciones diversas, aunque algunas, además, resulten rebatibles.
Lo que digo no pasa de ser una opinión personal, avalada por muchos años de ejercicio profesional, y que dejé reflejada en la poesía titulada “Del azar jurídico”, publicada en este mismo “Es Diari” el 19-11-06, Nº 637, de la que repito aquí los siguientes versos:
“”Un abogado advertía – cautamente a su cliente: - El pleito que me confía, - debe tener muy presente, - puede ganar o perder, - depende de a qué juzgado - el pleito vaya turnado, - pues si llegara a caer – en el uno, dos o tres, - seguro que lo ganamos, - pero si en el cuatro damos, - lo mismo, pero al revés”.
Mis amigos jueces los leyeron y se reían conmigo, convencidos del “animus iocandi” con el que se había escrito aquello, y dándome además la razón a lo que decía, ya que esa es la verdad, y nada más que la verdad, como dicen los americanos en sus películas.
Pero bueno, eso no tiene la menor importancia, es así y no tiene arreglo. Por lo menos en tanto que la justicia la impartan hombres de carne y hueso, y no robots mecánicos, todos idénticos entre sí e igualmente fríos.
Para corregir los posibles “fallos” –en el doble sentido de sentencia y de error en ella-, de esta justicia ordinaria –es decir la que no entiende de transgresiones a la Norma Fundamental- están los diferentes recursos de que puede hacer uso el justiciable, hasta llegar, cuando así lo permita la ley, ante el Tribunal Supremo, única fuente de doctrina jurisprudencial valedera, de aplicación en todos los litigios ordinarios, sean civiles, contenciosos o criminales.
El conocimiento de las transgresiones a la Norma Primera, a la Constitución, ha sido sustraído de la jurisdicción ordinaria, quedando reservado en exclusiva a la extraordinaria, la constituida por el Tribunal Constitucional, cuyo nombre bien claro indica el ámbito de sus competencias.
Como dice mi amigo Polidoro, de un solo Tribunal Constitucional, al que le está reservado el conocimiento de una sola materia, solo cabe esperar, aunque sea logrado por mayoría –la unanimidad es siempre utópica-, un único criterio en sus resoluciones. Y aquí es donde el ciudadano se sorprende y horripila, al leer en la prensa diaria –su única fuente de información-, que en dos Salas de ese alto organismo, tratando ambas del mismo problema de la prescripción de los delitos –cada una el suyo-, vienen a sustentar criterios opuestos, cuando no antagónicos por completo.
Una de las Salas reconoce sus propias limitaciones para inmiscuirse en la jurisdicción ordinaria, y declara que la interpretación que deba darse a los problemas que suscita el instituto de la prescripción, queda reservada en última instancia al Tribunal Supremo. La otra Sala, por el contrario, sostiene distinta opinión y entra a conocer de la prescripción en la que pretenden ampararse los autores de un (¿presunto?) delito de estafa –más que estafa, todo un estafón, por la cuantía-, y corrigiendo lo dicho por el Tribunal Supremo, declara la prescripción del mismo –aunque no niega la comisión del delito-, y libra a sus autores de ingresar en la cárcel. Y de restituir lo estafado.
Nada tengo contra esos “prescritos”, no los conozco, sólo sé que no me gustaría, ni ser su hijo, ni –por razón de edad- ser su padre. Cuestión de ética, y hasta de estética si te fijas en ellos.
Lo dicho hasta aquí es para dejar constancia del asombro que causan -sobre todo a quien está acostumbrado a ser un fiel defensor de la justicia-, esas insólitas conductas de quienes están obligados a ser el espejo de rectitud en quien todos nos miremos, a ser vivo ejemplo al que poder imitar ciegamente. Es decir, con confianza. Si no se tiene confianza en la Justicia, entonces, apaga y vámonos. No sé a donde.
No extraña, pues, que el Fiscal General se pronuncie y afirme que “Estoy completamente convencido de que existe un delito de estafa y falsedad mercantil y de que los hechos no estaban prescritos de acuerdo con la jurisprudencia del Supremo, que a mi entender debía ser la relevante”
En igual o parecidas palabras se pronuncian los miembros del Tribunal Supremo, que ven invadidas sus competencias, las propias de la justicia “ordinaria”, la que atañe al común de los ciudadanos, con el pronunciamiento de una Sala del Tribunal Constitucional –no de la otra-, órgano creado para conocer de litigios exclusivamente constitucionales o “extraordinarios”.
Polidoro y quien esto escribe, aunque poco representemos y menos todavía valga nuestra opinión, estamos totalmente de acuerdo con las palabras del señor Conde Pumpido, Fiscal General, y también con el sentir del Tribunal Supremo, por entender que basta la presentación de la querella en el juzgado para interrumpir el tiempo de prescripción del delito, sin que sea necesaria su admisión a trámite. Si así no fuese, bastaría que el juzgado retrasase su admisión a trámite todo el tiempo que la “prudencia” aconsejare al juez, excusándose en el exceso de trabajo o en otro motivo cualquiera, para que el mayor de los delitos viniera a prescribir, lo cual es contrario a toda ley y todo sentido común. Si en los documentos privados el propio Estado reconoce su autenticidad desde el mismo momento que pasan por un registro público –una simple oficina que registre y selle su fecha de entrada-, ¿cómo va a negarle validez a la fecha de presentación de una querella ante un Juzgado? Ni a la fecha de presentación, ni a la intención del litigante, que no puede ser otra que acogerse a todos los beneficios que la ley le concede, entre otros interrumpir el plazo de prescripción del delito.
Y lo triste es que, cada vez que la realidad nos sorprende con sus divergencias con lo que entendemos algunos por justicia, esos “fallos” judiciales –en el peor sentido de la palabra-, se han dictado en beneficio de poderosos, económicos o políticos, que lo mismo da, pero siempre de gentes influyentes, la eterna plutocracia que mueve el mundo, siempre a favor de ella. Si tales desviaciones judiciales se hubiesen dado en litigios entre Juan y Pedro, es decir entre ciudadanos del pueblo llano, cabría discutirlas, pero no resultarían jamás sospechosas. Y eso, sospechar, es lo último que cabe hacer de la justicia, en bien de ella y en el nuestro.
Lo gracioso de este pelapollos es que el mismo Tribunal que comete el desaguisado –sólo en una de sus Salas, no en la otra-, como un infante lloroso y desvalido que busca amparo, se dirige al Presidente del Gobierno para quejarse amargamente de las palabras del Fiscal General, como si el Presidente pudiera legalmente inmiscuirse en la autonomía y criterio de la Fiscalía y echarle un rapapolvo al señor Conde Pumpido, tal vez diciéndole aquello de ¿por qué no te callas?. Es lo último que nos ha asombrado, a Polidoro y a mí. No sé si será lo último.
Un día fue la insólita creación de la eximente de estigmatización, para salvar a un mandamás; otro día, la novación del clásico concepto del depósito y la sorprendente interpretación de la prevaricación, que costó la carrera a un brillante magistrado por atreverse a juzgar a un rico potentado; ahora, la nueva forma de apreciar la prescripción de los delitos, para privar de entrar en la cárcel a dos acaudalados convictos de un delito. Y en todos los casos, fíjense bien, mediando poderosos, jamás pelé, melé y carta que no liga, como dice Polidoro, al referirse a cualquier ciudadano raso..
No, señores, no es ese el camino a seguir. Cuanto más alto el justiciable, más estricta debe ser la interpretación y aplicación de la ley, menos acomodaticia, y más puntual, duela a quien duela. Por mucho poder o dinero que tenga el sujeto. La toga, todas las togas, tanto la del juez más empingorotado como la del más oscuro abogado, deben estar limpias, y -además de ser vestidas con orgullo-, también deben vestirse con decencia. Es la única forma de lograr la Justicia, igual para todos, a la que todo ciudadano aspira, sin distinción de clases entre los justiciables.

José María Hercilla Trilla
www.hercilla.blogspot.com
Salamanca, 1 Marzo 2.008

(Publicado en
www.esdiari.com del 16-3-8, Nº 706)

sábado, 1 de marzo de 2008

ESTOY DESCUBRIENDO AHORA...

ESTOY DESCUBRIENDO (236)

Estoy descubriendo ahora,
-cuando la vida se acaba-,
que existen muy pocas cosas
de capital importancia.

Quizá la más importante
y la menos valorada,
sea el Tiempo, pues creemos
que nunca se nos acaba
y lo vamos derrochando
sin darle gran importancia,
como si fuera una cosa
inacabable y barata,
que no ha de agotarse nunca,
al nacer cada mañana.

Y un mal día, en el espejo
-al verte arrugas y canas-
te quedas mudo de asombro,
sin articular palabra,
al comprobar que tu tiempo
-el que sin tino gastaras-
está a punto de agotarse,
sin que puedas hacer nada
por prolongar esa vida
que ves como se te acaba,
sin haber usado de ella
como debiste de usarla.

(¡Valiente descubrimiento
al final de la jornada,
cuando el tiempo que me queda
es un suspiro de nada!)

José María Hercilla Trilla
Barco de Avila, 29 Agosto 1991

(De mi libro: “Canciones de mis años idos”)
Publicado en
www.esdiari.com del 14-5-06, Nº 610